viernes, 9 de julio de 2021

AMOR A LA INGLESA (1970), de Alvin Rakoff

 


Ella llama a la puerta, y el tipo es inquietante. Tiene una mirada perdida, como intentando buscar algo. Finalmente, él sonríe. Ella ha ido allí, a su apartamento, muerta de miedo, empujada por un chantaje vil y decidida a salvar a su prometido. El señor Hoffman enseña la casa. El baño, la cocina, el ropero y, finalmente, el dormitorio. Probablemente, ese es el fin aunque hay algo extraño en él, como si eso le interesara sólo un poco y que no fuera su principal motivación. La señorita Smith va dejando regueros de pánico por toda la casa. Cree que todo terminará en lo que realmente interesa a todos los hombres. Pero el señor Hoffman es algo diferente. Quizá sea un hombre realmente enfermo de soledad, incluso estando acompañado. La razón está en un verbo al que no se le da demasiada importancia, pero que resulta fundamental en la existencia de todos. Compartir.

El señor Hoffman no se aprovecha de la situación. Sólo quiere cuidar a alguien. Compartir un par de entusiasmos. Quizá la música. Quizá la naturaleza. O unos sándwiches de pellejo de talón. Eso no importa. Él quiere mirar a su alrededor y encontrar a alguien porque, a pesar de que es dueño de una compañía que factura treinta mil libras diarias, arrastra un fracaso casi insoportable. Quiere mudarse a una casa nueva y olvidar esos rincones en los que tanto ha llorado y sufrido. Y quiere que alguien como la señorita Smith esté allí para prepararle unas tostadas, o una copa, o tocar unos instantes juntos el piano, o desarrollar unos segundos de entera complicidad, o dar un pequeño masaje con crema por una torticolis. El sexo vendrá después, o durante, o nunca. Pero ella estará ahí. Y cada día tendrá su sonrisa, su interés, su momento siguiente.

No deja de ser una obra de teatro en la que Peter Sellers, sin renunciar a algunos momentos de comicidad, demuestra que también podía ser dramático o, incluso, patético. Algunas situaciones y diálogos tienen su agudeza y Sinead Cusack, como la señorita Smith, está irremediablemente brillante y atractiva. La película, por otro lado, también se adentra un tanto obsesivamente en la austeridad de sus imágenes, con algún que otro pasaje moroso y prescindible. Sin embargo, es interesante volver a comprobar cuáles son los caminos tortuosos del sentimiento, de la soledad, de encerrarse en una situación y salir de ella a través de un hecho que, en sí mismo, es bastante reprochable. Al fin y al cabo, los hombres merecemos la fama de egoístas e imponedores. Hasta los más inocentes pueden acabar siendo así.

Así que hay que dejarse llevar por esta improbable pareja formada por el señor Hoffman y la señorita Smith. Ella mirará siempre de reojo para vigilar que él no estará intentando obtener por la fuerza lo que nunca podrá poseer por sosería, inapetencia o ridiculez. Él buscará, hasta el límite, complacer a la única persona que ha tenido más cerca para demostrarse a sí mismo que es un hombre capaz de hacer feliz a alguien. Y no, el baño tampoco será un refugio, el café será inútil y la decepción es lo mejor para echarse en los brazos de otro.

2 comentarios:

Lorena dijo...

Pero... ¿por qué haces estas reseñas preciosas que empujan a ver estas películas y a sentir que hay vida, antes y después de los blockbusters? Eso no es justo en tiempos donde la belleza es tan esquiva.

César Bardés dijo...

Bueno, son palabras muy bonitas las que dices. Trato de meteros el gusanillo para que veáis cuanto más cine, mejor. Y si son películas no demasiado conocidas, también mejor porque eso hará que, a su vez, también busquéis por vuestra cuenta. Es intentar una reacción en cadena que sé que es bastante utópica, pero cuando encuentro lectores como tú, sé que no caen del todo en saco roto.
Gracias de nuevo.