Ascender hasta la cúspide a través de una escalera de color. La ambición es el as escondido en la manga. Del barro al tapete. Y luego, la caída. La caída desde la mesa. La caída rebotando en cada uno de los peldaños de naipe. La caída desde la luz cenital que ilumina el juego. Eres el rey. Eres el príncipe. No eres nada. No valen los trucos. Sólo vale ganar.
La más grande partida de póquer nunca vista en el cine tiene lugar con unos contendientes de la categoría y la clase de Steve McQueen y Edward G. Robinson. Ellos son centro y apuesta de esta timba que combina el romance, el suspense y el arribismo con fichas de de diez mil dólares. Y desde entonces, todo el mundo ha sabido que ganar consiste, ni más ni menos, en hacer el movimiento equivocado en el momento acertado.
Hay que mantenerse fresco entre las trampas del humo. No en vano Sam Peckinpah iba a dirigir el encuentro de tahúres pero su cámara diseccionaba demasiado a las reinas y fue fulminantemente sustituido por el menos brillante aunque eficaz Norman Jewison. No se pueden esperar secuencias de acción porque el enredo está en las miradas, en las interpretaciones intensas, en el clímax que se espera y que llega como un farol descubierto. El desarrollo de la trama se encuentra ahí mismo, esperando que se suba el envite y su rostro es el de la impavidez de una piedra, sin emociones, sin concesiones. Nada más que la espera.
Una de las virtudes más evidentes de la película es que no es un ejercicio de nervios tensos para los actores que la interpretan sino que lo es, y mucho, para el espectador que está deseando estar en medio del descarte, susurrar al oído del protagonista lo que tiene que hacer, explicar la baza y esconder la jugada. Al fondo, la voz quejumbrosa de Ray Charles va a ponerle ritmo de alma al batir de la baraja y el resultado es una historia excepcional, única, ligeramente emparentada con aquella maravilla que resultó ser El buscavidas, de Robert Rossen y que, con el devenir de los años, se ha convertido en un clásico, en un ejercicio realista y en un compendio del manejo de una intriga cuya resolución consiste en saber lo que tiene en las manos el contrario.
La elegancia, la claustrofobia, la decadencia, el suspense y la sensualidad son los triunfos en la mano para asistir a este asalto a la cima. La competición por ser el mejor es la motivación que se agita por encima del dinero. El honor se deja en la puerta porque su precio está demasiado devaluado. Lo cierto es que no siempre la victoria es sinónimo de éxito y hay que saber dónde están los errores para volver a estar preparado para destrozar y aniquilar al contrincante en una mesa donde las cartas se mueven por la hierba. Puede que no haya segundas oportunidades pero ¿qué más da? El honor tampoco es algo que tengan los muertos. La rebeldía sirve de poco. Así que introduzcámonos en el aire viciado del intento por coronarse rey. La apuesta merece la pena. El ruido de las fichas entrechocando es la banda sonora de los vencedores. Abajo, en la calle húmeda, siempre habrá alguien que esté dispuesto a premiar a los derrotados con unos labios que también quieren ganar. No vayan de farol. Hay que ver lo que esconden los naipes.
4 comentarios:
A veces. añguna película merece el público que la disfruta. Este es el caso, tu post está a la altura de lo que significa la apuesta de un rey del juego, en este caso de las palabras.
Hay muchas criticas negativas a esta película, problablemente fundadas, el prescindible tema del honor, chantaje y esas cosas con Malden y Ann Margaret. Hay quien dice que Mcqueen está algo sobreactuado en algunos momentos...no sé, no soy capaz de ser objetivo porque esa larguisima partida final me absorbe por completo, me parece filmada de forma brilante desde el punto de vista técnico y por supuesto con un sentido del ritmo, del susspense y del manejo de la tensión que ya hubieran querido muchos (incluso Hitch). Es cierto que Jewison no es demasiado espectacular pero no cabe duda de que sabe filmar.
Y hay algún personaje bombon, como esa Lady Manitas.
En fin, un gustazo de pelicula, una maravilla de post.
Abrazos.
La verdad es que hay veces que uno lee comentarios que parecen estar construidos con los ladrillos de la oportunidad y éste es uno de los casos, Carpet. Últimamente, y esto es algo que me ocurre todos los años durante una temporada, tenía la sensación de que los artículos no estaban bien, pero no porque no se leyeran bien, sino porque me salían muy a trancas y barrancas y, cuando tengo esa sensación, creo que los artículos no son todo lo buenos que deberían. Quizá este comentario sea tan importante que el próximo que aborde, lo haga con más ligereza, que es cuando tengo la impresión de que quedan niquelados. Te agradezco estos ánimos que involuntariamente me has regalado.
