jueves, 17 de julio de 2025

EL VERANO DE SUS VIDAS (2012), de Rob Reiner

 

Con este artículo acabamos la temporada de cine y cerramos el blog hasta el martes 2 de septiembre. Ha sido un curso muy largo y muy agotador. Sin embargo, el cine siempre estuvo ahí, dispuesto a escucharme y a ser el amigo que se necesita. Espero que no lo olvidéis y que sigáis viendo películas en vuestro descanso. Un abrazo para todos.

Puede que haya llegado el momento de desmontar del caballo y caminar hacia el crepúsculo. Demasiados golpes en la vida para un simple escritor que conoció el éxito con la calidad que destilaba en sus novelas del Oeste. Ya no queda nada de inspiración porque hace seis años se fue lo que más quería y su desgracia paralizada se quedó sin motivos para seguir. Ni dignidad, ni orgullo, ni nada. Sólo un sobrino que se preocupa y que quiere que siga viviendo en algún lugar tranquilo para intentar un último duelo con la vida. ¡Qué tontería! Como si una puesta de sol en verano, a la orilla de un lago, pudiera quitar de un plumazo todo lo que apesadumbra una existencia que se antoja inútil. El sobrino, con toda la buena intención que guarda, incluso se lleva un diploma acreditativo de un premio que el escritor recibió desde su sempiterna silla de ruedas hace mucho, mucho tiempo, cuando aún tenía ganas de expresar lo que sentía. Ahora ya no siente, ya no cabalga, ya no sueña. Es mejor terminar.

La vida, ya se sabe, es una mujer caprichosa que, de repente, puede mimarte hasta el exceso. Y en ese retiro obligado, en esa última oportunidad que el sobrino bienintencionado le otorga, el escritor conoce un sitio maravilloso, tranquilo y acogedor que lo resulta aún más cuando conoce a sus vecinas. Se trata de una mujer muy atractiva, en pleno trance de divorcio, con tres hijas a su cargo. Y es que el escritor se da cuenta de no que no sólo puede recibir sino que aún es capaz de regalar. Sobre todo y ante todo, puede enseñar a esas personas a imaginar, una herramienta extraordinaria para seguir viviendo y hacer que la vida sea soportable. Una niña, incluso, le paga para que le enseñe a canalizar la fantasía porque ella no sabe. Es posible que sea porque su padre se ha ido y no tiene muchas ganas de volver a verlas. Es posible porque crea que ese lugar tan idílico, en realidad, sea un callejón sin salida que la condene a una existencia gris y opaca. El escritor, viendo que la niña comienza a imaginar, vuelve a escribir. Y cuando uno escribe con ganas, aunque sea un cuento de apariencia infantil, es probable que vuelva a sonar un vals para bailar con aquello que no se tiene y que se vuelva a ver todo aquello que no se ve.

Excelente película, apacible y de buen gusto, dirigida por Rob Reiner e interpretado con la sabiduría habitual de Morgan Freeman dando vida a ese escritor que sólo quiere acabar con todo y que hace creer a todo el mundo que la imaginación es la más extraordinaria vía de escape para las personas. Con ella se puede visitar el mundo, crear a los personajes más fascinantes…e, incluso, bailar un vals con unas piernas que hace mucho que dejaron de funcionar sólo porque el amor, ese don huidizo y terco, es la mejor de las imaginaciones posibles. Y también porque es lo que proporciona los mejores momentos…aunque sólo pasen por la siempre fugaz imaginación. Y se recuerdan. ¿No es fascinante?

ELIO (2025), de Domee Shi, Madeline Sharafian y Adrián Molina

 

Elio es un niño que lo ha perdido todo. Su mundo se ha venido abajo y se ve demasiado pequeño como para reconstruirlo. Se han hecho cargo de él, pero en su continua maniobra de evasión, está entorpeciendo los anhelos de quien le quiere. Y, por supuesto, él cree que nadie le quiere. Está fascinado con los extraterrestres. Piensa que en un universo de quinientos millones de planetas parecidos al nuestro, tiene que haber vida en algún lugar. Y quiere llamar a alguna de sus naves para que le abduzcan. Así, es posible, tendrá la oportunidad de empezar de nuevo. Sin cariños de compasión, sin nada que le ate. Sólo con el infantil afán de hacer nuevos amigos y ser feliz fuera de este mundo.

Elio olvida que los extraterrestres, por muy perfectos y por muchas habilidades ignotas que posean, pueden ser buenos, pero también pueden ser malos. Allí, en el espacio infinito, aprenderá que el amor de quien te quiere de verdad es incondicional. No importa lo que hagas, por mucho que esté en contra de lo que otros piensen, siempre estará ahí, como el asidero del auxilio más extremo, como la última nota de una canción, como una señal de radio que rebota en el infinito, pero tendrá que hacer ese viaje. Valorar la auténtica amistad. Valorar el único amor que nunca falla. Valorar la certeza de que todos y cada uno de los habitantes de este planeta de lágrimas es único e irrepetible. Elio no lo sabe. Él es uno más. Tan prescindible como cualquiera. Tan inútil que tiene la seguridad de que nadie le echará de menos, y tampoco estará de más.

