martes, 16 de diciembre de 2014

TESTIGO SILENCIOSO (1978), de Daryl Duke

Todo el mundo sabe que Papá Noel no puede ser un ladrón pero, esta vez, en un banco de un centro comercial, parece ser que, necesitado de fondos, atraca a un banco. Ni siquiera el bueno de San Nicolás es perfecto y el atraco tiene su aquél. Sí, porque comete un error de bulto y es vigilar el movimiento de la sucursal durante algunos días antes de perpetrar el asalto. Eso no tendría mucha importancia en circunstancias normales. Al fin y al cabo, Papá Noel es un anciano con barba, vestido de rojo, con una risa bonachona y siempre rodeado de niños. Es uno de tantos. Sin embargo, hay un tipo muy listo que comienza a darse cuenta de esas rondas de vigilancia, un cajero de banco cansado de ser ninguneado por todos y harto de una vida rutinaria que decide tomar parte en el asunto. ¿Quién es más listo? ¿Papá Noel o el gris oficinista? Eso lo tendrá que juzgar la policía…si se entera de quién es realmente el que se lleva el dinero.
Ah, pero Papá Noel tiene una enorme virtud. Es ubicuo. En Navidades te lo puedes encontrar en cualquier parte repartiendo caramelos, paseando por la calle o simplemente viendo la televisión. Y se da cuenta de que, después de un atraco que ha tenido un éxito más bien mediocre, siempre hay alguien que le debe dinero. Así que se dedica a buscar a los que pueden pagarle. Él no corre peligro. El único testigo del crimen no puede hablar porque tiene, a buen seguro, poderosas razones para no hacerlo y, sin embargo, es el que más sabe. Así que hay que coger a Rudolph y al resto de ciervos e ir a buscarle y, si por el camino, dejamos un par de muertos…pues qué se le va a hacer. Hay niños que merecen carbón y adultos que más vale que se conviertan en fiambre.

Estupenda película, llena de suspense, en un juego ingenioso de gato y ratón que delatan a Elliott Gould y Christopher Plummer como contrincantes de cuidado, Daryl Duke dirigió esta película con un guión de  Curtis Hanson, sabiendo hacia dónde quería ir y cómo sorprender al público. Todo funciona dentro de la trama. La tensión, la frescura, la idea. Los personajes no son lo que parecen y nada es lo que quiere ser. Tal vez porque hay muy pocas oportunidades para dar un golpe que merezca la pena, que te haga pasar por inocente y, al mismo tiempo, te proporcione un futuro lleno de seguridad. Siempre que se sepan sortear los obstáculos impuestos por la crueldad, por la irritante policía y por todos aquellos que una y otra vez se obstinan en etiquetar a las personas por lo que hacen y no por lo que valen. El silencio es el botín y la demostración de inteligencia se deja para quien tenga imaginación. Basta con darse cuenta de que hay un testigo que, realmente, no dice nada aunque parezca todo lo contrario. Y lo único que hay que hacer es tener cuidado, mucho cuidado, de que no te corten el cuello con un cristal. Hay muertes que se quedan grabadas. Como la cantidad de un botín que no cuadra demasiado con la realidad. Como el deseo de salir de una mediocridad que permanece hasta que llega el momento oportuno de asesinar esa horrible sensación.

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