viernes, 12 de julio de 2019

CARRETERA AL INFIERNO (1986), de Robert Harmon



De la nada, un extraño. Largo es el camino que conduce hacia las profundidades del alma. Y aquí hay un joven que tiene que emprender el sendero de la supervivencia al volante de un viejo coche. Entre medias, siempre hay algún obstáculo. Alguna curva mal tomada. Algo de arenilla en el lugar menos oportuno. Un fantasma que se dedica a torturar a los conductores…cualquier cosa puede torcer el interminable y aburrido asfalto a lo largo de los sitios más solitarios del mundo. Porque, pensándolo bien, tal vez una carretera sea el enclave más desolado de todos. Bichos en la cuneta. El pavimento que debería moverse está totalmente parado y en el horizonte sólo se divisa la herida que el mismo camino ha abierto a través del paisaje. Jim Halsey tendrá que crecer de repente y, tal vez, enfrentarse al mismo guardián de las tinieblas.
El suspense está servido en medio de esas líneas blancas y monótonas que señalizan la carretera. El malvado parece tener el aliento del asesinato en todas sus miradas. Más que nada porque su única motivación es causar tanto terror como sea capaz. Disfruta con los ojos abiertos por el pánico. Encuentra auténtico placer en el nerviosismo inquieta de quien se siente amenazado. Incluso cuando pronuncia algún elogio se asemeja al anuncio de todos los infiernos. Ya sabéis, somos buenos chicos. Y eso hace que una ayuda se recompense como se merece.
Lo peor de todo es que el joven Halsey presiente que no hay escapatoria ante un tipo que tan sólo se sacia cuando ve el rojo de la sangre en la calzada. Así también da comienzo un audaz juego de astucias en el que se pasará por el miedo, por el pavor, por la superación, por la valentía, por la inteligencia y, también, por la falsa culpabilidad. Quizá no hay nada más placentero que ver sufrir a alguien a quien se quiere hacer daño porque se le acusa de un crimen que no ha cometido. Y más aún cuando ese alguien no hace más que preguntarse cómo es posible que el mismo diablo siempre dé con él.
Excelente película de serie B, mítica con el tiempo, que hizo que muchos autoestopistas dejaran de enseñar el dedo en las carreteras del mundo porque el miedo se instaló en los coches que pasaban y se negaban a recoger a nadie. Brillante Rutger Hauer en la piel de uno de esos villanos para recordar, convenientemente secundado por un C. Thomas Howell que trataba de despegar desde el brat pack de Rebeldes, de Francis Ford Coppola. Bien dirigida a pesar de los evidentes medios escasos, el mérito principal de esta película corresponde al guión de Eric Red, imaginativo y trepidante, que huye de la trampa del estancamiento para hacer progresar con ritmo y criterio una historia que ha quedado en el subconsciente de muchos cinéfilos que aún esperan en un arcén cualquiera.

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