Lo que quiere decir esta película, sin duda, es bonito. Trata de dejar un mensaje de amor en un mundo frío que, cada vez, tiene menos tiempo. Sin embargo, en esta ocasión, la Pixar no acierta. Todo resulta en un festival de colorines, con personajes gruesos o muy, muy evidentes. Acaba por ser cristalino que la productora, esta vez, ha apostado más por el público infantil que por el adulto y, en algún momento, por muy agradable que sea, termina por ser inane, sin demasiado sentido del humor, por mucho homenaje a Terminator 2 que se incluya.

Y es que una de las características más destacables del cine de la Pixar siempre ha sido su sobresaliente trabajo en los guiones que, en ningún momento, dejaba de lado al público adulto que, al fin y al cabo, también va y, en última instancia, es quien paga. No cabe duda de que el público infantil disfrutará con tal despliegue de elementos visuales llamativos que se acerca mucho a un masaje para los ojos, pero no termina de ser tan brillante, tan aguda y tan divertida como han sido otras películas de la factoría. Y no enumero ejemplos porque hay muchos.

Eso sí, no se preocupen, que la dosis de emoción está asegurada. Hay lágrimas, hay despedidas que cambian absolutamente su significado cuando se dicen por rutina o cuando se dicen con sentimiento. Como ese “Vale. Te quiero. Adiós” que muchos niños han dicho a sus padres, a veces con prisa, a veces con una sonrisa que no tiene precio, a veces con un profundo significado de cariño. Todo lo que necesitamos todos los seres humanos es amor. Con él, podemos sobrellevar cada uno de los reveses que nos tiene reservado el destino e, incluso, en alguna que otra ocasión, también puede cambiarlo, pero debemos guardar la seguridad de que lo poseemos. Si no, desearemos que algún extraterrestre cruce la galaxia, nos secuestre y nos lleve a un mundo donde todo parecerá perfecto, excepto la auténtica sensación de sentirse amado por alguien que dará lo que nadie más puede dar. 

miércoles, 16 de julio de 2025

LALO SCHIFRIN: MÚSICA IMPOSIBLE

 

A finales de los años cincuenta, el trompetista y compositor de jazz Dizzy Gillespie realizó una gira por Sudamérica y, en una noche libre, fue a un pequeño club a escuchar a un pianista que le habían dicho que merecía mucho la pena. Era un jovencito de veintisiete años que sorprendió al maestro por la originalidad de sus ritmos. Al acabar la presentación, fue a hablar con él y le prometió que le llamaría para que se trasladase a Estados Unidos para tocar juntos. Un año le costó a Gillespie encontrar el hueco para ese pianista, pero Lalo Schifrin, que así se llamaba, comenzó a tocar con ese música de trompeta torcida y hasta el mismísimo John Coltrane quiso que le acompañara en algunos de sus conciertos.

Alguien habló a Lalo Schifrin de las posibilidades que se abrían ante él en la composición de la música para películas. Al principio, no le dio mucha importancia, pero surgió la oportunidad a través de un largometraje de serie B que se estaba preparando con el título de Rinocerontes blancos, una cinta ambientada en África sobre unos cazadores que le daba a Schifrin la posibilidad de experimentar con ritmos africanos. La película, protagonizada por Harry Guardino, Shirley Eaton y Robert Culp, nunca pasó de la exhibición en circuitos de cines de barrio, pero todo el mundo salía del cine elogiando aquella música poderosa que contenía.

Años después, el productor televisivo Bruce Geller vio la película y creyó que aquel tipo era el indicado para componer la sintonía de la serie que estaba preparando para su estreno en televisión. Su título era Misión: Imposible. Schifrin entregó una banda sonora rutinaria, pero Geller le dijo que aquello no era lo que estaba buscando, que lo que quería realmente era algo que hiciera que, si alguien estaba lavando los platos y sonaba la sintonía, dejara lo que estuviera haciendo porque empezaba la serie. Schifrin lo entendió perfectamente y quiso investigar un poco para ver qué podía hacer. Se dio cuenta de que la letra M, en Código Morse, eran dos largas; y la letra I, eran dos cortas. Con esa premisa, Schifrin dio a luz una de las sintonías más famosas de la historia de la televisión y, posteriormente, del cine.

Paralelamente, Schifrin continuaba con su aportación al cine con películas como El último homicidio, una banda sonora vital dado que una buena parte de su acción ocurre en un club de jazz; o, por supuesto, los magnéticos acordes de El rey del juego, de Norman Jewison, pero también las tonalidades del medio Oeste en una película tan recordada como La leyenda del indomable, de Stuart Rosenberg, con un inconmensurable Paul Newman, o uno de sus mejores trabajos en Bullitt, de Peter Yates, acompañando a Steve McQueen con una combinación jazzística moderna entre la serenidad del personaje y la trepidante trama. También fue el autor de ese inolvidable tema Burning bridges, interpretado por la Mike Curb Congregation para Los violentos de Kelly, de Brian G. Hutton.

