Quizá no sea muy buena
idea enviar a un policía de esos que ya están de vuelta de todo a detener a un
diplomático australiano al que el pasado se le empeña en ajustar cuentas. Aún
es peor si ese diplomático se halla en medio de una conferencia humanitaria que
trata de paliar, de alguna manera, el hambre en el Tercer Mundo. Cuando el
policía llega a Londres, se da cuenta de que hay una conspiración para que la
conferencia fracase y decide posponer la detención para que llegue a buen término.
Por el camino, se encontrará con traiciones, confianzas, miradas de reojo,
ruegos de que lo olvide porque, al fin y al cabo, todo no es más que una jugada
política. La verdad será descubierta en todos sus frentes, y, tal vez, no sea
del agrado de todos.
Las calles de Londres
parecen el cuadrilátero perfecto para recibir palizas, descubrir complots y
conseguir mantener la cabeza fría entre protocolos algo estúpidos. No obstante,
ese policía duro y sin demasiadas contemplaciones no deja de confiar en el
diplomático desde el principio. Se da cuenta de que guarda buenas intenciones y
que, realmente, quiere cambiar algo en el orden mundial. Se bate y se debate
para llegar a un acuerdo entre los países menos desarrollados y las potencias,
quiere alcanzar compromisos, pone en juego la diplomacia multilateral para
llegar a sus objetivos. Se hace difícil pensar que ese individuo elegante e
impecable en sus comportamientos y maneras cometiera el error de asesinar a su
primera esposa más de quince años atrás. Hay que afinar mucho la mirada y,
sobre todo, distinguir a los verdaderos enemigos, esos mismos que aman el caos
y que se alegran de que haya millones de necesitados que ruegan un pedazo de
pan.
Curiosa película de
planteamientos algo delirantes, pero llevada con extrema sobriedad por Ralph
Thomas, un director cuya fama fue siempre asociada con las desventuras del
doctor Simon Sparrow en cinco películas a través de diez años, desde 1953 hasta
1963, e interpretado en todo momento por Dirk Bogarde. Aquí, ya escapado del
yugo de servir a un personaje que se veía en todo tipo de dificultades siempre
en un tono más cercano a la comedia que a otra cosa, pone en juego una trama
que combina el cine negro con el espionaje y todo lo hace pivotar alrededor de
Rod Taylor en la piel de ese policía, esquilador de ovejas australianas en sus
ratos libres, que ya denota un cierto declive físico y que palidece ante la
excepcional elegancia que exhibe Christopher Plummer como el diplomático en
cuestión. En medio, unos cuantos secundarios de cierto nombre como Leo McKern,
Clive Revill, Lilli Palmer, más la belleza indiscutible de Daliah Lavi y la
aparición especial de Franchot Tone como el embajador americano. El resultado
es una película entretenida, que evoluciona desde un simple caso de detención
hasta una conspiración que extiende sus garras hasta las mismas entrañas de la
embajada australiana buscando la desestabilización, con una realización
correcta aunque falta de vigor en algunos pasajes.
Ya saben, si van a hacer algo bueno, no duden de que se pondrán muchos mecanismos en juego para impedir que se lleve a cabo. Es lo que se suele hacer para hundir los sueños y las buenas intenciones, sobre todo si va a afectar a unas cuantas personas. Esquiven las balas y las bombas.
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