miércoles, 18 de diciembre de 2013

PETER O´TOOLE: LA TABERNA DEL IRLANDÉS

Fue un gran compañero de la infancia. Sí, porque Peter O´Toole fue casi un amigo en muchas de las tardes en las que mis padres me llevaban al cine de barrio que estaba más cerca de mi casa, el Aragón. Allí me quedaba fascinado con sus ojos, con su tormento interior, sufría con él y sabía que, a pesar de todo, era un hombre en el que se podía confiar. Uno de los grandes se nos ha ido. Ya estoy llenando mi copa, Peter. 

A la vez que escribo estas líneas, estoy saboreando una copa de buen whisky irlandés. Quizá sea un modesto homenaje a Peter O´Toole, no lo sé. Lo cierto es que siempre le consideré un irlandés de talento prodigioso que, sin duda, se nos ha ido con una rutilante taberna en su maltrecho hígado. Michael Caine decía que, cuando empezó en el teatro de segundo suplente del protagonista “yo rezaba para que nadie se pusiera enfermo. El protagonista era Peter O´Toole y el primer suplente, Richard Harris y yo sabía que no era capaz de igualar a ninguno de los dos”. Luego añadía que “con Peter O´Toole inicié una buena amistad pero tuve que distanciarme de él porque mi cuerpo no aguantaba tal cantidad de bebida”.
Puede ser que el color del whisky me recuerde también al cabello de este inigualable actor de estilo tan sumamente particular, de mirada aviesa y cuerpo delgado, que ayudaba al dominio expresivo tan extraordinario que siempre destiló en una carrera que destacaba por la enorme complejidad de su galería de personajes interpretados con una característica intensidad trémula, muy significativa de la espantosa tormenta interior que se desata en todos ellos, incluso en los más intrascendentes.
Él siempre sostuvo que “cada día que me levanto, con resaca o no, lo primero que hago es dar gracias a Dios por Lawrence de Arabia” donde nos muestra, de forma increíble, los recovecos del alma de un espía militar que luchó contra el desierto aprendiendo a amarlo, contra los intereses de las tribus árabes y las balas de los turcos al mismo tiempo que se enfrentaba al ejercito inglés por ir más allá de lo que el deber le exigía. La tortura moral y física del personaje, que ya para siempre asumió los rasgos de Peter O´Toole, adquirió en sus manos una grandeza épica, espiritual y humana que, sin duda, hace que sea una interpretación histórica.
Todo el mundo dijo, en la época, que le sería imposible mantener un nivel parecido y que su siguiente trabajo sería una decepción con toda seguridad. El genial irlandés volvió a dar en el clavo con Becket, de Peter Glenville, estupenda adaptación de la obra teatral de Jean Anouilh dando vida a Enrique II de Inglaterra caracterizándolo como un rey caprichoso, irascible, voluble, tramposo y traicionado por el honor de Dios. En un memorable duelo con Richard Burton, que concentró su actuación en la insinuante modulación de su privilegiada voz, O´Toole consigue encarnar con enorme coherencia los vaivenes de un monarca débil en una película que fue muy famosa  debido a que ambos protagonistas realizaron una escena totalmente ebrios (al parecer la de la audiencia con los Obispos, casi al principio de la película) y la amistad que surgió entre ellos fue tal que O´Toole llegó a declarar en cierta ocasión que “Richard Burton ha sido la persona con la que he tenido el mayor de los privilegios de emborracharme junto a él a más de 10.000 metros de altura”.
Su primer fracaso lo afronta con Lord Jim, una película en la que tenía puestas fundadas esperanzas al trabajar con un director de la talla de Richard Brooks, pero ni siquiera su interpretación, atormentada al máximo, fue muy acertada y, a continuación, prueba el terreno de la comedia más disparatada con ¿Qué tal, Pussycat?, de Clive Donner, un rodaje del que siempre ha dicho que “fue uno de los más divertidos de mi vida”. La astracanada escrita por Woody Allen (a años-luz del estilo de hoy en día) no funciona ni al nivel más grotesco pero fue un éxito no solo por el multiestelar reparto sino también por la canción del título original que interpretó Tom Jones sobre un tema del, por entonces, muy de moda Burt Bacharach.
Trabaja con Wyler, uno de sus deseos hechos realidad, en Cómo robar un millón y… pero es un fracaso artístico y económico y empieza a perder el rumbo de su carrera. Acepta el papel de los tres ángeles que se aparecen a Abraham que le propone John Huston en su adaptación de La Biblia. El propio Huston llegó a confesar que eligió expresamente a O´Toole por su quieta y apolínea belleza y aunque su interpretación no aporta nada a su carrera, su presencia llega a ser tan enigmática que, entre lo irreal y lo sagrado, apenas hay diferencia.
Tenía ganas de interpretar a un malvado y lo consigue en la excelente La noche de los generales, de Anatole Litvak, en el papel del General Tanz, un perfecto y brillante ario de tendencias psicopáticas y esquizoides que desembocan en una incontrolable violencia que no hace sino calmar su traumática fatiga de guerra. Una estupenda película en la que el actor acapara protagonismo a través de un fascinante y complejo personaje que se ve algo descompensado ante un improbable Omar Sharif como el Mayor Grau, el oficial encargado de investigar los brutales crímenes contra prostitutas en el París de la ocupación.
