viernes, 9 de julio de 2010

EL ÚLTIMO DE LA LISTA (1963), de John Huston


La maldad puede residir en cualquier rincón de nuestra errática existencia. Puede estar en el inofensivo y pequeño vecino de abajo o en el reverendo con el que tenemos un detalle sin importancia al facturar el equipaje en el aeropuerto. Puede habitar en los bajos fondos tras la apariencia de un ceñudo bebedor de taberna o en el profundo mirar de un simple pueblerino convertido en el espectador de su propia cacería. Lo cierto es que todos nos escondemos tras una máscara que utilizamos en la representación que más nos puede convenir. Y en ocasiones, la mascarada es para cometer un crimen que no es más que la consecuencia más directa del destierro en el cariño de una familia que siempre repudió la sangre emigrada. Y harto, harto de arrastrarse para conseguir la vida que siempre ha soñado, un hombre decide eliminar, uno a uno, los nombres de una lista que pueden adelantarse a él en el maldito cobro de una herencia astronómica. Para ello, no duda en convertirse en muchos hombres y poner en práctica tortuosas maneras de matar para hacer que todo parezca un accidente. No importan las víctimas colaterales, ni la objetiva crueldad que pone en juego. Él es el sabueso que persigue a los zorros hasta que la ambición, la oscura ambición, la inútil ambición, hace que él mismo se convierta en la presa. Cuando los ganchos de la muerte se adentren en su personalidad múltiple preferirá arrancarse la máscara tras la que se ha escondido para morir, al menos, como lo hacen los hombres que se encaminan hacia el final a cara descubierta…como hicieron todos los de su lista del diablo…
John Huston dirigió este “divertimento” de espeluznante final, “El último de la lista”, una ingeniosa parábola de todas aquellas máscaras que el ser humano no duda en calzarse para aparentar lo que no se es, para escalar lugar en la odiosa clasificación social, para engañar al engañado, para el actor que, al modo griego, se esconde tras la máscara impávida, misteriosa y llena de trucos que adornan la enorme tragedia que supone vivir. Para ello, Huston puso en juego todo un repertorio de extraordinarios planos que rondan el virtuosismo en la que es una de sus mejores películas en cuanto al lado técnico. En el tablero del celuloide, un buen puñado de estupendos actores nos saludan mostrándonos lo difícil que puede llegar a ser el reconocer la piel de quien tenemos enfrente. Y este…no, señores, este no es el final…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

No existe la maldad sin que la Bondad se haya refugiado en ella....

Entonces antes de ser malo uno a tenido que ser bueno ?????

César Bardés dijo...

Pues por mucho que he mirado a lo largo y ancho del artículo, no veo que yo haya dicho que no existe la maldad sin que la bondad se haya refugiado en ella. Y ni mucho menos que antes de ser malo uno ha tenido que ser bueno. Aunque quizá, mi carencia natural haya dado lugar a entender otra cosa. Hablo de máscaras y de lo que se esconde tras las máscaras. Uno perfectamente puede ser malo bajo el refugio de una máscara de bondad, cosa que no sólo ocurre en esta película de forma esperpéntica y maravillosa, sino que también ocurre en la vida real de forma mucho más sutil y que, demasiado a menudo, nos engaña con esas apariencias que no son tales. De todas formas, sí que creo que antes de ser malo, uno ha tenido que ser bueno porque un niño, por sí mismo, cuando nace, no es malo. Somos los mayores los que le enseñamos a ser malos, poniendo ejemplos que no son adecuados, con actitudes que le enseñan a tirar siempre por el camino más corto o con comparaciones que no hacen más que hacer crecer la impotencia y la saña dentro de su interior.
Bienvenido, seas quien seas.

Unknown dijo...

Bueno pues fiel a tus consejos blogueros anoche me animé y ví esta interesantísima película.

Que estupendo es sentarte delante de una pantalla y reconocer al instante a quien maneja los hilos del rodaje de un film.

Aquí si que no hay máscara que valga, ya que Huston se nos muestra siempre tal y como es. Como un niño que siempre lo fué. Con su mirada traviesa y aventurera.

La película técnicamente me parece una joya, muy bien filmada y con determinados momentos dignos de Don Alfred "el relojero".

Eso si, en cuanto a ritmo decae bastante en determinados momentos.

Ahora... ese decaimiento se suple con la cantidad de actorazos por metro cuadrado que aparecen. (siempre tuve predilección por el señor Scott, me parece un actor maravilloso).

¿Soy el único al que le parece una pena que todos los que se esconden tras las máscaras no hayan aparecido sin ellas dándonos muestra de sus pedazo de calidades interpretativas como dios manda?

El señor Huston nos muestra lo que podía haber sido y no fue. Con un interesante juego del "quien es quien" que trasciende de la pantalla para comerse, un poco, a la película en si.

Saludos.

Unknown dijo...

Pd: Nunca entendí lo de los doblajes haciéndose pasar por "Francés que habla mal en castellano".

Es horroroso.

Lástima no haberla encontrado en versión original.

César Bardés dijo...

Es que ese decaimiento, que lo hay, se produce precisamente cuando no hay falsas apariencias de por medio, es decir, toda la parte en la que Kirk Douglas se infiltra en la familia y cae bajo el hechizo de la hija y ahí la película se pierde ligeramente. Ahora bien, yo creo que la película está planteada como un juego de apariencias y asesinatos, de forma brillante. Nadie es lo que dice ser. Todos son máscaras y todo es una misteriosa diversión que, además, si se piensa detenidamente, tiene su sentido. Por eso yo entiendo esta fábula de perdedores que tanto gustaba a Huston (es el cineasta que más y mejor ha hablado del fracaso y de la derrota) y entiendo que no se den a mostrar a todos esos actores más que bajo una máscara. De hecho, está tan bien ensamblada que en la escena final de la cacería puede ser cualquiera el culpable porque todos parecen esconderse detrás de una máscara. Y qué bien rueda la cacería, por cierto.
En cuanto al doblaje, del que siempre defendí su pacífica coexistencia, es cierto que en esta ocasión todo pierde el matiz tan sutil que se desea por culpa de, más que un doblaje malo, que no creo que lo sea, de una traducción bastante torpe.
Y George C. Scott era un magnífico actor, muy áspero, muy difícil de empatizar con él, pero muy incisivo en sus papeles. Sabía hacia dónde ir y lo hacía sin detenerse a pensar dos veces. Más allá de eso, era un hombre alcohólico, extraordinariamente difícil en el trato y, tal vez por eso, no tuvo una carrera tan brillante como se merecía aunque tenga para la historia ese "Patton" irrepetible que primero fue ofrecido a Robert Mitchum. Creo que ni siquiera Mitchum lo hubiera hecho mejor.
Un abrazo, Chus