Esta es una de las mejores muestras de la serie de Sherlock Holmes que durante los años treinta y buena parte de los cuarenta protagonizaron Basil Rathbone y Nigel Bruce. En este caso, aunque la acción está trasladada a los días de la Segunda Guerra Mundial, el habitual Roy William Neill, que dirigió casi todas ellas, transcribe con inteligencia un guión de intriga insinuante y precisa que está envuelto en una fascinante aureola de misterio, de excelente ambientación, especialmente en esa mansión vieja y oscura, de celadas sorprendentes y pasillos secretos. De paso, nos lleva de la mano de ese excelente actor (tan infravalorado en la historia) que fue Basil Rathbone, sin duda el mejor Holmes que ha dado el cine, y nos introduce de lleno en una estupenda aventura, de brevedad asegurada y de habilidad contrastada.
Cabe mencionar la estupenda y climática fotografía de Charles Van Enger, reputado cinematógrafo de películas de terror que aquí se adapta particularmente bien al universo del sabio de Baker Street al meternos dentro de las sombras de lo desconocido, mundo de tinieblas, que va siendo iluminado por la pertinaz insistencia de un Doctor Watson que también usaba su inteligencia además de su voluntariedad y de un detective que supo desentrañar, desde los libros de Arthur Conan Doyle, el fulgor de la llama inasible del crimen.
Llama mucho la atención, en una película que apenas dura 68 minutos, cómo los engranajes encajan tan a la perfección que parece que todo es un mecanismo de relojería bien engrasado que puede llegar a marcar con sus agujas de muerte la hora 13 de la madrugada. Al fin y al cabo, un lugar donde se alojan las enfermedades mentales puede ser una posada para la locura más razonable.
Y es que, en ocasiones, aunque la serie comenzara como un intento de auténtica serie A con el mítico título de El sabueso de los Baskerville, luego fue derivando hacia la serie B, abandonando la época original de los relatos de Conan Doyle para centrarse en la contemporaneidad del momento. El gran mérito de todo esto es que esta serie B fue absolutamente arrebatadora, con grandes momentos de misterio, con excitantes cumbres de inteligencia observada, con un buen pellizco de pistas anudadas y en las que también el espectador, segundo ayudante de Holmes, debe hacer bien su trabajo.
Busquen la lupa allí donde la dejaron bien guardada, la solución está justamente delante de sus propias narices. Quizá Holmes sólo sea el narrador de una historia de la que ustedes ya conocen el culpable. El gran reto es ver si son capaces de descubrirlo. Tal vez Holmes aparcó aquí en doble fila su taza de té y agarró su gabardina de cuello alto para destacar la blancura de su razón frente a la oscuridad de todo aquello que le desafía.
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