martes, 11 de mayo de 2010

LA HEREDERA (1949), de William Wyler


En pleno corazón de Washington Square, una mujer con el amor a la espera no quiere pasar el resto de su vida sola. Va a fiestas, recibe visitas pero nadie se interesa por ella mucho más allá de las obligadas convenciones sociales de la época del miriñaque y del corpiño. Su padre, consciente de sus limitaciones, tampoco es capaz de motivar la belleza interior de ella. A menudo la aplasta, sin avergonzarse de ella, en una cruel dictadura de necesidad y comparación no dejando salir nada de la ternura que ella guarda, o de la dulzura que sabe poner en las cosas, o de la ilusión que, en ocasiones, la embarga y la lleva en volandas. Pata todo el resto del mundo, sólo tiene una virtud. Es rica. Y todo ello hace que sea la presa más fácil para los cazadores de dotes, secuestradores del corazón chantajeado, viles chatarreros en busca del metal que carcome su alma podrida.
Cuando alguien pone su destino en manos del otro, la huida es sólo carne de buitre aventada. Si las aldabas vuelven a sonar, es mejor deslizarse entre las sombras y apagar la tenue luz que aún puede brillar en tu corazón que empieza a verse invadido por el húmedo adoquín, frío y brillante, de la calle pateada.
El amor quizá sólo sea jugador de una sola mano. No cabe el descarte. No cabe el farol. Sólo la apuesta segura cuando uno se sabe vencedor. Descubrir la baza de tu carne viva palpitando con el sólo nombre de quien crees que te quiere es una inscripción de eternidad que ni siquiera la crueldad puede borrar. Por eso, cuando te conviertes en una fiera entonces tú eres quien domina a la propia crueldad. Y el precio a pagar por todo ello es la soledad, el inaccesible abordaje de los sentimientos, la penumbra elegida…y vaciar…desalojar a tus ojos, a tus soñadores ojos, a tus ilusionados ojos, de todo atisbo de vida; y a terminar el bordado que, con su cordaje, te ata a lo que fuiste. Una mujer enamorada que encontró lo que deseaba para acabar perdiéndolo todo. Incluso el corazón…para poner en su lugar un rectángulo de piedra en tres dimensiones….Adoquín inmóvil, fin de la inquietud cuando todo muere…La reclusión espera…
William Wyler dirigió a Olivia de Havilland, Montgomery Clift, Miriam Hopkins y Ralph Richardson en La heredera y una cámara nos hizo saber el valor del odio y la debilidad del amor…

2 comentarios:

Carpet dijo...

Wolf, gracias.
Por no desfallecer, por tus regalos en forma de post, por tu forma de mirar y de decir películas fundamentales, gracias por descubrirnos cosas nuevas, incluso en terrenos conocidos.

Pido disculpas por no responder con algún comentario, siempre humilde y a menudo inoportuno a tus regalos, pero llevo un tiempo casi dos semanas sin mucho hueco y ya dije una vez que no es cosa de hablar por hablar y manchar este sitio con comentarios o vitores de compromiso, el sitio y tu merecéis algo más.

Me gustaría conteastar a un par de post que se me van quedando rezagados, espero encontrar el tiempo que me falta y hacerlo.

Un abrazo.

César Bardés dijo...

Las gracias en todo caso a ti y a todos los que, sin desfallecer, seguís estos comentarios aunque no tengáis tiempo de poner ningún comentario. Ya dije que eso no era lo importante aunque bienvenido sea todo lo que queráis decir. Lo importante es que compartamos algo de esa pasión que nos une y además ya dije que soy consciente de que la vida tira en muchas direcciones. En concreto, la mía ahora misma me está tirando de un brazo con bastante fuerza. Seguiré intentando buscar la palabra justa para la imagen más acertada, cosa que sé que no siempre consigo. Vuestra compañía es lo único que vale. Lo demás son las cosas normales que nos pasan a todos.
Tranquilo. Ya sabes que los comentarios cuando puedes, si puedes y, sobre todo, si quieres.
Un abrazo.