Su aportación a la banda sonora de películas fue inapreciable. Con un estilo vanguardista y, a menudo rompedor, Schifrin era un buscador de ritmos incansable y especialmente lúcido, que hacía que la banda sonora no fuera un mero acompañamiento, sino también una caja de música que se quedaba grabada con facilidad en la mente del espectador. Así fue en Harry, el Sucio, de Don Siegel, o en la que, posiblemente, fuera la mejor película que hizo Bruce Lee, Operación Dragón, hoy irremediablemente trasnochada si no es por su espléndida banda sonora.

Otros títulos tan importantes en la historia de la música en el cine se agolpan en su filmografía como la excelente La gran estafa, de Don Siegel, o las bandas sonoras de series como Mannix o Starsky y Hutch, que deben gran parte de su agilidad a la música de Schifrin. También podía ser casi solemne en otro tipo de películas como Ha llegado el águila, de John Sturges, o el excelente trabajo que realiza para Brubaker, de Stuart Rosenberg, con Robert Redford destapando las carencias del sistema penitenciario. Resulta especialmente sutil para Billy Wilder en su última película Aquí, un amigo y violentamente ambiguo en Clave: Omega para Sam Peckinpah. Tampoco hizo ascos a la ambientación del cine de espionaje en El cuarto protocolo, haciendo que la prisa por caza al espía ruso con una bomba atómica casera fuera especialmente agónica.

En su larguísima filmografía de más de doscientos títulos, Schifrin dejó un legado de avances considerables en la búsqueda de música para unas imágenes que fueron mucho, mucho más poderosas a través de sus melodías imposibles y su pasión por remover al oyente de su asiento. Un grandísimo compositor.

martes, 15 de julio de 2025

OPERACIÓN SWORDFISH (2001), de Dominic Sena

 

Tomemos por ejemplo a Al Pacino en Tarde de perros. Sin duda, su mejor trabajo, si exceptuamos Serpico y, tal vez, El padrino, primera parte. Uno de los mejores títulos de Lumet. Imaginemos que en lugar de permanecer allí con los rehenes, hubiera asesinado a la rubia guapa a la primera de cambio. Con su permiso, señores, tengo que irme.

Así de fácil es una negociación. Tomando como referencia un viejo éxito del cine de los años setenta, un título mítico sobre unos atracadores que no consiguen lo que desean porque todo, absolutamente todo, sale mal. Es que, en este caso, no estamos ante un atracador vulgar. Él es un individuo que está disfrazando de asalto a un banco lo que no es más que un escalón más en su plan fascista. El patriotismo llevado al extremo puede dar origen a la canallada más impensable. Y este tipo, está dispuesto a ir hasta el final. No como Al Pacino en Tarde de perros, no. Hasta el final.

Para ello, necesita a un genio en la tecnología informática, uno de esos tipos que se han pasado la vida intentando traspasar los cortafuegos y barreras encriptadas del Pentágono hasta que lo consiguen. Para atraerle, nada más fácil. El fulano no ha pasado una buena racha. Ha estado en la cárcel, lo pillaron por poco y tiene una hija excepcional por la que bebe los vientos. Y, por si eso fuera poco, se le pone el cebo de una chica que dice que trabaja para la Agencia Antidroga. Vamos, que el genio informático se va a adentrar en un campo de minas, dispuesto a saltar por los aires.

Para que alguien esté dispuesto a saltar por los aires, no hay nada mejor que demostrar que se está dispuesto a llegar al final. La gente no lo sabe, pero necesita el fascismo para tener una cierta sensación de orden entre tanto caos. Y esto va a ser lo que tendrán. Millones para guerras sucias e ilegales. La seguridad puesta en cuarentena. Usted va a poder ser espiado, pero no se moleste, es por su bien. Ya es hora de que alguien tome cartas en el asunto.

Con una premisa y un desarrollo muy atractivo, Dominic Sena dirigió este entretenimiento que contiene una de las escenas de efectos especiales más complicadas de rodar, como es la explosión con la que se abre la historia después de la perorata de Al Pacino. Y es realmente absorbente todo lo que propone hasta que Sena opta por la acción desbocada, ya en las fronteras de lo increíble y de la rosca más pasada. A partir de ahí, en determinados pasajes, la película renuncia a su estado primigenio de hacer pasar a un ladrón por un patriota extremista y equivocado y pasa a ser un espectáculo de acción que acaba por no tener sentido al buscar el exceso hasta más allá del límite. Buen trabajo del cuarteto protagonista, John Travolta, Hugh Jackman, Halle Berry y Don Cheadle, buenos efectos especiales, buena factura…pero parece como si, temerosos de que les quedara una película corta y apañada decidieran optar por un largometraje que llega a aturdir. Ya se sabe, cuando se trata de pillar a un pez espada, a veces, se prefiere a un tiburón. Ustedes tienen la palabra.

viernes, 11 de julio de 2025

EL AMIGO AMERICANO (1977), de Wim Wenders

 

Es difícil definir el carácter de Tom Ripley. Es una de esas personas que ofrece dos caras con la excusa de su propia conveniencia. Por un lado, está el Ripley sin escrúpulos, que no duda en vender a quien sea, como sea y de la forma que sea. Es capaz de cometer las mayores maldades con esa habilidad escurridiza que posee. Por otro lado, está el Ripley que parece muy amigo de sus amigos, ese que parece que destila cariño por el otro, a pesar de que le ha metido en los mayores apuros que se puedan imaginar. Ambas facetas, juntas, conforman a un tipo malvado conquistador, a un hombre que vendería a su madre y, al mismo tiempo, no dudaría en echar una lágrima cuando los repartidores vienen a llevársela.

