martes, 21 de mayo de 2019

SHAMUS (1973), de Buzz Kulik



Shamus McCoy es un detective de tercera. Por eso no se puede creer que un multimillonario como E.J. Hume le llame para resolver el asesinato de un tipo que le robó una fortuna en diamantes. De acuerdo, Shamus vive en un estercolero y, quizá, tenga un olfato especial para husmear en los vertederos y esto huele que apesta, pero eso no es excusa para creer que él es un tipo corruptible. A Shamus le gusta la verdad y también, a veces, el peligro. Sólo el justo y el necesario. Tal vez le guste más vivir que tener una vida, pero nadie es perfecto. Y menos aún cuando te mueves en ambientes de billares, bares de mala muerte, prostitutas de tres al cuarto y amigos que presumen de saber quién hizo la segunda carrera en el partido que los Giants y los Cubs jugaron el dos de abril de 1958.
De repente, todo son facilidades. Shamus tiene que olisquear en las altas esferas financieras. Un jugador de fútbol retirado, una chica de ensueño, cinco mil dólares en mano y otros cinco mil cuando acabe el trabajo…Shamus sabe que la felicidad se va con la misma facilidad con la que puede llegar. Al fin y al cabo, él lleva nadando en el lodo desde que decidió instalar un colchón encima de su mesa de billar y colocar el teléfono en una bandeja que cuelga del techo. Demasiado bonito para ser verdad. Shamus McCoy sabe que, en el fondo, las alturas huelen tan mal como el peor de los basureros. Y Hume dice menos de lo que sabe, la chica es tan bonita y tan especial que jamás permanecerá junto a él y uno de sus mejores amigos acabará tan muerto como las langostas que se pueden comer en la cocina del viejo Dottore. Dinero, maldito dinero. Honestidad, maldita honestidad.
Burt Reynolds encarnó sabiamente a Shamus McCoy, personaje que nace de la pluma de Evan Hunter. Nacido para perder, con más golpes que alegrías, con más intentos para la despreocupación que hacia la trascendencia y con algunos toques de comedia, Shamus rinde homenaje a El sueño eterno en varias secuencias, aunque éste sea un detective que no sabe si va a poder hacerse un huevo frito al día siguiente y si la peor de las cervezas también será la última. Su gabardina es más arrugada, su ropa es más sucia, su carácter es más volátil, su suerte es más difícil. Todo eso no importa cuando se tiene la certeza de que la derrota volverá a aparecer a la vuelta de cualquier esquina. Al fin y al cabo, siempre podrá meter los pies en los agujeros de su mesa de billar para mantenerlos calientes y uno se pueda olvidar de los golpes que se reciben. Sólo que algunos duelen más que otros. Incluso aquellos que no tienen respuesta tras una súplica, tras un deseo y tras una mirada de desolación.
Shamus McCoy va a perder de nuevo aunque resuelva el caso. Eso lo saben en cualquier comisaría de policía. Tendrá muchas pistolas detrás del armario de los tacos de billar. Podrá comer bien durante unos cuantos días. Incluso se relajará haciendo algunas carambolas en su despacho lleno de tiza azul. Nadie sabrá que, en él, ya no quedan demasiadas respuestas.

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