Cuando
era mayor soñé que teníamos una criada cuya voz parecía un hilo a punto de
romperse. Nunca decía una palabra de más. Nunca tuvo una mirada de reproche
hacia mis trastadas o las de mis hermanos. Ella sólo trabajaba para que nuestra
vida fuera un poco más fácil en un momento que era muy complicado. Y no lo
hacía porque mi madre la pagara, no. Lo hacía por algo tan sencillo y tan
difícil de encontrar como el amor. Ella merecía todos los cielos y todos los
besos porque era capaz de arriesgarse por nosotros y salvarnos de cualquier
situación. Ella era mamá, pero con coraje para enfrentarse a todo. Incluso
contra lo que también la afectaba.
Cuando era mayor esa
chica derrochó dulzura y sacrificio. Hacía lo que nadie quería hacer en la
casa. Si ocurría algo fuera de lo normal, sólo miraba y jamás juzgaba. Tal vez
nos daba lecciones de vida sin decir ni una sola palabra. Y seguro que todo lo
que le ocurría a mi madre, también le ocurría a ella, pero nunca decía nada.
Sólo trabajaba, sonreía, nos despertaba con todo el cariño, deslizando sus
dedos como si fueran ratones de nube por nuestra espalda. Ella no quería
perder, pero salía derrotada. Nunca venció salvo en una ocasión en la que se
ganó todo el amor que en mi familia nos empeñábamos en desperdiciar. Su
valentía era callada. Su esfuerzo era tremendo, recogiendo lo que mis hermanos
y yo íbamos desperdigando por aquella casa enorme y algo fría. Su mirada era
pura comprensión y siempre tenía la expresión justa y educada a pesar de que
los miedos la sitiaban. Sí, cuando era mayor ella fue la que hizo que yo
deseara ser mayor.
Y es que la gente
humilde puede que tenga menos dinero y menos facilidades para afrontar
cualquier dificultad, pero eso no les hace necesariamente más débiles. Ellos
pueden sobreponerse y tirar hacia adelante a base de amor, de dedicación. Y en
estos días de ruido y confusión sé que eso no abunda en un mundo que parece
haber evolucionado muy poco desde los albores de los setenta. Salir con ella a
ver Atrapados en el espacio, de John
Sturges, podía ser toda una diversión particular entre el gentío que se movía
atropelladamente por las aceras de la ciudad. Cuando era mayor soñé que era un
astronauta y que, después, ella me cogería de la mano para regresar a casa y meterme
en la cama.
Con una inmensa ternura
en la mirada, Alfonso Cuarón ha dirigido esta película dedicada a esa criada
que procuró una infancia cómoda a alguien que la recordaría cuando fuera mayor.
Con una fotografía maravillosa en blanco y negro y un realismo detallado, no de
ficción, nos hizo visitar el corazón de esa mujer que fue fundamental en sus
sueños de mayor. Tal vez porque las personas que nos quisieron de pequeños son
las que más recordamos cuando la edad comienza a pasar factura.
Y así, cuando era
mayor, ella aún está ahí, aguantando la injusticia de algún grito desquiciado,
siendo el elemento unificador de una familia que se descomponía y comenzaba a
vagar sin rumbo fijo. Y aceptaba las órdenes y los tontos caprichos que
teníamos de niños mientras mamá trataba de encontrar su lugar de nuevo. Ahora
sé que los aviones recogen a las personas que lo merecen y las llevan al cielo
donde seguro que ella estará, limpiando la casa para que esté reluciente cuando
mis hermanos y yo tengamos que ir. Con todo el cariño. Con todo el dolor.
6 comentarios:
Hacía tiempo que no salía tan emocionalmente noqueado de una película. Y aunque ha pasado cierto tiempo que la vi, y me temo que pasará otro tanto hasta que la vea de nuevo, he perdido algún detalle por el camino, pero lo que no he perdido son las sensaciones. Y me temo también que esas ahí van a quedarse para siempre.
