martes, 28 de abril de 2009

CARMEN JONES (1954), de Otto Preminger


Quizá ha llegado el momento de cambiar la muleta por los guantes, y el traje de luces por el calzón corto, y el color blanco…vamos a ponerlo negro, y arrojemos la montera aunque caiga boca arriba para calarnos bien los sombreros de ala ancha, y también limpiaremos la arena del coso para convertir ese espacio en un piso de lona con forma de cuadrilátero. Quizá Bizet nunca soñó que su ópera transmutara en un musical negro pero esas cosas pueden ocurrir. En ocasiones el latir de un corazón clásico se convierte en el ritmo cadencioso de una batería sincopada en jazz. Lo que nunca cambia…es el humo que sale de la mirada de una mujer capaz de volver loca a dos hombres para hacer correr arroyos de sangre por culpa de los celos y de la provocación. Eso será igual en una ciudad española que en un villorrio del sur de los Estados Unidos.
Ya desde los títulos de crédito debidos al gran genio que fue Saul Bass, sabemos que nos encontramos ante una película que hecha fuego, que nos hace sudar al ritmo de unas canciones que nos suenan muy conocidas, que mantiene una antorcha eterna por el rugido de un amor que roza peligrosamente lo salvaje. Las imágenes de Otto Preminger, un teutón dirigiendo un musical negro es un signo de lo valiente que podría ser este tipo mal encarado y de peor genio, nos cautivan al salpicar de color un pentagrama de inspiración entre las cuerdas de la lejanía que siempre nos invade al ver un musical. A la cabeza de todo el reparto está una mujer hermosa y potente como es Dorothy Dandridge, verdadera estrella de la función, que nos viste de rojo la mirada en pleno asalto del deseo. Al fin y al cabo, este es un melodrama cantado, un retrato en corcheas de una escala de pasiones, un buen puñado de voces en clave de amor, con dinámica impuesta por un tipo que sabía dirigir muy bien y una solista que cautiva desde su aparición hasta su mutis.
La rutina del delirio se hace imagen en una película que recorre todas las paradas que van desde el exceso hasta la discreción. En todo caso, Carmen Jones es una muestra de lo que se puede hacer con un montón de talento americano negro transformando la letra, aunque no el espíritu, de la historia original de Próspero Merimée y de la música, que no pierde un ápice de su capacidad de hechizo, de Georges Bizet.
Así pues, hay que abrir bien los oídos y escuchar unas melodías que hacen saltar nuestra alma española tamizadas por el espíritu afroamericano. Y luego, al terminar, tienen que preguntarse qué es lo que hace que un hombre pierda la cabeza por una mujer que parece la misma tentación con piernas. La respuesta no está en la película...

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