viernes, 18 de octubre de 2013

EL MÉDICO ALEMÁN (2013), de Lucía Puenzo

El cuerpo humano es ese velo de misterios y maravillas, siempre sorprendente, siempre cambiante que sugiere, al mismo tiempo, su implícita perfección y su permanente fragilidad. Es un espectáculo que merece ser visto, sin perderse sus inmensas capacidades para asombrar, para ser consciente de que todo cuerpo es un templo que debe ser inviolable y que debe ser presa, tan solo, de la misma naturaleza. El cuerpo humano es todo un monumento que, con demasiada facilidad, nos olvidamos de cuidar.

Sin embargo, una mirada fría, distante, con destellos de crueldad, puede considerar que el cuerpo es una desolación que tiene que ser fortalecida a través del permanente experimento y que su inviolabilidad es tan solo un concepto que está reservado a las mentes más atrasadas. Ese páramo que es el cuerpo tiene que ser fertilizado a través de la acción humana pero no para recoger ninguna cosecha sino para avanzar en la investigación que siempre resulta mucho más clarificadora usando a los seres humanos como cobayas. Tal vez, el cuerpo no sea más que la carcasa de unos cuantos muñecos pertenecientes a una raza inferior. El mismo avance representará su utilidad para la ciencia pero, desde luego, no lo será para su curación.
Esos ojos que esconden tanta inhumanidad no se cansan de explorar las posibilidades y de comprobar los límites a los que se puede someter la naturaleza humana. Unas cuantas inyecciones para hacer crecer, una dieta especial para unos gemelos recién nacidos utilizando a uno de ellos como individuo de control y a otro como campo de pruebas, unas muñecas a las que se les implanta un motor para que tengan movimiento propio, una huida provocada por un pánico del que tampoco se es muy consciente...
Lucía Puenzo ha dirigido con inteligencia esta historia que nos avisa de que los peligros más grandes están ahí, agazapados en la cómoda oscuridad que les da cobijo aunque se ciña a unos años en los que la crueldad aún estaba latente. El refugio de los criminales de guerra fue una realidad y no vale mirar hacia otro lado salvo que la propia carne se convierta en el páramo de sus experimentos ideológicos y científicos. Toda la simpleza y austeridad de la narración se condensa en la terrible vileza que acumula el ser humano cuando llega al convencimiento de que no hay dolor si todo se hace en nombre de la ciencia y del avance de la mejor de las razas pretendidas. No vale que haya otras compensaciones ni justificaciones. El criminal debe pagar, sobre todo, cuando prescinde del sufrimiento ajeno para satisfacer algo tan leve y prescindible como es la curiosidad. Si no, todo el mundo se convierte en un espantoso laboratorio en el que alguien, con el poder en la mano, decide quién es la cobaya y quién el experimentador.
Ni un grito de más, ni un mal gesto, ni una reacción desmedida a cualquier signo de inquietud y violencia. Nada en la emoción. Vacío total en la misma invención del mal. Alguien ha sido designado para hacer un trabajo y como pieza fundamental de una maquinaria que necesita de todos sus engranajes, lo hace. Sin más consideraciones. Sin más conmiseraciones. El mal como objetivo burócrata y como percepción última de que el fin justifica los medios cuando los mismos medios son el fin. Terrible. Desolación. De alma arrasada. De lágrima de rabia. De probeta insignificante. Muñecos. Hombres. Regresión. Evolución. El día inundado de niebla. La idea contaminada de negro.
Al final, la decepción de haber caído, una vez más, en una trampa que parecía anunciada. Con la ceguera de haber depositado la confianza en la única persona que tan solo merece desprecio. Con la certeza de que la historia y el deseo de olvidar enterrarán la monstruosidad y el error. Con el único triunfo de saber que el cariño fue algo que el verdugo nunca llegó a probar.                   

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Yo creo que es un drama muy bien llevado que evoluciona sin demasiados aspavientos y sin que apenas nos demos cuenta, y eso es un mérito qué duda cabe, hacia el terror, el terror cotidiano que es el más terrorífico valga la redundancia, el terror que inspira la cercanía de un tipo tan despreciable como Mengele o sus cachorros (casi es más horripilante la descripción de esa escuela neonazi).
Si ayer hablábamos de que el thriller y el drama no se llevaban todo lo bien que se podia esperar en "Prisioners" yo creo que aquí la simbiosis entre drama e intriga es brilante (dentro de que las pretensiones de una y otra película no son las mismas, evidentemente).

Imposible no ver esta película y no acordarse de "Los niños del Brasil", aunque solo sea como referencia. Esto sí que no es una referencia pedante como lo de "Seven" o "Mistyc River" (y no digamos como lo de "Sin perdón" o "Buscando a Nemo").

En cuanto a Alex Brendemühl, a mí es un actor que nunca me ha hecho mucha gracia. Tiene un físico y un rostro muy aprovechable, pero por su dicción y su tendencia a la sobreactuación y al subrayando rara vez me suele convencer. Aquí está excelente en mi opinión.

Abrazos agigantados

César Bardés dijo...

Yo creo que está muy bien llevado porque apuesta por una austeridad extrema en la puesta en escena. Incluso cuando Lucía Puenzo abre el objetivo y nos muestra ese paisaje desolador de la Patagonia, todo nos remite a la austeridad, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, pobreza de imágenes. Además todo el rato la película se mueve por ese terror intuido, ese peligro inminente que está ahí pero que no se llega a desatar en ningún momento.
Desde luego, yo también me acordé al verla de "Los niños del Brasil", más que nada por la descripción de ese Mengele que hace Gregory Peck y que, ya hemos comentado, yo creo que debería haber ahí una inversión de papeles Olivier tendría que hacer de Mengele y Peck de Liebermann-Wiesenthal.
En cuanto a la interpretación de Brendemühl, a mí me parece excelente, más que nada porque exhibe una cara de hielo que llega a inspirar verdadero terror. Además está iluminado de tal forma que resaltan sus ojos azules hasta intuir la crueldad. Es cierto que es un actor que está raramente convincente pero que Lucía Puenzo lo ha sujetado aquí bien sujeto, por las bridas y con energía y el resultado es una interpretación sorprendente y, como bien dices, excelente.
Una buena apuesta la de Argentina para los Oscars a la mejor película extranjera.
Abrazos temerosos.