Con este artículo despedimos el blog ya hasta el 1 de septiembre. Las visitas han bajado y todos pensamos en mirar al cielo de otro lugar y tratar de superar todo lo que hemos dejado atrás. Las mareas no nos arrastrarán, pero se llevarán nuestra esencia, lo mejor de nosotros mismos. Feliz verano a todos y buenas vacaciones.
Atravieso el puente que
me lleva a mí mismo y sólo pienso en tu nombre. Me has conocido, me has
explorado, me has amado y, a pesar de que la suave y soleada brisa parece
escribir un futuro encajado, en un rincón del alma, allí donde nadie puede
llegar, sigues estando tú. Lowenstein…Lowenstein…el amor ha sido como las
mareas, han juntado el agua con la orilla para dejar un fugaz beso que, luego,
se arrastra mar adentro. En ese viaje de espuma bajo el cielo, aprendí a leer
en mí mismo y a devorar el amor que se agitaba bajo las sábanas. Estando
contigo he vuelto a revivir las imágenes de mi infancia, de niño y joven
impulsivo, esquivando los golpes de una existencia que nunca ha sido demasiado
grata. Vine para salvar a alguien y acabé salvándome a mí mismo mientras susurro
tu nombre conduciendo hacia ningún lugar. Lowenstein, podré estar tranquilo,
podré vivir sin sobresaltos, sin traer de nuevo a la memoria todas las cosas
que me hicieron daño, pero no seré feliz porque, sencillamente, no estás tú.
Sé que hay pocas cosas
que se puedan disfrutar más que dar un par de lecciones a ese violinista
arrogante que cree que tiene derechos sobre tu piel y sobre tu cariño. Ése, al
fin y al cabo, es uno de los entretenimientos más ociosos de cualquier hombre.
Meterse con un tipo con el que se supone que mantienes una relación para que
queden al descubierto sus enormes carencias, sus apariencias estúpidas, sus
vanidades orquestadas. Tal vez porque no ha caído en que todos tenemos algo que
decir y que, es posible, no sepamos leer una partitura, pero sabemos
interpretar las pulsiones de la vida. Simplemente porque, en ella, ya has
entrado tú. Lowenstein…Lowenstein…en tu mirada están todos los misterios que no
supe resolver, todo el dolor que siempre me he guardado, todo el amor que he
podido sentir, todas las renuncias que me han hecho bajar la cabeza y seguir a
duras penas. Las mareas suben y bajan, como el sueño de tus labios, como la
memoria de tu nombre.
Fui príncipe de una tierra que no me pertenecía y, ahora, regreso al comienzo. Con el sufrimiento a cuestas y la esperanza por delante. Los traumas del pasado han sido depositados en todos y cada uno de los besos que no te he dado, en el detalle de cada abrazo que se perdió, en la complicidad que surgió siempre de forma mágica en nuestras conversaciones, en nuestros deseos y en nuestras frustraciones. Tu nombre vuelve a mí a cada paso, con cada recuerdo que me hace sentir algo muy cercano a la felicidad. Mi ola se aleja y tu arena desprecia su humedad evidente y se filtra por las entrañas de tu playa. A partir de ahora, después de este puente, con el ocaso sobre la piel, no se verá mi rastro en la persona que ha sido más importante que yo mismo. Sólo habrá una intuición y, una vez más, murmuraré “Lowenstein…Lowenstein…”
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