martes, 4 de mayo de 2010

¿ÁNGEL O DIABLO? (1945), de Otto Preminger


No cabe duda de que un director como Otto Preminger es imprescindible en una revisión más o menos seria del género negro. No se puede obviar la certeza de que una obra como “Laura” es merecedora de todos los análisis y apreciaciones posibles. Y no sólo esa película, también Preminger realizó un puñado de las mejores muestras de este tipo de cine que, estéticamente, ha bebido del expresionismo alemán y, argumentalmente, es tan difícil de delimitar como la propia naturaleza del hombre…o más bien de la mujer. Ahí están, además de la citada “Laura”, muestras tan apreciables como “Al borde del peligro”, “Vorágine” o “Cara de ángel” y esta que hoy nos ocupa: “¿Ángel o diablo?”.
Preminger decía que “en siglos venideros todas las películas puestas juntas, una detrás de otra, nos darán la exacta dimensión del ser humano en la época que nos ha tocado vivir”. Así pues, sus películas, además de ficción, también son realidades personales y en “¿Ángel o diablo?” es, por ende, un acertado (aunque no soberbio) retrato de la turbiedad femenina, algo hoy en día en tiempos de paridad impuesta por sexo, políticamente muy incorrecto y en lo que han insistido con mayor o menor fortuna directores como Joseph Losey en “Eva” o John Stahl en “Que el cielo la juzgue”.
En esa ocasión nos encontramos ante un estupendo (aunque oscurecido por la aparición fulgurante de una Linda Darnell en su mejor momento) trabajo de Alice Faye, una elección curiosa si tenemos en cuenta que hasta ese momento era un artista del musical aunque la historia no haya tenido a bien concederla los laureles del recuerdo; y un correcto trabajo de Dana Andrews, algo ya habitual en un actor que fue de segunda fila hasta la irrupción de “Laura” en el panorama”. Además de todo ello, tenemos un fantástico trabajo de blancos y negros contrastados en el subrayado de la fotografía de Joseph LaShelle, capaz de crear atmósferas sombrías y agobiantes con su dominio de la luz.
En todo caso, “¿Angel o diablo?” es una película con cierta clase, una de las más personales de su autor, que a ratos se convierte en puro poder cinematográfico y que, en todo momento, es convincente. Una de esas películas que no hace tantos años olían a cine de sesión continua, a invierno, a focos calientes y a oscuridades secretas. Porque nadie entiende muy bien del todo la resolución del enigma. Pero nadie se quiere perder lo que es una parte importante de la historia del cine. Y aquí hay un pedacito muy pequeño de lo que fue la construcción mítica de un genero que fue negro…blanco…y se convirtió en color en el instante en que se introdujo en nuestra memoria.

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