viernes, 24 de mayo de 2019

RECUERDA (1944), de Alfred Hitchcock



Recuerda, Anthony. Recuerda que empezaste a vivir en el mismo momento en que me besaste. Ahí dio comienzo todo nuestro futuro sin pasado. No importa lo que hicieras porque sé leer en tu interior y tengo la plena certeza de que eres una persona íntegra, que sufrió algún trauma de infancia como lo delatan tus sueños magistrales de cortinas de ojos gigantes cortados con una tijera, o de ruedas imposibles despeñándose por un tejado, o de sombras de águila que te persiguen por laderas de pirámides. Recuerda que yo haría cualquier cosa por ti y estoy segura de que, cuando te cures, lo sabrás. Se irán de ti esos pensamientos obtusos que claman por sangre porque la rabia te recorre, helada, por tus venas. Olvida esas rayas misteriosas que te obsesionan y te provocan rechazo y piensa sólo en mis ojos cuando se cierran en busca de tus labios, y las rayas son las pestañas de mis telones, que aletean inquietas porque mi mirada te busca incluso cuando no estás. Recuerda, Anthony. Recuerda que el crimen que te acosa no fue tal y que sólo fuiste el testigo impotente de un hecho que te trajo imágenes que creías arrinconadas y, sin embargo, latían en tu corazón atormentado. Y recuerda que te quiero, que abriste todas las puertas que yo creía que estaban cerradas, que liberaste la mujer que hay en mí e hiciste que el territorio de los sueños ya no fuera un objeto de análisis sino un placer que despierta. Tendremos que huir. Tendremos que sufrir, pero también tendremos que amar porque sin amor, nada merece ser recordado. Y yo te voy a hacer recordar. Aunque me cueste un millón de besos.
Un revólver sigue mis pasos. Vacila antes de apretar el gatillo. No lo hace porque sabe que está perdido. Lo sostiene el hacedor de sueños imposibles. Aquellos que atormentan porque parece que no tienen significado y, no obstante, lo tienen. Bucear en el alma humana llega a ser apasionante y ese hombre, esa mano que sostiene a la misma muerte, acabará haciendo justicia. Yo cerraré la puerta y el revólver no habrá disparado. El profesor Brulov, mi querido maestro, sabrá comenzar a leer el lenguaje del subconsciente, que se expresa cada vez que duermes, Anthony. No, no tendremos pasado, pero tampoco lo necesitamos. Ya no habrá más nervios, ni más ansiedades, ni más dudas, ni más odios removiéndose. Sólo tú y yo. Con nuestros recuerdos en común. Con nuestras conversaciones nocturnas, nuestros abrazos únicos, nuestras sonrisas enamoradas, nuestros pareceres profesionales y nuestros días eternos. Recuerda, Anthony…sobre todo, recuerda nuestro futuro.
Alfred Hitchcock se adentró en los terrenos ilegibles de la mente para narrar una historia de amor sin pasado y un asesinato sin futuro. Con todos los tópicos de su cine latentes como el falso culpable, el psicoanálisis, la tensión, el suspense y la verdad, que siempre se escapa por circunstancias que oprimen con más fuerza que lo auténtico. Salvador Dalí le ilustró ese sueño que, a pesar de que duraba media hora, en el montaje final se quedó en apenas un par de minutos. No importa. La obra maestra estuvo muy cerca. Tanto como la banda sonora de Miklos Rozsa. Tanto como el rostro ideal y maravilloso de Ingrid Bergman. Tanto como la desorientación de Gregory Peck. Siempre hay que recordar que hemos visto películas como ésta.

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