En este caso, Ripley está metido en negocios poco claros de arte. Conoce a un enmarcador, un tipo que parece buena persona, que entiende de cuadros y de música y que, desgraciadamente, parece que está enfermo. No te preocupes, amigo. Si me haces un favor, te garantizo que tendrás al mejor médico para que confirme o deniegue el diagnóstico de leucemia y ganarás el suficiente dinero para que tu familia no pase apuros cuando tú no estés. Es así de sencillo. Por un lado, la tiniebla. Por el otro, la esperanza. Lo único que se omite es el favor. Y ése no es otro que convertirse en un asesino y matar a un objetivo.

En esta ocasión, tras las cámaras está Wim Wenders, que opta por el universo de Edward Hopper para retratar las andanzas de Tom Ripley junto al incauto fabricante de marcos para cuadros, Jonathan. De alguna manera, Wenders fusiona el fondo con la forma para darnos, una vez más, la impresión de que hay algo agradable en el mundo mientras que, al mismo tiempo, huele a muerto. Dennis Hopper interpreta a Tom Ripley y da con un personaje que resulta, de algún modo, rechazable. Y no me arriesgo demasiado si digo que consigue una de las mejores interpretaciones de su carrera. El desventurado pececillo que se adentra en el proceloso mar de la baja delincuencia es Bruno Ganz, que hace que parezca fácil el deseo de morir en libertad. Mientras tanto, Europa es un escenario que, a cada momento, parece estrecharse en pos de estos dos hombres que mezclan la sangre con la amistad con cierta soltura. Para ello, Wenders no duda en convencer a una serie de amigos directores para que interpreten papeles secundarios, destacando por encima de todos ellos Nicholas Ray y Samuel Fuller. Eso sí, todos esos directores interpretan el papel de malvados. Por algo será.

Así que no se fíen de aquel que viene con buenas palabras y estupenda disposición. Seguro que, al final de la palabrería, hay una petición. Deslizada como si nada, como si fuera parte de la última oración cuando, en realidad, es la razón de toda la charla. Hay que tener cuidado con las conclusiones. A menudo, son más decepcionantes que todo el resto del relato. Cojan el coche y huyan. De otro modo, la sombra de un personaje como Tom Ripley les perseguirá para siempre.

jueves, 10 de julio de 2025

JURASSIC WORLD: EL RENACER (2025), de Gareth Edwards

 

Hacía falta algo de sangre nueva en la franquicia para revitalizar el eterno relato de los dinosaurios dominando la Tierra. Y se ha conseguido gracias a que tras las letras se halla un guionista de enorme categoría como David Koepp y que en la dirección se erige el tipo que hizo la que, posiblemente, sea la mejor película del universo Star Wars de la última época como es Rogue One y que responde al nombre de Gareth Edwards. El resultado es una película que entretiene con creces, con algún que otro elemento sobrante que no empaña la valoración final y con dos o tres secuencias admirablemente bien tensionadas con homenaje incluido al Tiburón, de Steven Spielberg.

Y es que hay que saber jugar con cartas ganadoras. Por supuesto, se reincide en los malvados ejecutivos que quieren sacar provecho del error que se cometió con la reproducción genética de los animales antediluvianos y con la consabida familia metida de lleno en las fauces…perdón, en las garras, perdón, en la intrincada selva prehistórica huyendo despavoridos de los colmillos más afilados de la creación. Sin embargo, hay momentos muy buenos, que consiguen mantener la atención, faltando, quizá, algún susto y adentrarse sin miedo en los terrenos siempre resbaladizos del terror, pero el aprobado alto no hay quien se lo quite, aunque se use y se abuse de la mutación de dinosaurios creados con el cruce de diversos ADN en el sempiterno juego del hombre queriendo ser Dios.

Por otro lado, Scarlett Johansson aporta una interpretación relajada, sin realizar demasiado énfasis en los intervalos dramáticos que explican su personaje. A su lado, bien por Jonathan Bailey que, por una vez, hace de un científico que es algo más que un comparsa culpable. Mahershala Ali, por su parte, también tiene un par de pasajes de cierta altura y el conjunto hace que todos nos traslademos a la enésima isla en la que el hombre intentó manipular la creación de animales que ya tuvieron su oportunidad y que, en esta ocasión, revelan el cansancio que el público acusa sobre ellos y la inevitable debilidad física en un mundo que, sencillamente, hace mucho que los rechazó.