Roma es una obra maestra, yo diría más, una obra de arte. Y sé que el término puede resultar tópico de tantas veces que lo usamos, muchas de ellas gratuitamente. Pero creo que en el caso de la peli de Cuaron es más verdad que nunca. Siempre es un riesgo enfrentarnos a una película de este tipo en la que el director quiera mostrarnos en imágenes lo que fue su propia infancia. Es un riesgo para el propio director que puede quedarse corto y no transmitir lo que realmente ha querido transmitirnos. Y es un riesgo también para el espectador que puede ver en la propuesta un "deja vu".
Nada de esto ocurre en la película de Cuarón. Hay tanta verdad, tanta sinceridad, tanta emoción, y a la vez tanta sencillez. Es difícil no sentirse implicado en lo que te cuenta, porque a ti, aunque vivas en otro país, en otra familia, en otra sociedad, muchas cosas de las que se ven en pantalla te han pasado alguna vez. Esto no es "Cuéntame".
Una lección de cine y de vida que se hace acompañar por una fotografía magnífica y por momentos magistralmente rodados que se te quedan en la cabeza para siempre (la escena del atraco o la de la playa entre tantas otra).
Es una obra maestra para la historia.
Abrazos ahogados.
Es verdad que es una película que hace que salgas del cine emocionalmente descolocado. Entre otras cosas por todas esas sensaciones que enumeras: sencillez, verdad, cariño, dolor, recuerdo, memoria, sinceridad, emoción (muy, muy contenida). Es neorrealismo de verdad en el siglo XXI, sin apelar a lo fácil, sin acudir a la lágrima provocada o al vacío realismo que tanto se nos ha vendido en producciones "off" tratando de fotografiar algo que, en realidad, no tenía nada dentro.
Lo cierto es que sí, "Roma" es una obra de arte que es capaz de arrebatarte las palabras (no fue nada fácil escribir este artículo a la una y media de la mañana del jueves) y, sin embargo, la cabeza no deja de dar vueltas en torno a ese entrañable personaje que tan bien te ha retratado Cuarón con apenas explicaciones. Sin duda, "Roma" también es cine. Cine de categoría. Y cine hecho con muchísimo amor.
Abrazos samurais.
A veces, cada vez menos, porque ahora los dispositivos electrónicos te roban esos momentos, dejas tu vida de lado y contemplas las de otros. Sentado en un banco observas niños jugando en un parque, una mujer leyendo un libro, dos enamorados acercando sus sentires a través de manos, miradas y palabras o justamente lo contrario, diciéndose adiós entre reproches y gestos de huida.
Son personajes fugaces a los que no sigues en sus otros momentos, aquellos que componen su peripecia y a la que suman alguna alegría y no pocas tristezas.
Y a veces el cine te da la posibilidad y te escoge a alguien a quien seguir. Y te sientas en una esquina y ves a una mujer limpiando un patio. Observas como hace la colada mientras los niños juegan. Contemplas las complicidades de las ilusiones enamoradizas. Compartes risas frente a un televisor en un lugar del que pronto se empeñan en recordar que no es el suyo. Te conviertes en columna para ver 360 grados de rutina apagando las luces de una casa. Descubres el estático largo adiós de una mujer que intuye que no volverá a decir hola. Te sumas a una espera eterna en una sala de cine. Asistes a un presagio en forma de terremoto. Viajas a un arrabal esquivando los charcos para demostrar un perfecto equilibrio que no puede ver nadie más y compruebas la violencia de quien quisiste sereno. Percibes como un coche puede convertirse en un desdén hacia quien fue su dueño. Vigilas una escapada buscando un descanso que termina en llamas. Divisas el horror y el miedo de la violencia desatada. Exploras la tensión entre la vida y la muerte. Adviertes que las lágrimas no se pueden ahogar en un mar letal. Y regresas al principio y comprendes que lo has visto todo. Y que todo cambió para seguir igual.
La vida de los otros no tiene banda sonora, ni plano, ni contra plano, ni está repleta de hermosas frases ni contundentes réplicas, ni está hecha de hermosos colores. No le hace falta, es solo verdad, sencilla, simple…Y solo necesitas tener un alma tan sensible como el que te la cuenta para sentir…
Sentir no es fácil, mirar tampoco.