Para mí, fíjate, es una de las interpretaciones más medidas de Steve McQueen (sin olvidar la impresionante demostración de Edward G. Robinson), al igual que me lo parece en "Bullitt". Aquí, McQueen me parece un actor excepcional, que sabe interiorizar como pocos y expresar con apenas un movimiento. Por otro lado, a mí también es una película que me absorbe muchísimo, especialmente en la partida de cartas final, una exhibición de planos que Jewison pone en juego cual full de ases y reyes. En todo caso, aparte del cariño que le tengo por las cricunstancias en que la vi por primera vez (todos los amigos, cuando no existía el vídeo, dábamos dinero y nos alquilábamos la película en super ocho para, luego, proyectarla en casa de uno distinto cada semana. Adivina quién llevaba la cámara y la pantalla e iba cargado como un cabrón por la calle), creo que es una excelente película, no demasiado valorada, con interpretaciones valiosas y un concepto muy certero de cómo rodar con acción secuencias que no tienen ninguna.
Gracias de nuevo y un abrazo.
Pues no sé como verás tú las cosas (las que escribes), pero en este caso has ido dando, una tras otra, en todas aquellas teclas que hacían que sonara la misma melodía de lo que yo aprecio en esta fantástica película. Ha sido un gustazo y me alegro de haberte levantado algo el ánimo si así ha sido.
En lo de McQueen, que a mí me parece un grande, estoy bastante de acuerdo, aunque he de reconocer que pese a sus grandes películas, en la que más me ha gustado siempre ha sido en ese perfecto y heroico jefe de bomberos de "El coloso en llamas", una película coral en la que muchos están muy bien, Newman y Astaire incluidos, por supuesto, pero en la que el bueno de Steve nos regala un gran personaje, el tipo que hace su trabajo y lo hace bien, hace lo que tiene que hacer y punto. Y luego, ya hará los reproches cuando todo haya acabado.
Y Edward G., puff. Con esta película se ganó que todos mis amigos le quitáramos el Robinson. Y a partir de ahí sólo nos refiriéramos a él como EduarYi, el grande, el inmenso, la bestia...Era entonces cuando siempre había un loco de las listas, el mejor, la mejor, el más guapo, el que mejor nos cae...Y todos íbamos desgranando nuestras preferencias...hasta que uno de repente hacía la observación : " Y Eduaryi, claro"...y todos asentíamos con sincero respeto, "si claro, claro, y Eduaryi, por supuesto". Se convirtió en un icono, un indiscutible, un actor por encima de cualquier consideración, ya hiciera de perro astuto en “perdición”, de viejo simpático o tipo despreciable, por partida doble en “El premio”, de pobre tonto enamorado y engañado en “La mujer del cuadro”, de violento y duro gangster en “Hampa dorada” o en “Cayo Largo”…EduarYi son palabras mayores.
Un abrazo.
Las cosas que escribo las veo bien, faltaría más. Lo que pasa es que, a veces, te da la impresión de que no, de que las cosas no salen y ahora estoy atravesando esa época. Normalmente, no me suelo obsesionar mucho con ello porque, de repente, el cine hace un truco de magia y me pongo a escribir sobre una película y me sale de corrido y ya se me pasa la crisis de repente. Pero ahora tengo la época en la que escribo, vuelvo, rectifico, leo, modifico y borro. Así como en broma, la medio llamo la "época Beethoven" porque las partituras de Beethoven estaban llenas de raspaduras y arrepentimientos. Cuando estoy en la época más buena, la llamo "época Mozart", porque sus partituras, como todo el mundo sabe, no tenían ni una sola rectificación. Ni mucho menos es que pretenda compararme con estos genios ¿eh? Es sólo una manera de llamar estas épocas tontas, probablemente, derivadas de una Navidad estresante.
En cuanto a Edward G...bufff...sí era un actor con muchas mayúsculas. Y aquí, hay que reconocerlo está sensacional. De todas las que nombras yo añadiría una interpretación suya que me encanta y es la que realiza en "Cuando el destino nos alcance", de Richard Fleischer, donde con su inteligencia y su ternura le roba el plano a Charlton Heston con una facilidad que sólo los veteranos pueden llegar a tener. Bonito recuerdo el tuyo, Carpet. Eduardyi...es eterno.
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