miércoles, 7 de julio de 2021

VIDA CON PAPÁ (1948), de Michael Curtiz

 

Clarence Day es un hombre excéntrico. Ha construido el mundo a su medida y, en él, se mueve a través de la lógica más aplastante. Ha conseguido una buena cantidad de dinero y se ha asegurado una posición más que cómoda. Tiene una encantadora esposa y cuatro hijos que empiezan a vivir su vida. Él cree que sus decisiones son absolutamente correctas y no hay más discusión. Sin embargo, comete un error de bulto, algo impensable en un hombre versado en las sinuosas curvas del Cambio y Bolsa. En una conversación aparentemente intrascendente confiesa que nunca ha sido bautizado. Y, claro, eso no se puede permitir. Clarence ya va teniendo una edad y la jubilación anda muy cerca y su esposa, Vinnie, no puede permitir que su marido no haya lavado su pecado original porque el cielo sólo admite a los que han pasado por el agua divina. Le guste o no va a tener que ser bautizado. Y no se hable más.

De esta manera, el mundo de Clarence se tambalea de la manera más tonta. Su autoridad, eso es lo que más duele, ha sido puesta en cuestión. Al fin y al cabo, no está bendecido por la iglesia y eso es imperdonable. Así que, con esta excusa, las maneras victorianas de finales de siglo se ponen en cuestión a cada paso. Pero si incluso se cuestionan los papeles de la mujer en la época. Inconcebible.

Con unas interpretaciones inteligentes y bordeando la excelencia, William Powell e Irene Dunne bordan sus personajes tratando de liberarse o acomodarse dentro del corsé de la rígida moral victoriana. La comedia está llena de clase y elegancia, con algún que otro toque prescindible como el romance entre Elizabeth Taylor y Jimmy Lydon, que incorpora a Clarence Junior. Sin embargo, no empaña en absoluto el resultado, con líneas de diálogo memorables, al borde de la carcajada, con actitudes realmente sorprendentes y sabiduría por los cuatro costados. La vida con papá podría ser muchas cosas, pero, en absoluto, era aburrida.

Y es que hay que desarrollar una creencia ciega en Clarence y Vinnie, de principio a fin. Por los alrededores también hay un reverendo muy particular, interpretado con la capacidad que siempre demostró un actor como Edmund Gwenn, y, de paso, también se dan unas cuantas lecciones sobre patentes medicinales, cerámicas, economías domésticas y toneladas de encanto. En el fondo, vivir con papá era un continuo carrusel de emociones que siempre se recuerdan con una sonrisa y el fin de una época siempre es un motivo para la parodia, en este caso, elegante. No hagan caso de los excesos histéricos o de las convenciones de una sociedad mojigata y anticuada. La película, por si eso fuera poco, es de una asombrosa modernidad que también delata las falsas hipocresías y los roles adjudicados por cuestión de sexo. La lengua afilada se encargará de dar un repaso a muchas de las cosas que nos preocupan hoy en día a pesar de que la acción se sitúa en 1885. Y eso hace que esta película merezca ser rescatada de la oscuridad y que brille tanto como lo que enseña.

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