Así que vamos a por sangre, que diría aquel. Se pueden salvar blablabla miles de vidas con la investigación de fármacos derivados del ADN de estos animales que ya no son sólo del cretácico sino que campan por sus respetos comiéndose a un humano por allí, a un coche por allá y a una embarcación por acullá. No olviden ir bien pertrechados, con un rifle que lanza balas de jeringa y que, en un ingenioso método, inician un vuelo de paracaidismo científico. Más que nada porque cualquier día puede ser el último y todavía con buenas cantidades de razón si al doblar la esquina se encuentra usted con un parasaurolophus que se niega a darle los buenos días. Y quien dice un parasaurolophus, dice un mosasauro, o un Tyrannosaurus que se solaza en la hierba alta de unas palmeras.

Ah, sí, otro aspecto importante y muy cuidado de la película es el de los escenarios. Muchos de ellos, sin duda, adornados y modificados por los correspondientes gráficos de ordenador, pero impresionantes. Prácticamente, son un personaje más dentro de esta trama que se olvida casi totalmente de las tres anteriores y que, como dice su título, inicia un camino de renacimiento de la serie que es difícil de prever. No se preocupen. Seguro que habrá otra empresa malvada del diablo que se encargará de resucitar de algún modo la débil naturaleza de estos monstruos gigantescos maquinando un uso militar, o genético, u hospitalario, o especulativo. De eso pueden estar seguros. Dependerá nuevamente de quién se haga cargo de la próxima entrega.

miércoles, 9 de julio de 2025

LA CHICA DE PETROVKA (1974), de Robert Ellis Miller

 

Un periodista americano se enamora perdidamente de una rusa en medio de su corresponsalía y el mundo se vuelve del revés. Es algo más que la diferencia de cultura. Es el ambiente irrespirable que se vivía en Moscú en plena Guerra Fría y hasta los besos se quedaban congelados y suspendidos en el aire mientras ellos intentaban derretirlos. La paranoia sobre el diferente estilo de vida que disfrutaban los capitalistas dominaba gran parte de la rutina diaria de la población. Todo empieza porque se vende el pasado. Sin quererlo ni saberlo, el futuro se abre después de poner a la venta todo lo que recuerda a alguien que se fue. Joe, el periodista americano, también se despide de todo lo que sintió y de todo lo que quiso…hasta que aparece ella, una simple e ingenua bailarina con un nombre imposible. Ella es una disidente. No está autorizada a vivir en Moscú y, si es detenida, será enviada a Siberia, pero así, con su libre pensamiento, sus ganas de vivir, es como un soplo de fresca brisa para Joe. Ninguno de los dos sabe que el amor, inevitablemente, siempre llama la atención.

Joe es un hombre cínico, que se ha convertido en un alma solitaria porque apenas ha podido soportar el dolor de la pérdida. Vende su pasado para olvidar y no es capaz de pedir el regreso a casa porque eso le hundiría aún más. Ella, Oktyabrina, es pura vida soltada en medio del centro de una ciudad inhóspita y fría. El entorno es reconocidamente hostil. Es como vivir en una urbe que no acepta el amor. Más aún cuando Joe entra en contacto con unos papeles ciertamente comprometedores. El amor quedará ahogado por el secreto. El secreto puede que vea la luz gracias al amor. Así de contradictorias son las cosas.

La música de Henry Mancini y la fotografía de Vilmos Zsigmond son dos razones adicionales para ver esta película que está interpretada en sus papeles principales por Goldie Hawn, Hal Holbrook y Anthony Hopkins, en la piel del buen amigo ruso del protagonista. No es una gran película y es posible que tenga diversos baches en la dirección, debida a Robert Ellis Miller, un realizador mediocre del que apenas se puede destacar la notable El corazón es un cazador solitario, con un eminente Alan Arkin en el papel principal. Sin embargo, es una de esas películas que se han sumergido en el océano del olvido y merece bastante la pena. Tiene buenas interpretaciones, es una historia de amor con cierta originalidad, está bien hecha, consigue que Austria parezca la Unión Soviética y, aunque destila cierta amargura por todo el metraje, mantiene el interés con tres actores atípicos, haciendo papeles que no son, ni mucho menos, los que nos tienen acostumbrados y tratando de parecer personas más o menos normales en un entorno que invita a todo menos a la normalidad.

Así que tengan cuidado de quién se enamoran. Pueden verse en una trampa que les ponga entre la espada y la pared y que el mundo, ese lugar de frialdad y vileza, no se detenga mucho en considerar si el amor puede salvarle. El mundo no quiere salvación. El mundo no quiere amor. Tan sólo quiere devorar a los que se saltan las reglas.


martes, 8 de julio de 2025

ESTA CASA ES UNA RUINA (1986), de Richard Benjamin

¿Quién no ha puesto ilusión en la casa de sus sueños? Cuando se encuentra, parece el palacio de los deseos. Todo es maravilloso. Sin embargo, hay casas y casas. Y esta casa es una ruina. Bonita fachada, eso sí, pero, por dentro, es como si hubiese pasado una plaga de termitas y hubiese devorado los interiores de cada listón, de cada barandilla, de cada tubería, de cada azulejo. Todo salta por los aires y, lo que es aún peor, se arregla una cosa y se estropean tres. Es una fortuna de nunca acabar. Eso es lo que pasa a un joven matrimonio de éxito. Él es representante de unas cuantas estrellas del rock. Ella es violinista en la Filarmónica de Nueva York. Ambos son guapos, atractivos y estupendos. Sólo que la casa que han comprado no acogería ni a un perro en una noche de lluvia. Entre otras cosas porque, cuando llueve, no hay ninguna diferencia entre estar fuera o estar dentro. Hay que llamar a los de las reformas, aunque cueste lo que no se tiene.

