jueves, 9 de mayo de 2019

KEEPERS: EL MISTERIO DEL FARO (2018), de Krystoffer Nyholm



Allí donde el aire ya no tiene vuelta, donde Dios se niega a posar su mirada, donde la soledad se confunde peligrosamente con los sueños no realizados, es donde se hallan tres hombres dispuestos a guiar a todas las embarcaciones que surcan el desierto del agua que es el mar. El salitre se apila en los párpados y la comida sabe a sal y a ráfaga. Las historias se suceden y se confunden con los recuerdos en las largas noches del viento ululante y el pasado sale al encuentro, acusador y rencoroso, como si sólo contaran los errores y nunca los esfuerzos.
En aquel lugar que, más bien, parece la roca de nadie, ocurre lo impensable. Los ojos se tiñen de sueños a través de un hallazgo inesperado y los remordimientos acaban por morder mientras la lluvia azota tercamente en los cristales. Mientras tanto, el faro, con su ojo encendido, trata de llevar algo de razón a una isla en la que la desolación es puro frío y las nubes claman por sus lágrimas de violencia a la espera del mar enfurecido. Todo se vuelve sórdido, sin sentido, como si la armonía fuera veneno entre el humo del tabaco. Lo impensable se vuelve real, la locura rompe con fuerza contra los acantilados y la marea se empeña en engullir la piedra con insistencia. Así, nadie puede conservar su sano juicio y mucho menos si todo ese paisaje de nada se mezcla con la terrible sangre de los hombres de mar.
No cabe duda de que no deja de ser fascinante la historia de tres torreros que desaparecieron misteriosamente de una isla sin dejar el más mínimo rastro y que, alrededor de eso, se urda toda una trama en la que el asesinato se torna el protagonista y, también, el guía de todos los actos de estos hombres condenados a hacer un trabajo en el mismo centro de la soledad. Y la película mantiene un nivel alto hasta su mitad para, luego, iniciar un lento y suave declive. No basta con sumergirse en el océano de la violencia para seguir haciendo una película atractiva y más aún si lo que se quiere explicar es una desaparición perfectamente lógica. A destacar el trabajo de Gerard Butler, terrible en su camino hacia la desesperación aunque algo precipitado en el desarrollo de su personaje, y, sobre todo, el de Peter Mullan como ese hombre que ya está a la vuelta de todo, con el dolor en su espalda y la mesura en sus acciones. La fotografía de Jorgen Johanson es impecable en sus penumbras y acusadora en sus contraluces. El resultado es una película que se queda algo corta en sus intenciones, pero que es muy efectiva en muchos de sus pasajes.
Y es que los abismos de la personalidad humana siempre son audaces y atrayentes porque, en el momento en que aparece la oportunidad, la avaricia, la soberbia, la culpa, el instinto de supervivencia mal entendido y la búsqueda de respuestas se presentan sin avisar, como quien aparece de improviso, haciendo preguntas extrañas sobre alguien, escondiendo la agresividad de la mirada, ocultando la verdadera naturaleza del depredador que siempre es el hombre. Y hay que tener mucho cuidado, parapetarse detrás de la moral y comenzar a luchar por la propia vida sin perder, en ningún momento, la cordura. No es tarea fácil para quien no puede gritar más que a barlovento, para quien no puede contar a nadie lo que ha ocurrido allí, donde el aire ya no tiene vuelta, donde Dios se niega a posar su mirada, donde la culpa va a construir su propio faro…

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