Siempre ha habido grandes detractores de esta película pero a mí, personalmente, me parece una excelente muestra de lo que un gran director como Fritz Lang podía hacer con un material de encargo, con un presupuesto muy limitado y con un plazo de rodaje inferior a 20 días. Por si fuera poco, el gran maestro alemán, una de las personalidades clave en toda la historia del cine, supo introducir algunas de las constantes de su obra como la presencia de un destino extrañamente sometedor. Obsesión lorquiana que a todos nos ha esclavizado en alguna ocasión por un cruce de acontecimientos debido a algo más que a la traidora casualidad. Cuando Peter Bogdanovich preguntó a Fritz Lang sobre esta película le dijo que estaba impresionado porque era un cruel retrato venenoso de la vida americana. El maestro alemán, con la sonrisa en la boca, contestó: “Lo único que puedo decirle sobre ella es que fue la primera película después del asunto del senador McCarthy y su caza de brujas y que me dieron menos de tres semanas para rodarla. Por eso intenté ser tan venenoso”.
En cualquier caso, sin ser de las mejores películas de un cineasta de incuestionable talento, la película nos descubre el pedregoso camino de una bifurcación inesperada de la vida, casi siempre iniciada con una decepción que nos desnuda y que tomamos para evitar el derrumbe de las lágrimas solitarias y de la fuerza forajida que huye para abandonarnos y que, además, contiene muy apreciables interpretaciones tanto de la protagonista Anne Baxter como de un secundario de lujo, muy poco valorado, como Raymond Burr, el mítico Perry Mason al que se le partieron las piernas y se le pasó a llamar Ironside. Ah, y una curiosidad que puede resultar algo pintoresca. En el papel del capitán de policía Sam Haynes sale George Reeves, posteriormente Superman e imitado recientemente por Ben Affleck en la película Hollywoodland.
El pentagrama de la inocencia puede comenzar con una clave de soledad y con una cena nunca celebrada cuyo primer plato fue una carta que nunca merecen unos ojos enamorados. Y, a pesar de la sencillez de la melodía, entonada por Nat King Cole, deseamos que crezca en nuestro jardín la gardenia azul que nos inspire ir más allá de lo que nuestra obligación nos demande. Cuando la música deje de sonar, quizá tengamos una mirada pegada a la nuestra para decirnos, sin mover los labios, que todo lo anterior ha sido un espejismo de improbable recuerdo. Así que dejen libre el ojal de la chaqueta cuando se sienten delante del televisor para ver esta simple e inteligente muestra de melodrama negro. Tal vez el aroma de una defensa deje paso a la fragancia de un agradecimiento. Buena suerte.
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