jueves, 4 de junio de 2009

LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES (2009), de Niels Arden Oplev

La crueldad anida con saña en las mentes enfermas y sedientas de sangre y decepción. En los peligrosos recodos de un misterio sin resolver se halla la redención del ser asocial que lucha por hacerse un sitio a su manera y nosotros, pobres espectadores, pobres lectores, asistimos demudados a una adaptación que nos calla, nos sobrecoge y nos hace pensar que esta película se ha hecho con S de Sangre.
No cabe duda de que los mayores activos de esta película son los dos protagonistas, Michael Nyqvist y Noomi Rapace que encarnan a los ya míticos personajes creados por Stieg Larsson en la trilogía Millenium. Ellos aparecen tal y como son descritos en las novelas del escritor sueco y, en el caso de la actriz, se ajusta el físico como un guante a la idea que tenemos de esa atípica heroína, símbolo del frikismo más inteligente y elevada a los altares por los marginales inadaptados de costumbres raras y vidas troceadas que lleva por nombre Lisbeth Salander.
Después de eso, hay que reconocer que es indudable el acierto de la dirección de Niels Arden Oplev al poner la tilde de la historia en el diseño de los personajes. Cuanto más avanza una acción que ya conocemos la mayoría, queremos saber más sobre el periodista y la investigadora, deseamos profundizar más en unas motivaciones que no llegamos a entender del todo y nos sorprendemos al comprobar que hay unas inteligentes variaciones con respecto a la novela que otorgan un mejor diseño a los protagonistas.
Aparte de todo ello, también hay que destacar una soberbia banda sonora, utilizada de manera muy precisa y más como instrumento ambiental que como golpe de efecto (algo a lo que nos tiene muy mal acostumbrados el cine moderno) y que tiene una cadencia muy ajustada a esta historia de asesinatos y nieve, de vejez y nostalgia, de motivaciones y deserciones, de misterio bien llevado y resuelto. Quizá porque también esta película está hecha con S de Suecia y se hubiera echado a perder en caso de que los americanos hubiesen puesto las manos en ella.
Aparte de otras consideraciones, la trama es eficaz. Tanto es así que hará disfrutar a los que ya han leído la novela y, por supuesto, a los que se enfrenten por primera vez con las intrigas de una familia que se corrompió por el dinero y buscó en la podredumbre personal sus propios agujeros de gusano.
Desde luego no es una película redonda. Hay escenas que Oplev, danés de nacimiento, no sabe llevar y se hacen largas y luminosas cuando deberían ser más efectivas y oscuras pero sabe manejar muy bien algunos resortes como el cambio de tono al pasar del misterio al terror sin perder nunca de vista el hábil retrato de unos protagonistas con los que conectamos sin necesidad de tanto ordenador. De hecho, uno sale de la película, se pone a escribir el artículo y ya se cree que es tan guapo, resultón, inteligente y observador como el protagonista. Es lo que tiene el cine. Que te lo crees.
La vida es un juego de imágenes en la que intentamos adivinar hacia dónde se dirigen nuestras miradas. Tal vez ahí mismo, a la vuelta de la esquina, nos topemos con alguien con quien nunca cruzaríamos unas palabras y, de repente, se convierte en pirata de nuestros pensamientos con un insalvable cortafuegos para los suyos. Y entonces es cuando todo comienza a cobrar sentido, el revés es un golpe ganador, la ambición es una salida para las segundas partes y el viejo sueño de un anciano se hace realidad con sólo mirar unos cuadros hechos de flores y recuerdos. Con S de Sangre, sí. Con S de Suecia. Rojo sobre blanco. Blanco de nieve. Rojo de horror.

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