Ya se sabe, cuando una casa entra en reforma…nunca acaba. Es como jugar a ser Sísifo y echar a rodar la piedra por la ladera contraria cuando ya se ha llegado a la cima. Caramba, es que no funciona nada. Hasta se echa unos cubos de agua calentados al fuego en la bañera y se hunde. Y, claro, la única salida posible es la risa histérica. La risa del que no puede más. La risa del que se ríe ya porque no tiene ni ánimo para llorar. Para redondear la faena, cierto director de orquesta se empeña en tirarle los tejos a ella y es otro frente que hay que tapar, igual que la pérdida de agua en los baños del primer piso. Da igual. Hay que llamar a los de las reformas para que no acaben nunca y sólo se pueda vivir en la casa cuando las ranas críen pelo y el maldito niño de la estatua del Manneken Pis funcione como es debido.

Con clarísima inspiración en Los Blandings ya tienen casa, interpretada en 1947 por Cary Grant y Myrna Loy, Esta casa es una ruina es la revisión de la misma historia, pero añadiendo algunos toques salvajes de screwball comedy. Se podría decir en este caso que no es ni mejor ni peor, sino diferente e igualmente buena. A ello colaboran sobradamente dos actores de talla cómica más que comprobada como Tom Hanks y la siempre encantadora y avispada Shelley Long. El rato es entretenido, lleno de risas, como corresponde a una comedia alocada con obras y polvo de obra, con un ligero toque de agobio porque la casa es como un dragón que devora los arreglos. Y acaba por ser insaciable. El resto son clavos, soldaduras, carpintería complicada, albañilería con arte, loza voladora, radiales a pleno funcionamiento y la sempiterna sonrisa del encargado que jamás se va a aventurar a decir un plazo para la terminación del follón más grande que has visto nunca. Rían, rían…luego viene la factura.

viernes, 4 de julio de 2025

DEAD END (2003), de Jean Baptiste Andrea y Fabrice Canepa

 

En el mundo perfectamente ordenado de Frank Harrington, no cabe el error. Todos los años, en Nochebuena, él conduce el coche para llevar a toda su familia a cenar con su suegra. Es de noche y la visión es clara. Sin embargo, por aquello del cansancio, Frank decide coger un atajo. Y ése va a ser el mayor error de su vida. Esa carretera que no tiene desvíos, ni cambios de sentidos, ni señales, comienza a ser el recibidor de un destino que no se puede evitar. Todo comienza porque ven a una chica vestida de blanco en el bosque que les rodea. Frank puede ser un hombre de costumbres, pero no es un desalmado. Para el coche y parece que la chica está conmocionada. Lo mejor es que suba y llevarla al hospital más cercano. La carretera sigue y sigue. Y, de alguna manera, parece que el paisaje, monótono en su repetición de árboles gemelos, siempre es el mismo. Es como estar en un tiovivo. Siempre los mismos árboles. Siempre los mismos detalles. Siempre todo igual. Sólo que esta vez hay una forastera en el coche que es sumamente misteriosa.

Esta es una película pequeña, sin pretensiones, con un reconocible actor secundario como Ray Wise, reconocible en cientos de títulos, haciendo esta vez el papel de protagonista. El presupuesto es mínimo. Apenas es un coche con sus ocupantes en una carretera perdida que parece no tener ninguna salida. Sin embargo, el guion es ingenioso debido también a sus directores, los franceses Jean Baptiste Andrea y Fabrice Canepa. Tanto es así que, según avanzan los kilómetros, vamos adentrándonos en una película de terror con un desenlace muy inesperado. Toda la película está admirablemente contenida en las despreocupadas actuaciones de los intérpretes que se van tensando paulatinamente, con mesura y con razón. El terror es como una piedra oculta que se va acercando con premeditación y está acompañado de una tensión que resulta el mejor pasajero para este viaje nocturno hacia la nada, o hacia el todo, o hacia…pongan ustedes el destino, por favor.

Así que ya saben. Mucho cuidado con quien suben a su coche en mitad de la noche, con la familia, en una carretera impoluta e impresionantemente solitaria. Puede que tengan la sorpresa de su vida o, según se mire, de su muerte. Y es que, en el fondo, no hay nada mejor en la vida que la rutina ordenada a la que estamos acostumbrados. Después del pesado día, deberíamos relajarnos y compartir unos momentos de confianza y tranquilidad porque lo turbio espera ahí fuera. Está agazapado, listo para saltar y envolvernos, por mucho que sea en medio de un bosque frondoso que se repite como las imágenes de un kinetoscopio en cuyas ventanillas nos atrevemos a mirar. Sólo que quizá la animación se halle a este lado de la pantalla que gira. O de la carretera que se alarga. O del pretendido orden que intentamos llevar en una vida que se empeña en matarnos a sustos y a giros imprevistos. No olviden llevar vino. La cena de Navidad sabrá mucho mejor.