Después de una episódica aparición en Casino Royale, horroroso delito contra la primera novela de Ian Fleming sobre la saga Bond, O´Toole borda uno de los papeles de su vida. A nadie sorprende cuando se anuncia que, por segunda vez en su carrera, va a interpretar a Enrique II de Inglaterra en la adaptación que Anthony Harvey prepara de la obra de James Goldman El león en invierno pero su poderosa y avasalladora actuación sobre un rey astuto e imprevisible que le gusta, de vez en cuando, poner en juego su corona entre sus tres hijos, Juan Sin Tierra, Ricardo Corazón de León y Godofredo de Bretaña en el lúdico y algo cruel duelo por su sucesión y que saca de prisión a su mujer, Leonor de Aquitania (impresionante Katharine Hepburn) porque es la única rival que está a su altura, contrasta notablemente con el Enrique de Becket, probablemente más cercano a la realidad histórica. En cualquier caso, realiza una memorable e inteligente creación en un legendario duelo con la gran Kate Hepburn que nos hace pensar que, tal vez, los dos sean ya inmortales y que eso, en medio de una gran carcajada, no podrá hacerles cambiar.
Todo el mundo le da como seguro ganador del Oscar, incluso él mismo cree que por fin lo va a conseguir cuando, contra todo pronóstico, pierde frente a Cliff Robertson por su trabajo en la muy mediocre Charly, de Ralph Nelson. Sin embargo, el terco irlandés nunca se rindió y al año siguiente, volvió a ser nominado por la nueva versión de Adiós, Míster Chips volviendo a perder, en esta ocasión, frente al veterano poderío de John Wayne en Valor de ley.
Hay una estupenda película suya, algo olvidada: La guerra de Murphy, la obsesión de un hombre acosado por la muerte de todos sus compañeros y que convierte la guerra en una lucha personal contra un buque alemán sin más ayuda que un barco-grúa y buenas dosis de ingenio. Un extraño y bastante desconocido estudio sobre la paranoia obsesiva y el triunfo pagado a cualquier precio, incluso con la vida.
Aunque, sin dudarlo ni por un momento, él es el actor extranjero que físicamente más se acerca a nuestra imagen de Don Quijote de la Mancha, imaginarse a Sophia Loren como Aldonza Lorenzo ya es todo un ejercicio de contorsionismo mental. El hombre de La Mancha, basada en el famoso musical de Broadway, fue un rotundo fracaso en parte porque Arthur Hiller no era el director más adecuado para llevar un musical a buen término pero fue notable el esfuerzo de un O´Toole que, además, declaró con profesionalidad que conocía a la perfección la inmortal obra de Cervantes y que esperaba poder interpretarla algún día tal y como había sido escrita. Más tarde, O´Toole cosecha todo un éxito de crítica y público con una película muy desconocida como es La clase dirigente, de Peter Medak, un aviso muy británico sobre un lord con responsabilidades políticas que llega a creer que es el mismo Jesucristo.
La década de los setenta marcan su decadencia en personajes de interés muy escaso. Trabajó con Preminger en el fiasco de Rosebud y en una nueva versión del clásico Robinson Crusoe narrada desde el punto de vista de su compañero negro en Yo, Viernes, de Jack Gold. Un film curioso fue la producción canadiense Asalto al poder que contaba minuciosamente todos los detalles de un hipotético golpe de estado militar en un país imaginario. Al final, el sentido supuestamente patriótico es reemplazado por la irresistible erótica del poder sabiamente expresada en el vicioso rostro del Coronel Zeller, interpretado por O´Toole. Una película con un punto de interés.
La década de los ochenta, se presenta con dos papeles maravillosos para el actor. Uno es El especialista, de Richard Rush, en el papel de un excéntrico director de cine (vagamente inspirado en Stanley Kubrick) que rueda una película de amor y guerra y maltrata a un especialista en escenas de acción hasta límites insospechados en aras de un mayor realismo de tinte sádico. Nueva nominación y nueva derrota a manos del insuperable Robert de Niro de Toro salvaje. El otro es una tronchante comedia al viejo estilo titulada Mi año favorito, de Richard Benjamín, sobre los divertidos avatares de un ayudante de dirección televisivo que debe cuidar para que la estrella invitada (y, normalmente, ebria) de su programa, no se desmande. La película es divertidísima con el actor interpretando a la estrella con un cruce de sí mismo y de Errol Flynn y está simplemente fantástico haciendo reír a carcajada limpia y diciendo, de un modo que ningún otro podría igualar, aquella frase entre el enfado y el terror de “¡Yo no soy un actor! ¡Soy una estrella de cine!”. Otra nominación al Oscar que pierde ante Ben Kingsley por Gandhi.
En El último Emperador, de Bernardo Bertolucci, en la que da vida al preceptor del joven monarca chino, O´Toole, en un papel secundario, viste de una inusual y elegante serenidad desprovista de dobleces a su personaje, como máscara del aprecio y de la amistad que siente hacia su joven discípulo.
En el año 2003, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concede un Oscar especial por el conjunto de su carrera y para compensar santísimas derrotas. Su inmediata reacción fue la de un luchador nato: “No deberían dármelo. Aún estoy en la carrera y puedo ganar alguno en competición”. Casi lo consigue. Aún obtuvo una nominación más por su sabio papel en Venus, perdiendo, por última vez, ante Forest Whitaker por la discutible El último rey de Escocia.