Esta “Roma” de Cuarón es, sencillamente, una obra maravillosa. Y ahora ya vista no se cómo agradecerle cada uno de sus increíbles planos.
Abrazos cantando frente a las llamas.
Sinceramente, yo es un ejercicio que no dejo de hacer. En muchas ocasiones, si lo que me toca es ir al cine por la tarde (suelo ir a un centro comercial de cierto tamaño no muy lejos de mi casa), casi siempre dedico diez minutos a una de estas dos cosas. En una de las plantas hay un hueco en el que se puede divisar a la gente que sube y baja por las escaleras del parking y, olvidándome del móvil y de todo lo demás, observo el comportamiento de la gente. La familia con los hijos, los novios que se besan brevemente, no se vayan a caer, la señora mayor cargada con bolsas, la trabajadora a la que han enviado a buscar algo en alguno de los almacenes...y el espectáculo me resulta fascinante también.
La otra cosa que suelo hacer es acercarme hasta la bolera del mismo centro comercial. Sin presumir demasiado diré que juego aceptablemente a los bolos (muchas horas de juventud tratando de hacer "strikes") y, si alguna vez vuelvo, siempre intento hacer una imitación más o menos graciosa de Jesús Montoya, ese tipo que puede meter una pistola por el culo y luego hacer "click". Bueno, el caso es que voy allí y primero compruebo que la mayoría de gente no tiene ni idea, pero también estudio el comportamiento de la gente. La pandilla de chicos que, invariablemente, cuando una de las tías consigue un "strike" casual sale el listo para pegarle un achuchón, la familia que va con la esperanza de entretener a los más pequeños con un juego que es competitivo y enormemente divertido, la pareja en la que, también invariablemente, el chico intenta darle lecciones a ella aunque se nota a la legua de que él tampoco tiene ni idea, sólo más fuerza; la pandilla de chicos varones en las que hacer el tonto es su prioridad aún con el peligro de que la bola cause algún accidente del que luego se arrepientan...Incluso una vez, para mi pasmo, conseguí ver una familia compuesta por padre, madre, dos chavales de unos doce o trece años y la abuela...para comprobar que la que jugaba de cojones era la propia abuela. Mientras los demás hacían unos marcadores irrisorios, la abuela, tirando con un estilo increíble que haría palidecer al propio Montoya, se colocaba en los ciento sesenta puntos. Fue una auténtica gozada verla.
Cierto es que "Roma" te da la posibilidad de seguir a alguien que, en principio, por el papel que le ha asignado la vida, nunca es nadie apasionante y, sin embargo, Cuarón consigue que lo sea porque la acompañas en todo y para todo. Sufres con ella, lloras con ella, bajas la cabeza con ella (¡cuántas veces a lo largo de la película!), y sabes que ella, realmente, es el elemento unificador de esa familia que no se descompone porque ella es uno de sus pilares fundamentales.
Al respecto, he leído que Cuarón es un tramposo (hay tanta unanimidad alrededor de esta película que no tardarán en salir los "haters") porque pretendiendo contar la historia de su infancia, nos hace saber cosas que un niño no podía saber en esas circunstancias (la insinuación en la fiesta a la madre, el tema del samurai -ridículo y para sacudirle bien sacudido-, el embarazo y las circunstancias en las que se produce) y no cae en la cuenta de que, sin esas escenas, la película perdería parte de su sentido. Es posible que la criada se lo contara a Cuarón ya mayorcito (dudo mucho que con ese cariño que se le tenía, la mujer saliera de la casa así como así). Intentando sacar faltas, ha habido otro por ahí que ha llegado a decir que la película es "lenta y que tiene momentos de gran belleza, pero otros en los que se hace pesada". Juzgad vosotros mismos.
Lo que sí es una auténtica maravilla es ese comentario que has hecho, Carpet, que completa con creces lo que yo haya podido escribir. Gracias por compartir tus sensaciones.
Abrazos superstar.
Lo de los haters seguro, acordaos de "Birdman" vs "Boyhood" y de los que buscando apoyar a una buscaban los defectos de la otra (me acuso porque yo a la de Linklater le veía más defectos que virtudes, pero no era por contraposición, era que realmente los años del mozo no me decían absolutamente nada) o las criticas a "La la land" porque la gente no en la realidad no puede volar.
