Ella llama a la puerta,
y el tipo es inquietante. Tiene una mirada perdida, como intentando buscar
algo. Finalmente, él sonríe. Ella ha ido allí, a su apartamento, muerta de
miedo, empujada por un chantaje vil y decidida a salvar a su prometido. El
señor Hoffman enseña la casa. El baño, la cocina, el ropero y, finalmente, el
dormitorio. Probablemente, ese es el fin aunque hay algo extraño en él, como si
eso le interesara sólo un poco y que no fuera su principal motivación. La
señorita Smith va dejando regueros de pánico por toda la casa. Cree que todo
terminará en lo que realmente interesa a todos los hombres. Pero el señor
Hoffman es algo diferente. Quizá sea un hombre realmente enfermo de soledad,
incluso estando acompañado. La razón está en un verbo al que no se le da
demasiada importancia, pero que resulta fundamental en la existencia de todos.
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El señor Hoffman no se
aprovecha de la situación. Sólo quiere cuidar a alguien. Compartir un par de
entusiasmos. Quizá la música. Quizá la naturaleza. O unos sándwiches de pellejo
de talón. Eso no importa. Él quiere mirar a su alrededor y encontrar a alguien
porque, a pesar de que es dueño de una compañía que factura treinta mil libras
diarias, arrastra un fracaso casi insoportable. Quiere mudarse a una casa nueva
y olvidar esos rincones en los que tanto ha llorado y sufrido. Y quiere que
alguien como la señorita Smith esté allí para prepararle unas tostadas, o una
copa, o tocar unos instantes juntos el piano, o desarrollar unos segundos de
entera complicidad, o dar un pequeño masaje con crema por una torticolis. El
sexo vendrá después, o durante, o nunca. Pero ella estará ahí. Y cada día
tendrá su sonrisa, su interés, su momento siguiente.
No deja de ser una obra
de teatro en la que Peter Sellers, sin renunciar a algunos momentos de
comicidad, demuestra que también podía ser dramático o, incluso, patético.
Algunas situaciones y diálogos tienen su agudeza y Sinead Cusack, como la
señorita Smith, está irremediablemente brillante y atractiva. La película, por
otro lado, también se adentra un tanto obsesivamente en la austeridad de sus
imágenes, con algún que otro pasaje moroso y prescindible. Sin embargo, es
interesante volver a comprobar cuáles son los caminos tortuosos del
sentimiento, de la soledad, de encerrarse en una situación y salir de ella a
través de un hecho que, en sí mismo, es bastante reprochable. Al fin y al cabo,
los hombres merecemos la fama de egoístas e imponedores. Hasta los más
inocentes pueden acabar siendo así.
Así que hay que dejarse llevar por esta improbable pareja formada por el señor Hoffman y la señorita Smith. Ella mirará siempre de reojo para vigilar que él no estará intentando obtener por la fuerza lo que nunca podrá poseer por sosería, inapetencia o ridiculez. Él buscará, hasta el límite, complacer a la única persona que ha tenido más cerca para demostrarse a sí mismo que es un hombre capaz de hacer feliz a alguien. Y no, el baño tampoco será un refugio, el café será inútil y la decepción es lo mejor para echarse en los brazos de otro.
2 comentarios:
Pero... ¿por qué haces estas reseñas preciosas que empujan a ver estas películas y a sentir que hay vida, antes y después de los blockbusters? Eso no es justo en tiempos donde la belleza es tan esquiva.
Bueno, son palabras muy bonitas las que dices. Trato de meteros el gusanillo para que veáis cuanto más cine, mejor. Y si son películas no demasiado conocidas, también mejor porque eso hará que, a su vez, también busquéis por vuestra cuenta. Es intentar una reacción en cadena que sé que es bastante utópica, pero cuando encuentro lectores como tú, sé que no caen del todo en saco roto.
Gracias de nuevo.
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