Quizá estemos ante uno
de los títulos más señeros del cine de acción del siglo XX junto, tal vez, La jungla de cristal. Con un presupuesto
de quince millones de dólares y recaudando más de ciento cuarenta y un millones
en todo el mundo, juntar a un policía de mente tranquila, al borde de la
jubilación, que sólo quiere pasar el resto de su etapa de servicio de la forma
más calmada posible, con un individuo de tendencias suicidas, capaz de hacer
las mayores locuras, a ver si hay suerte y se mata, se convirtió en una saga
que tuvo hasta cuatro partes y que acabó por ser parte de la memoria cinéfila
de toda una generación. Al fin y al cabo, todo aficionado al cine que se precie
no deja de reconocer enseguida los nombres de Martin Riggs y Roger Murtaugh,
casi por encima de los actores que les dieron vida, Mel Gibson y Danny Glover.
Eso es trascender la leyenda.
Poniéndonos el disfraz
de crítico desapasionado y objetivo, la película no está nada mal. Se revela
como un ejercicio de dirección muy correcto por parte de Richard Donner y
conjuga con un equilibrio envidiable tres aspectos muy concretos: la parte
meramente de acción, la comedia y el drama. En la primera, se pueden apreciar
los esfuerzos técnicos por hacer creíble una historia de explosiones, disparos
y persecuciones sin gráficos de por medio, todo real, sin trampa ni cartón, con
un ritmo excelente y sin llegar a saturar, algo de lo que sí peca alguna de las
secuelas. En la segunda, nos encontramos con una sitcom que perfectamente podría haber dado lugar a una serie de
varias temporadas, con Murtaugh puesto permanentemente en posiciones incómodas
y obligándole a tomar partido y acción porque tiene un compañero que está
rematadamente loco y que, de forma algo sorprendente, encaja a la perfección con
su entorno familiar ya que Riggs ha perdido a su mujer y no tiene visos de
mantener una estabilidad mental suficiente como para intentarlo de nuevo. En la
tercera, hay escenas realmente difíciles de ver con el sufrimiento de Riggs, un
ser que, por encima de sus locuras al borde de la gracia, desea, ante todo,
morir. Todo ello está admirablemente repartido a lo largo de la película y ésa
es su mayor virtud. En contra podríamos apuntar que, tal vez, las andanzas de
estos policías que destruyen media ciudad y cuentan con la simpatía de medio
cuerpo es un poco…digamos, de cine.
En cuanto a las
secuelas, hay que decir que tanto la segunda como la cuarta, mantienen un nivel
más que aceptable, estando la tercera muy por debajo de las demás. No ayuda en
nada la inclusión de un personaje tan caricaturizado como el Leo Getz-Joe
Pesci, pero, quizá con un mayor desequilibrio de sus elementos, acaban por ser
buenas películas, que se entregan al arte del entretenimiento con dedicación y
que han sido, muy posiblemente, los máximos exponentes de las buddy movies que se hicieron a partir de
los años ochenta. Así que observen mucho a sus compañeros (pero no digan nada,
por favor). Quédense con sus actitudes y maneras, analicen sus comportamientos.
Seguro que revelan mucho más de lo que creen y sabrán si están demasiado
mayores para aguantar esta mierda.
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