viernes, 31 de mayo de 2019

GRANUJAS A TODO RITMO (1980), de John Landis



No, no es una gran película. Y no voy a cantar, nunca mejor dicho, sus alabanzas. Pero no puedo evitar estar al lado de Jake y Elwood Blues en la búsqueda de sus músicos y sus instrumentos para salvar el orfanato en el que se criaron. Quizá es una oda al exceso salpicada de música que te hace mover los pies aunque no quieras. Puede que no tenga ningún valor amontonar y amontonar coches de policía en una persecución imposible. Incluso es posible que carezca de valor que en ella se halle la única aparición delante de las cámaras de Steven Spielberg. Da igual. Yo lo que quiero es pensar igual que Aretha Franklin mientras se marca una melodía descarada en una cafetería al uso. O bailar al son de Minnie la mimosa mientras Cab Calloway descabalga su flequillo al mejor estilo del Cotton Club. O quedarme pasmado mientras Ray Charles da un tiento al piano eléctrico en su tienda de instrumentos y parece ver lo que a otros se les escapa. O hallarme al otro lado de la jaula de seguridad para malos músicos mientras se entona el sonido del látigo. O pedir, por favor, que se me dé un poco de amor. Caramba, si hasta deseo ser uno de esos presos que se desquician bailando encima de las mesas del rancho al son del rock de la cárcel. ¿Es que acaso, a pesar de todos sus defectos de película pasada mil veces de rosca, no te lo pasas bien?
Además, por si fuera poco, esa indumentaria de traje de chaqueta y corbata negros con gafas de sol y camisa blanca no lo inventaron aquellos reporteros guasones de Caiga quien caiga y tampoco fue Quentin Tarantino quien lo ideó por primera vez en Reservoir dogs. No. Los primeros fueron Jake y Elwood Blues, que se pasearon por medio Chicago, su dulce hogar, para hacer una obra buena dentro de su particular escala de valores. No importa que Dan Aykroyd fuera el rey del cool y que John Belushi fuera un tipo al que le faltan tres cuartas partes de pernos en la cabeza. Es que la película te lleva en volandas hacia el principado del soul a través de las peripecias de un grupo de chalados que, al fin y al cabo, lo único que quieren es tocar esas melodías que nos ponen de buen rollo y que, queramos o no, forman parte de nuestras vidas. John Landis fue el que dirigió todo el asunto gastándose una fortuna y el tiempo ha sido el encargado de colocar este título como uno de esos que, quizá, no sea el no va más en el campo cinematográfico, pero que contiene un puñado de actuaciones que confieren un valor a la película que la convierte en única. A pesar de todos los cristales rotos, del caos que se aprecia, de la falta de coherencia de muchísimas de sus secuencias, a Granujas a todo ritmo se le perdona todo. Cojan sus ritmos, prepárense a bailar, canten si lo creen necesario y disfruten. Al fin y al cabo, todo el mundo necesita alguien a quien amar.

2 comentarios:

@ediezulz dijo...

Vi la película con mis hijas durante el confinamiento y les encantó. Es cierto que el argumento es mejorable, pero por los cameos y la música merece mucho la pena.

César Bardés dijo...

Es que yo creo que tiene mucho más valor como documento meramente "musical" que como película en sí misma, que se centra mucho en ser lo más gamberra posible y destrozar todo cuanto toca. Por cierto, espero que cayérais en el "cameo" de Steven Spielberg. El único que ha hecho en toda su carrera. Gracias por el comentario.