martes, 9 de diciembre de 2014

LA PÍCARA PURITANA (1937), de Leo McCarey

Ni contigo ni sin ti pero siempre los dos. Es lo que tienen estas parejas modernas. A base de tanta libertad al final se cogen el brazo y lo que viene después. Él dice que se va a Florida y se queda en su club pegándose la gran vida y dándose baños de lámpara de infrarrojos. Ella va a una fiesta y pasa la noche con un tipo tan almibarado que viene chorreando azúcar. Y eso, además de ser una muestra de mal gusto, es una prueba irrefutable. Total, que cada uno por su lado.
Claro que está el problema de Mr. Smith. El matrimonio no ha tenido hijos pero ha tenido perro y eso son palabras mayores. Especialmente cuando ella ha conseguido un ligue más cortito que las mangas de un chaleco tártaro y él va a visitar al perro para jugar un rato con el perrito. Todo es un juego de picaresca que lleva al mismo sitio. Sí, porque todos los caminos, nos pongamos como nos pongamos, llevan al corazón. Algunos dan la vuelta más que otros pero qué se le va a hacer. Las mujeres no serían tan deliciosamente complicadas y los hombres no podrían tener un poco de cordura en sus vidas. Equilibrio y hecho. Fórmula compleja para quienes confunden la libertad con la real gana.
Cary, oh, Cary. Tan elegante, tan distinguido, tan conquistador y luego te pones a cuatro patas para jugar con un perrito. Todo para reírte de tu ex esposa. O, más bien, para que ella se dé cuenta de cuán ridículo es todo, incluso el noviete ese que le ha salido procedente de algún lugar de Oklahoma y que tiene menos clase que un triciclo de carreras. Eso sí, baila de maravilla, ¿verdad, Cary? Y tú te ríes como un gamberro porque ves que eso, a tu ex esposa, no le va nada. Pero nada nada nada…
Irene, oh, Irene. Tú en cambio, eres más bien estiradilla. Eres guapa pero tienes un punto cursi que no puedo con él. Incluso cuando te pones a hacer la gamberra en una fiesta de alto copete parece que eres tan fina como una hoja de papel puesta sobre el fregadero. Y confiésalo, lo del paleto de Oklahoma es para darle en las narices a tu señor ex marido que también se las trae. Lo malo es que estás a punto de meter la pata hasta las enaguas ¿verdad, Irene? Querida, eso pasa hasta en las mejores familias.
Ralph, oh, Ralph. Ni clase, ni elegancia, ni distinción, ni nada que se le parezca. Dinero, eso sí. A espuertas. Pero siento comunicarte que el estilo no se compra con dinero. Es una de esas pocas cosas de este mundo que no dependen de tu madre, ni del concurso de baile de Oklahoma City, ni de los pozos de petróleo que encontraste por casualidad y que te convirtieron en el nuevo rico más impresentable de la historia financiera. Tú quieres a Irene porque tiene lo que tú no tienes y es posible que, estando a su lado, se te pegue un poco. Pero ni por esas. Vuelve con tus botas y tus vaqueros a la taza de polvo de tu tierra y bebe un buen whisky para olvidar.

Leo, oh, Leo. ¡Qué divertida película dirigiste! ¡Qué fantástica guerra de sexos con la libertad como fondo! Y todo para decirnos que la libertad, la verdadera libertad, es el amor con la mujer de tu vida. Risas en cóctel y delicadeza en botellas bien etiquetadas de champagne. ¿Me das un poco?

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