Mi hija me dijo que no salió del cine emocionalmente tocada como vosotros, pero que según la iba pensando se le hacía cada vez más grande. Yo estoy de acuerdo, a mi me pasó algo parecido. A base de ver cosas sencillas, no te rompe el corazón, pero una vez que buscas en tu cabeza los recuerdos dejados te abre n canal y compruebas la herida.
También es verdad que a algunos se les puede hacer pesada e incluso aburrida, por eso decía que hay que querer mirar para ver. Cuarón te pone todo en plano fijo (casi todo, la escena del samurái tiene algún contraplano, pero poco más) y sólo se desplaza para seguir la escena como si el espectador fuera un sillón o una marquesina o un adorno navideño...Y desde ahí te lo cuenta todo, testigo silencioso. No corras, no saltes, no luches, no te muevas...no te estoy contando una película, te estoy contando la vida.
Lo que cuenta, no es trampa, es pura verdad, porque no lo cuenta desde los ojos de un niño sino de alguien que sabe o ha sabido lo que pasó. No porque lo viviera sino por que lo conoce. ¿Cuál es el problema?
Y por supuesto que hay belleza, hay tanto mimo en retratar a Cleo como en disponer la cámara. Según ha contado apenas existía guión, ni indicaciones para alcanzar mayor o menor dramatismo en los actores (¿los niños actúan o están sólo viviendo las escenas?), sólo algunas frases y unos comentarios sobre lo que tenía que pasar...Y ahora voy coloco la cámara y la muevo hacía los lados para ampliar el foco. ¡Qué barbaridad la escena del asalto a la tienda de bebés! ¡Qué impresionante la de la playa! sin mostrar ni un sólo momento a los niños en el agua, siguiendo únicamente a esa mujer comprendes perfectamente lo que ocurre y el efecto dramático es brutal, mucho más que mostrando en plano corto cada una de las angustias enfatizadas con una estridente música de tensión creciente.
Ya ese inicio con las baldosas del patio y de repente con el agua formar un espejo que te muestra el cielo atravesado por un avión es francamente maravilloso. Todo lo que viene después es aun mucho mejor.
Un amigo mío, un cínico descreído, que sólo soporta el cine si hay las suficientes escenas de acción como para evitar que se ponga a roncar, intentó lanzar dardos envenenados después de ver la película por darle gusto a su mujer. Mi única respuesta a sus bobadas fue: "Ay, que pena"...Y me la da, no hay peor ciego que el que no "sabe" ver.
Abrazos de "encargo"
Los contraplanos de la escena del samurai son fantásticos porque, en realidad, delatan que ella se está riendo de él (tímidamente, pero se ríe) y comprueba lo ridículo que es el fulano. Y, desde luego, la escena de la playa está rodada como los mismos ángeles, utilizando la música como elemento dramático y poner énfasis en una situación que era absolutamente agobiante y verdadera.
El inicio ya me dejó boquiabierto con ese avión reflejándose, al igual que el final, con esa "subida a los cielos" en la que el avión, ya sí, recoge a ese ángel que tanto ha hecho por la vida de los niños.
Sin duda, no hay peor ciego que el que no sabe ver. Y esta película hay que saber verla. También he pillado algún comentario de tono muy ofensivo que llega a decir que no se llega a comprender la película si no se ha vivido en México. Ya ves, el cine es un lenguaje universal y aún hay quien pretende que no lo sea. Por eso puse tanto énfasis en aquellas conferencias que llegué a impartir sobre "saber ver cine". Incluso estoy pensando en retomarlas con las convenientes actualizaciones porque llega a ser preocupante esta falta de interés por todo que no sea acción, acción y acción...como si los sentimientos no fueran acción. Y esta es una película de sentimientos cotidianos que, como tú dices, llegan a producir heridas. Para mí, es la gran favorita para hacerse con el Oscar a la película extranjera. Y sería una gran injusticia si no es así, incluso sin llegar a saber todavía cuáles serán las competidoras.
Abrazos de sábanas mojadas.
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