Una conversación telefónica cruzada y la ciudad allí, siguiendo su latido, como si el ritmo de la vida continuara con su ir y venir cansino y acogido por las luces que hieren la penumbra de su ventana hacia el mundo. Ella no puede acompañar ese aire nocturno porque sus piernas hace tiempo que dejaron de responder a sus llamadas de necesidad. La muerte ronda con palabras y el auxilio parece no querer creer a quien grita. Y una de esas voces de muerte es la de alguien a quien ama, de alguien de quien no esperaba la súbita traición teñida de la violenta y necesaria ambición. Ella lanza su desespero pero no puede andar, no puede huir, no puede gritar más que a través del hilo de un teléfono que se convierte en su única ventana, en su único consuelo, en su único asidero de voz lejana y escéptica.
Al final, el arrepentimiento será un tren que salga demasiado impuntual y el teléfono será tan sordo como ella inválida y el agobio se transformará en dolor, la angustia será jinete del ensañamiento, la luz caerá víctima de la noche de la crueldad, la mano se deslizará por el encaje donde quedará bordado el emblema del asesinato, la voz se apagará porque nadie escuchó, nadie nunca escuchó, sólo se prestaron oídos a los cánticos distorsionados de la ambición. Ella es rica. Ella está muerta desde que nació.
La historia claustrofóbica de una mujer que no puede andar y que, por pura casualidad, escucha por teléfono la conspiración para su propio asesinato se convierte aquí en una reflexión existencial sobre la desgracia abocada a la muerte, sobre la soledad sobrevenida por una inutilidad revestida de oro, sobre la corrupción del saberse dependiente e intentar demostrar que puedes valer sin ayuda, que puedes llegar sin empujones de dinero, que puedes matar sin apretar más gatillos que el disco amenazador de un número marcado.
En el rostro de Barbara Stanwyck se deja ver el viaje por las esquinas de una habitación que contiene el ansia posesiva de una mujer que cree estar enamorada y queda encerrada en la frustración de un camino que no puede recorrer. Soberbia la dirección de Anatole Litvak, que nos convierte en la pared donde las lágrimas son derramadas y la angustia por la proximidad de lo inevitable es el gotelé de una pintura que nunca se debió dejar secar. Igual que un amor perdido en una ceguera de cariño. Igual que una voz que susurra que la muerte se acerca en la sombra recortada de una escalera que desciende hasta el mismo centro del infierno.
Al final, el arrepentimiento será un tren que salga demasiado impuntual y el teléfono será tan sordo como ella inválida y el agobio se transformará en dolor, la angustia será jinete del ensañamiento, la luz caerá víctima de la noche de la crueldad, la mano se deslizará por el encaje donde quedará bordado el emblema del asesinato, la voz se apagará porque nadie escuchó, nadie nunca escuchó, sólo se prestaron oídos a los cánticos distorsionados de la ambición. Ella es rica. Ella está muerta desde que nació.
La historia claustrofóbica de una mujer que no puede andar y que, por pura casualidad, escucha por teléfono la conspiración para su propio asesinato se convierte aquí en una reflexión existencial sobre la desgracia abocada a la muerte, sobre la soledad sobrevenida por una inutilidad revestida de oro, sobre la corrupción del saberse dependiente e intentar demostrar que puedes valer sin ayuda, que puedes llegar sin empujones de dinero, que puedes matar sin apretar más gatillos que el disco amenazador de un número marcado.
En el rostro de Barbara Stanwyck se deja ver el viaje por las esquinas de una habitación que contiene el ansia posesiva de una mujer que cree estar enamorada y queda encerrada en la frustración de un camino que no puede recorrer. Soberbia la dirección de Anatole Litvak, que nos convierte en la pared donde las lágrimas son derramadas y la angustia por la proximidad de lo inevitable es el gotelé de una pintura que nunca se debió dejar secar. Igual que un amor perdido en una ceguera de cariño. Igual que una voz que susurra que la muerte se acerca en la sombra recortada de una escalera que desciende hasta el mismo centro del infierno.
6 comentarios:
Seguro que he visto esta película, pero no la recuerdo muy bien. No importa, leyéndote he sentido la angustia, la desesperación, la caustrofobia.. todo lo que debió sentir la maravillosa Barbara Stanwyck. Una vez más me ha encantado el cartel que has puesto. Me recuerda a unos cromos de cine que me dio mi madre. IElla los coleccionaba cuando era pequeña. El mismo formato, el mismo colorido tan bonito. Los guardo como un tesoro.
Gema
Sí, es una película que centra su mérito en esa desesperación y en esa claustrofobia aunque hay oportunos "flashbacks" para narrar cómo nace la relación con su marido y cómo ella se comporta como una niña mimada siempre que quiere. Tenemos en común el amor por esos carteles antiguos que ya no se hacen y que, sin embargo, durante muchos años, a mí me hicieron soñar sobre películas que no había visto.
Gracias por tu comentario
Vuelvo tras unos días de vacaciones y veo que has acometido algunos de los retos que te autoplanteaste...con resultados sublimes como casi siempre.
"Voces de muerte" es un ejemplo de todo lo que se puede hacer cuando creas un clima adecuado, la dificultad está precisamente ahí, en conseguir el clima, el asfixiante, sobrecogedor, terrorífico y claustrofóbico ambiente que logra transmitir Litvak. Somos capaces de ver cientos de películas actuales en que algún psicópata acecha, persigue, acorrala y deja indefensos al o a los protagonistas de muchas películas actuales en pocas ( yo diaria que en ninguna) somos capaces de sentir tanta angustia e indefensión como la que logra provocarnos aquí el personaje de la Stanwick..
Hitchcock recoge este relato en uno de sus libros “Prohibido a los nerviosos”, la angustia de la película es bastante mayor…el blanco y negro, la noche, esos teléfonos negros de entonces….Lancaster. Que gran peli.
Abrazos, Carpet.
Totalmente de acuerdo en todo lo que dices con respecto a esta maravillosa película. Lo más meritorio de todo esto es que Litvak consigue ese ambiente sin apenas un golpe de efecto. Todo está transmitido por la Stanwyck en un "tour de force" casi continuo que hace que sintamos la angustia a flor de piel. No hay grandes y estruendosos golpes de música, no hay trucos baratos de suspense, ni nada de eso. Tan sólo la certeza de que la hora de la muerte está llegando y no hay nada que pueda salvar a esa mujer que está colgada del teléfono como única salida. Excelente comentario, Carpet, y gracias por el inmerecido elogio porque sigo creyendo que no es mérito escribir así.
Excelente artículo!!
Gracias. La película lo merece.
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