jueves, 3 de julio de 2025

F1 (2025), de Joseph Kosinski

 

Para un piloto que ha conducido todos los volantes, puede que sólo lo inexplorado sea lo suficientemente atractivo como para volver a colocarse en una parrilla de salida. O, tal vez, la posibilidad de una última victoria que jamás se ha tocado. Para él, el asfalto se ha convertido en un rompecabezas que hay que descifrar y, al mismo tiempo, que amar. Las marchas son los medios para llegar a una línea que, dentro de la Fórmula Uno, siempre ha sido demasiado lejana. Y, por el camino, tendrá que enfrentarse a viejos fantasmas y a nuevos competidores que destacan por el miedo que aún guardan en algún lugar de su arrogancia. El ruido del motor es adictivo. Y ese piloto tendrá que salir de la chicane más peligrosa de toda su carrera.

Por supuesto, es un tipo que está lleno de cicatrices, que ha probado el fuego y el impacto brutal, que ha dejado tantas amistades como enemigos, que quiere prescindir de todo el circo en el que se han convertido las carreras y que sólo quiere un vértigo más, una posibilidad de riesgo más, un chorro de adrenalina más en su maltrecho organismo. A su lado, un equipo que tendrá que trabajar para él y para un joven advenedizo, aunque el jefe de la escudería es un viejo amigo de viejas batallas. Días de trueno en forma de cilindros desbocados, aspiraciones inútiles a rebufo de otros coches, trucos que están al límite de lo éticamente permitido. Cualquier cosa con tal de acelerar un poco más y dejar que, de alguna manera, llegue el vuelo más rasante.

A pesar de ser un cúmulo de tópicos que, más o menos, funcionan, F1 es una película que obtiene el aprobado justo por su retrato de unas cuantas carreras que acaban por ser reconocibles dentro de lo que tanto hemos visto por televisión. En su contra, juegan varios factores. El primero de todos ellos es que, mirando todo con cierta frialdad, es una película de espíritu ochentero, que no cuesta ningún trabajo imaginar que se realizó en aquella década con, por ejemplo, Richard Dreyfuss y Tom Cruise en los principales papeles. Todo ello redunda en un argumento bastante típico que deja la película a bastantes segundos de retraso de la excelente Rush, de Ron Howard. Por otro lado, la música de Hans Zimmer bebe de ese mismo gusto trasnochado por los ochenta, con profusión de música electrónica que, ya entonces, estaba bastante pasada de moda. Por último y que sirva como aviso para navegantes. No se acerca ni de lejos a la realidad del mundo de la Fórmula 1. Es sólo una historia nacida para entretener y, en parte, lo consigue.

Entre sus haberes, la ambientación de los grandes premios, la excelente realización de las carreras y el trabajo de Brad Pitt como el piloto experimentado, el de Javier Bardem, que, una vez más, demuestra el buen actor que puede llegar a ser cuando deja de intentar distanciarse de sí mismo con caracterizaciones absurdas y el más que notable trabajo de Kerry Condon, aquella actriz que ya nos regaló una interpretación maravillosa en Almas en pena de Inisherin y que aquí resulta atractiva, precisa y con un festival de expresiones que, sin llegar a pasarse de rosca, acaban por ser creíbles y muy adecuadas. La dirección de Joseph Kosinski es algo inane en la parte dramática y algo potente en el asfalto de los grandes circuitos. E, incluso, para añadir algo de interés, la producción es de Lewis Hamilton y por allí aparecen Mark Verstappen, Valteri Bottas o nuestro Fernando Alonso.

Así que tómenlo con calma y relájense. No será una película que pase a la historia, ni mucho menos, pero se pasa el rato si dejamos la exigencia en la puerta de entrada del cine. Al fin y al cabo, ustedes, yo y cualquiera que se acerque a ver esta trama de pilotos, coches, ingenierías y viajes de vuelta, tenemos que salir airosamente de una chicane que aparece de repente en un circuito de rectas muy veloces.

miércoles, 2 de julio de 2025

ANÁLISIS FINAL (1992), de Phil Joanou

 

Una paciente cuenta a su psiquiatra la repetición sistemática de un sueño. Ella envuelve unas flores en una mesa. Y se ve una y otra vez haciéndolo. El psiquiatra se siente fascinado porque todo tiene una enorme coherencia que, sin duda, irá desembocando en un simbolismo oscuro y temible. La paciente nombra a menudo a su hermana,  como si fuera la única persona que la cuida en el mundo. El psiquiatra conoce a la hermana. Y se salta todos los códigos deontológicos de la profesión porque la hermana es la mujer más atractiva que ha visto jamás. El psiquiatra pierde el sentido. Intenta indagar en la patología de su paciente, pero eso pronto queda en un segundo plano porque delante de todo está ella, la hermana, una mujer que está pasando por dificultades en su matrimonio con un griego de baja estofa que trapichea con las cuentas de las viviendas sociales. El asesinato comienza a planear en la mente de la hermana y, en una aparente enajenación por alcohol, golpea con una pesa al marido y lo mata. El psiquiatra cree que es un homicidio involuntario y ayuda a la hermana con todas sus amistades. Sin embargo, todo es muy freudiano, todo es muy alucinante…todo es mentira.

