martes, 5 de diciembre de 2017

LA SENDA TENEBROSA (1947), de Delmer Daves

Debido a las festividades de esta semana, sólo publicaremos el jueves el artículo relativo al esperado estreno del viernes anterior. Retomaremos el ritmo habitual a partir del martes 12 de diciembre.

Todo depende del punto de vista con el que se observen las cosas. Cuando la mirada es propia, es más fácil darse cuenta de las estrecheces del cerco policial que acosa a un evadido de la cárcel. También hay un peso moral, de cierta envergadura, que se mezcla con la rabia porque nos damos cuenta de que ese hombre, que somos nosotros, fue condenado injustamente. Mientras tanto, la historia de uno mismo, se dibuja a través de los personajes con los que se encuentra. El tipo despreciable que te recoge en la carretera y empieza a hacer preguntas incómodas, el taxista solitario que no se sabe muy bien qué intenciones guarda, el doctor en cirugía plástica al que le han quitado la licencia y que resulta ser un individuo bastante repugnante y ella…sólo ella…nada más que ella. Con ella, la luz del día resulta diferente y la idea de libertad se vuelve irremediablemente atractiva. Con ella, la música suena a pesar de tener a toda la policía pisándote los talones. Con ella, sencillamente, la esperanza es posible y eso es algo que Vincent Parry perdió cuando cerraron los barrotes tras él.
Claro, que hay algo más. Primero está George. Un buen amigo. De él se puede fiar cualquiera. Algo inocente, tal vez, pero está dispuesto a ayudar. En el fondo, volver a verle, aunque sólo sea un momento, resulta reconfortante. Y también está Madge…esa víbora que resulta, a partes iguales, atractiva y rechazable. Su lengua bífida se dispara en todas las direcciones después de que sus ideas pasen por el corrupto horno de su mente. Siempre piensa en lo peor y es condenadamente lista. Retuerce las cosas hasta lo impensable y, a partir de ahí, se monta su propia versión de los hechos. Habrá que cambiarse la cara. No están los tiempos como para ir enseñando tus facciones por ahí. Madge te puede reconocer. La policía te puede reconocer. Incluso tú te puedes reconocer.
Así que una vez que está resuelto el problema del espejo, nos volvemos a poner en la piel del espectador para asistir a los intentos desesperados de un hombre por demostrar que es inocente. No resulta fácil porque da la casualidad de que, allí por donde pasa, va dejando un reguero de fiambres. Y se le están acabando las oportunidades. Sólo la presión podrá serle de ayuda y, tal vez, su nueva cara. Esa misma que hace que un hombre tan feo sea irremediablemente guapo. Esa misma que parece surcada por cicatrices de vida y no de operación. Esa misma que hace que, de alguna manera, nos adentremos por un pasaje de oscuridad esperando encontrarnos con el odio de aquellos que nunca supieron lo que había en nuestro interior.

Humphrey Bogart no está en esta película. Lauren Bacall es la misma luz. Delmer Daves es el autor de una maravilla visual. Y el público, en su día, no supo entender que esta película es un estupendo intento de evolución que sobrepasa el buen gusto y las intenciones de La dama del lago, de Robert Montgomery, realizada dos años antes. Así que es mejor sentarse en la oscuridad, que nadie nos vea la cara, y, extasiados, dejarse llevar por la personalidad de otro…

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