Hace ya unos cuantos
años, al director Patrice Leconte se le reconoció un estilo ciertamente
original con ese cuento de amor y sexo que fue El marido de la peluquera, con un Jean Rochefort obsesionado con su
mujer y descubriendo a Anna Galiena para deleite de un público que se quedaba
boquiabierto con su arte y su belleza. Ahora se ha lanzado a adaptar de nuevo a
Georges Simenon, después de la inquietante Monsieur
Hire, con Gerard Depardieu en la piel del famoso inspector de policía. En
esta ocasión, Maigret es un hombre cansado, que ha perdido parte del gusto por
la vida porque el médico le ha recomendado dejar de fumar sus maravillosas
pipas, no comer dulce y tratar de cuidarse para la vejez que ya ha atravesado
el umbral de su edad. Maigret parece decepcionado y triste, aunque es
igualmente competente en su trabajo. Una chica elegantemente vestida aparece
muerta en una céntrica plaza de París y el afamado inspector de policía tratará
de encontrar al culpable, pero también de conocer algo más de la historia de
esta chica que iba con un vestido fuera de sus posibilidades. Su belleza y su
juventud le conmueven y cree que le debe algo más que encontrar al tipo que la
mató. Maigret deambula por las calles de París tratando de recoger pistas y
unir las piezas, pero también resulta un itinerario hacia el retiro. Quizá haya
visto ya demasiados cadáveres y no merezca la pena seguir intentando hacer que
el mundo sea un poco más justo. Y con más razón en ese ambiente en el que sólo
está siendo el espectador de un buen puñado de vidas mediocres y vacías,
encerradas en edificios sin personalidad y sin más futuro que el del día
siguiente.
Patrice Leconte, más
allá del lujo de contar con un Depardieu pasado de peso, envejecido y algo
hierático, parece optar por un estilo algo desvaído para narrar las idas y
venidas de un policía que no quiere renunciar a su honestidad, pero que la vida
le va obligando a dejar muchas cosas por el camino. Maigret, en la piel del
actor, se muestra cariacontecido, sin demasiadas ganas de seguir deduciendo
comportamientos que rechaza y que, además, cree contrarios a la naturaleza
humana. Ser una persona no es difícil. Emocionarse por la visión de una mujer
es normal. Lo que no es normal es dejarse llevar por los instintos hasta tal
punto de querer arrebatarle la vida. Maigret es un hombre de otro tiempo y de
otro lugar. Es casi ridículo, si no fuera por su innegable inteligencia. Es una
especie de conciencia andante que arrastra su tristeza por las empedradas
calles de París.
Así que Leconte nos sitúa en unas calles oscuras, en las que siempre parece estar luciendo el primer rayo de sol nublado de la mañana o el deprimente ocaso de las tardes. Descubre el estilo de vida de esta chica y su rostro se va ensombreciendo según avanza en la investigación. Tal vez sepa que, aunque dé con la solución, no le gustará en absoluto. Y, después de todo, tendrá que seguir absteniéndose de fumar en pipa y de comer los deliciosos pasteles de manzana de su restaurante favorito.