Su filosofía fue la de considerarse un afortunado ciudadano del mundo al que le encantaba “despertarse en un hotel después de una buena borrachera y no saber si estoy en París, Londres, Berlín o Madrid”. Lo cierto es que se nos ha ido y estoy seguro que el mejor homenaje que se le puede hacer a su inmenso talento es beber un buen trago de whisky a la salud del Comandante Lawrence, de Enrique de Plantagenet o del General Tanz, Comandante en Jefe de la División Nibelungen…brumas de genialidad depositadas en la barra de la taberna de este terco irlandés.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Caine, Harris y O Toole, menudos tres. A pesar de que "El león en invierno" y sobre todo "Lawrence de Arabia" son sus papeles de mayor peso, yo me quedo con "Mi año favorito", absolutamente delirante, autoparódico. Da la talla perfectamente como actor de comedia, él que parecía tan serio y tan flemático.

Estoy de acuerdo que tendría que haber ganado el Oscar al menos el año de "El león en invierno" (el de "Lawrence" tenía enfrente a quien tenía) e incluso el de Forrest Whitaker, con un papel muy "facil" y agradecido. Lo que pasa es que "Venus" era una película algo flojita.

Abrazos brindando

César Bardés dijo...

Pues sí, perteneció a esa generación de actores británicos que es irrepetible aunque aún nos queda Hopkins, por ejemplo. Yo creo que era un intérprete superlativo. Y el Oscar que más merecía, sin duda, es el de "El león en invierno" porque, si bien "Lawrence de Arabia" era una interpretación de Oscar, tienes razón en que tenía enfrente a quien tenía. También es cierto que "Venus" era flojita y apenas una anécdota. Pero cómo sabía el tío que aún lo podía ganar...
Abrazos irlandeses.