En su momento, esta película fue vendida como el típico producto comercial en el que se juntaban las dos estrellas del momento, Richard Gere y Kim Basinger, por segunda vez (la primera fue en Atrapados sin salida, de Richard Pearce) más el añadido de una joven que comenzaba a llamar muchísimo la atención como Uma Thurman. Juntos conforman un triángulo de perfiles difusos, que caminan por los vericuetos de la psicología y del deseo reprimido, incluido el psiquiatra. Fue un éxito y, en parte, se debe a su trama que bebe directamente de Alfred Hitchcock, con homenajes preclaros a Vértigo o Recuerda aunque algunos pusieron reparos a ese final en el que la tensión se lleva al máximo y el psiquiatra consigue asirse al arma del crimen para salvar su vida. Si lo consideramos con sangre fría, la película tiene un argumento bien armado, con giros muy interesantes en la trama que la van haciendo paulatinamente más turbia, adentrándose en los meandros psicológicos de la dominación y la muerte. A destacar entre los tres protagonistas, a Kim Basinger, que, además de su atractivo, también sabe pasear un papel que deambula entre varios registros y que todos son creíbles en su belleza excepcional.

Así que mucho cuidado con lo que cuentan a su psiquiatra. Puede que sean pensamientos emanados de su subconsciente o que sean algo que han leído en algún sitio de forma distraída. Puede que ese psiquiatra esconda algunos ases en la manga y no les conduzca a la curación, aunque, por supuesto, puede acertar y proporcionarles la suficiente seguridad como para que hagan todo aquello que un día soñaron hacer. Es muy sencillo. También es posible que sea la víctima propiciatoria para encubrir un crimen. O que sea un idiota redomado que crea que es el más listo cuando lo que debe hacer es correr para tapar sus propios errores. ¿No creen?

martes, 1 de julio de 2025

A CONTRARRELOJ (Out of time) (2003), de Carl Franklin

 

La vida es apacible en un pueblo costero de Florida, cerca de Miami. Eso lo sabe bien el jefe de policía que, de vez en cuando, tiene que atender algún hurto, bajar a un gato de un árbol o llamar la atención al consabido vecino ruidoso. Su privacidad es desastrosa. Está al borde del divorcio porque, al fin y al cabo, su mujer ha ascendido más rápidamente que él dentro de la policía y ha conseguido el grado de inspectora en la gran ciudad, así que se ha buscado un entretenimiento con otra para sus ratos libres. Juegan a que es un policía que viene a investigar un posible allanamiento y ella se hace la indefensa y una cosa lleva a otra y él acaba tomándole declaración en ese polígono de placer y tormento que es la cama. El caso es que, de repente, todo parece cerrarse en torno a él. La amante y su rechazable marido, un violento guardia de seguridad, mueren en un incendio, hay un dinero del narcotráfico custodiado en comisaría, la mujer del jefe de policía regresa para investigar y todo apunta a que él puede ser el causante. Todo milimétrico. Todo muy bien planeado.

En eso se basa la película, más que en la investigación del crimen, en cómo se las ingenia Matt Whitlock, jefe de policía de un apacible pueblecito playero, en eludir todas las pistas que se van agolpando en su contra. Al fin y al cabo, él era el amante de la mujer muerta y podría tener algo que ver en el asesinato de su marido. Los indicios se suceden, el dominio del tiempo de Whitlock es extraordinario. Su mujer no es tonta y enseguida se da cuenta de que Matt tiene algo que esconder y muy poco que enseñar. Pruebas como mazos. El cerco se estrecha. El tiempo se acaba. Su nombre va a aparecer tarde o temprano y Whitlock tiene una doble tarea: impedir que le detengan como sospechoso y, al mismo tiempo, averiguar quién es el culpable.

Con claros antecedentes en No hay salida, de Roger Donaldson, el director Carl Franklin articula una película de notable entretenimiento, con ritmo, con agobio, midiendo la apretura del nudo que, poco a poco, se va estrechando alrededor de la garganta del protagonista. A ello también contribuye el siempre estupendo trabajo de Denzel Washington, en esta ocasión secundado por una atractiva Eva Mendes, con mención especial al consabido amigo del protagonista que interpreta John Billingsley, dándole un toque bastante tirado. Carl Franklin ya había dirigido algunos años antes la excelente El demonio vestido de azul, también con Denzel Washington, consiguiendo una película más que apreciable aunque en clave más negra y menos suspensiva y, sin olvidar ninguno de los dos elementos, aquí logra una historia muy interesante, muy bien llevada, con sentido y con la certeza de que el desenlace, aunque algo previsible, va a tener su lógica.

Así que ajústense los cinturones y siéntense en la parte de atrás del coche de policía. El jefe Whitlock les va a llevar por las calles de la emboscada personal, entrando la policía del Estado, el FBI y los tejemanejes de unos cuantos innombrables que están decididos a que pague por ellos mientras el dinero vuela como la suave brisa de las playas de Miami. Y corran. No dejen de hacerlo.