martes, 16 de julio de 2019

PASIÓN DE LOS FUERTES (1946), de John Ford



El humo parece que se eleva por encima del viejo villorrio de Tombstone. Los carruajes pasan a toda velocidad levantando una nube de polvo y el tiempo parece que se detiene porque siempre lo hace cuando la muerte está a la vuelta de la carreta. Un hombre observa todo desde su silla ligeramente inclinada hacia atrás. El desierto, por la noche, quiere abrazarle para no dejarle escapar de tantas tumbas abiertas. El tono es menor, pero los revólveres gritarán bien alto cuando se diriman las diferencias entre la ley y el libertinaje. Mientras tanto, un tísico con sentido de la amistad dirá unos versos en una tasca, una mujer morirá de amor y los coyotes aúllan a la oscuridad, como intentando asustar las balas que ya vienen. Todos los detalles cuentan. Todas las miradas persisten.
Los tiroteos míticos pueden ser realistas y, a la vez, parte de la leyenda que siempre se escribe cuando las armas callan. Quizá el duelo de O.K. Corral nunca ocurrió así, pero así es como nos hubiese gustado que ocurriera. Es el eterno desafío entre la realidad y la ficción, o entre el recuerdo y la imaginación. No siempre ganan los mismos. Por ello, John Ford se atrevió a poner la crueldad de un lado y el respeto a la ley del otro y nos dice que así es como se construyen los países. Henry Fonda realiza una de sus más grandes interpretaciones y nos ofrece un Wyatt Earp creíble, adusto, serio. Quizá la mejor encarnación que se haya hecho nunca del legendario personaje. Victor Mature se hunde en los infiernos de sus propias debilidades y ofrece el mejor trabajo que hiciera nunca. Walter Brennan cambia totalmente el registro al que nos tenía acostumbrados y personifica la maldad con auténtica solidez. Y, al fondo, el paisaje que habla por sí mismo, el asomo del amor que, con timidez, reclama su lugar entre las pasiones de la vida y de la muerte. La poesía surge en cada contraluz de ese blanco y negro que prevalece en el enfrentamiento y la soledad se espanta dentro de aquellos que tenemos el privilegio de ver tanto cine y tanta belleza.
La civilización extenderá sus largas garras y aquellos hombres serán absorbidos por el próximo viento del Este. Sus soledades interiores ya no tendrán razón de ser cuando llegue el ferrocarril, o la motorización, o la desoladora socialización de la llanura. Estarán en su hogar de verdad, aquel que, para ellos, fabricó el destino. Entre pulmones deshechos o placenteras mesas de mantel a cuadros. Las sombras les envolverán y, muchas décadas después, uno de los mejores cineastas de la historia, contará lo que hicieron, con más mentiras que verdades, pero siempre con la seguridad de que merecen tener un lugar en el recuerdo. Dejémonos arrastrar por la emoción que destila la pasión de los fuertes.

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