jueves, 18 de julio de 2019

EL CUENTO DE LAS COMADREJAS (2019), de Juan José Campanella



Es cierto que, cuando todo parece guardar un orden, cuando la paz y la tranquilidad aparente se halla alrededor, siempre aparece un villano para estropearlo todo. Y, casi siempre, se acude a la vanidad para embaucar a los incautos que esperan que el pasado se haga de nuevo presente. En un universo apolillado es demasiado fácil sacar a los bichitos para que parezca que el aire corre de nuevo entre las cortinas del olvido, de la sensación de fracaso por la vejez, del regodeo en glorias pretéritas que guardan secretos orillando la locura.
Así que ahí tenemos a unos cuantos ancianos que son felices escuchando su música, jugando al billar, matando comadrejas a zambombazos y urdiendo nuevas maneras de inventar la palabra justa en el momento adecuado. Hace años, muchos, fueron profesionales respetados, pero el tiempo todo lo borra y ya nadie se acuerda de ellos. Y la ilusión de esa memoria que pervive es la mayor de las trampas para ellos. Ya no tienen edad para andar con tonterías de juventud y ambición. Sus años son arrugas de sabiduría y no deja de resultar peligroso espolearles para que saquen todo aquello que, un día, les hizo especiales. Esta vez, la vanidad va a resultar derrotada porque hay unos cuantos hurones dispuestos a defender la cueva. Y tienen todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Al otro lado, está el haz de luz que sale de los proyectores y que iluminaron sus vidas. La soberbia se hará presente y el juego será apasionante porque el diálogo punzante se dice con naturalidad, la verdad se hace algo difusa y, en todo momento, hay una especie de certeza de que estas criaturas de jardín y té helado saben más de lo que dan a entender. Todo se basa en establecer un plan milimétrico, destinado a engañar a un engaño, hacer que todas las piezas encajen y volver a esa sensación de que cada cosa ocupa su lugar. Incluso las estatuas que adornan el jardín.
Con humor, con sapiencia, con experiencia y con pericia, el director Juan José Campanella nos regala otra película que no decepciona, con interpretaciones certeras y completas de Graciela Borges, la gran dama del cine argentino, Óscar Martínez y Marcos Mundstock. El resto del reparto luce a gran altura y la diversión se asegura entre sonrisas de complicidad, risas gamberras, contestaciones agudas y preguntas innecesarias. La promesa del oro de un nuevo renacer resulta tentador para quien ya ha probado el éxito fulgurante, pero la edad no perdona. Tanto es así que tampoco se suele olvidar lo que se ha aprendido. Y se utiliza más sabiamente. Por eso, no hay que salir de casa. Es posible que más allá de los setos agujereados por los disparos sólo haya agresiones de tipo económico, humillantes, vergonzantes e iracundas. Y, en ocasiones, hasta los reconocimientos obedecen a una paga acordada. No sólo es cambiar una mano por otra. Es también tener la frase a punto y el cerebro despierto. Por eso, es recomendable que vayan a ver esta película. Es posible que, por esta vez, alguien tome al espectador por alguien inteligente.
Es hora de prepararse una bebida fría mientras se desgranan las razones para el amor a través de los años. Ya sean treinta o cuarenta, quien mantiene ese sentimiento vale más que cualquier propiedad del mundo. Y es la nítida demostración de que se perdonan las desviaciones, se conceden segundas oportunidades y se toma conciencia de que lo que se tiene es aún más importante que todas las promesas de un mañana que, tal vez, no exista.

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