martes, 27 de marzo de 2012

SLUGS, MUERTE VISCOSA (1988), de Juan Piquer Simón

Hace mucho tiempo, cuando el niño era niño, mi padre me llevó al cine Roxy en una de esas sesiones que siempre supo convertir en verdaderas juergas rodeadas de rito e iniciación. Recuerdo que, por entonces, yo tenía diez añitos y él me dijo: “He sacado entradas para ir a ver Viaje al centro de la Tierra. No será tan buena como la versión antigua que hizo un actor que se llamaba James Mason pero te vas a divertir”. Él siempre me preparaba para lo que iba a ver. Y me llevó a  la primera película de Juan Piquer Simón, Viaje al centro de la Tierra, con un ecléctico reparto formado por Kenneth More, Pep Munné e Ivonne Sentis. Desde entonces, más por cariño instalado en las entrañas que, por otra cosa, siempre seguí la carrera de este valiente que se atrevió a hacer ciencia-ficción cuando nadie había mirado en esa dirección en España.
Más tarde, ya un poco más hombre, fui a ver por mi cuenta y riesgo Misterio en la isla de los monstruos y apenas pude creer que en una película española tan arriesgada, con tanta fantasía y tan pocos medios, podían estar actores como Peter Cushing, Terence Stamp y nuestra Anita Obregón antes de tumbarse en la camilla de operaciones. El resultado no importaba demasiado porque a Juan Piquer Simón se le podía decir tranquilamente aquella frase de “lo hizo porque le gustaba” y todos esos corsés técnicos que aplicamos al estilo y las maneras de hacer cine eran perfectamente prescindibles. Su cine podía no ser de calidad, pero era una lección de entusiasmo.
Más tarde, me llamó la atención Slugs, muerte viscosa, que ganó un Goya a unos efectos especiales prehistóricos, que hoy harían reír a cualquiera pero que denotaban unas ganas rompedoras, un poco más allá de cualquier juicio crítico medianamente serio que eran perfectamente respetables dentro de una historia absurda y que rendía homenaje a toda la serie B del cine de monstruos de los años cincuenta. Y había algo realmente inquietante en ella. Los gusanos no eran realmente los malvados. Y dentro del horror había unas pérfidas ganas de reír a mandíbula batiente.
Y es que Juan Piquer Simón lo tenía muy claro. El objetivo era entretener. No importaba si su cine se asemejaba al de René Cardona o al del icono Ed Wood. Sorprender era la meta. Diálogos pobres para una imaginación desbordante realizada con medios pobres y ganas desbordantes. Y aún así aquí dentro hay más cine que los subproductos a los que estamos acostumbrados hoy en día como Saw, Hostel o similares. Es la diferencia de hacer algo porque a alguien le gusta y hacer algo porque al público le gusta. Yo no quiero que me sirvan. Quiero que me cuenten algo bajo el punto de vista de un creador. Y así yo podré ejercer mi libertad de estar de acuerdo o no. Lo cierto es que hay que tener un estado de ánimo determinado, con media sonrisa y un puntito de colmillo blanco asomando por la comisura, para ver esta película y ver alguna de sus virtudes. Es lo que tiene el horror. Que según quien lo vea puede llegar a ser horroroso.

2 comentarios:

carpet dijo...

Mi alma cinéfila se nutre de los grandes clásicos que proyectaban en los míticos ciclos de la televisión de mi infancia ( la 1, la única, tal vez no grande ni libre, pero magnífica) y también en los programas dobles de un cine de barrio. Los grandes estrenos quedaban lejos, en deda y dinero, y nos serviamos de aquellos cines para disfrutar un año despues, o tal vez más, de los estrenos que no vimos. Eso a veces, porque las más, ibamos a ver películas que no entraban en el circuito de los cines de la Gran Via.
Eran sesiones continuas donde veíamos el peor cine de nuestra vida, pero era nuestra diversión.
El spaghuetti-western era paella-wastern o peor aun, la pareja Terence Hill-Bud Spencer y las trinidades.
El peplum de "Los 10 gladiadores"
Veíamos las peores películas de artes marciales que se habrán rodado jamás al amparo del exitoso dragón Bruce Lee, decir ahora que las películas de Jackie Chang son malas es tener poca memoria, aquellas eran mucho peores, lo que no quita para que el maestro jackie sea infumable.

Y de vez en cuando cazabamos alguna pelicula de serie C (no seporque se pasa de la B a la Z con todo el abecedario que hay) que como bien dices, Wolf, estaban hechas con 4 duros y menos pretensiones, salvo darse el gustazo y contar lo mejor posible el invento. Yo tengo un muy buen recuerdo de muchas de ellas: "El alimento de los dioses", "Dick Turpin", "El faro del fin del mundo",...

"Slugs,..." es algo posterior pero recuerdo que cuando la vi, me recordó a aquellas películas de mi infancia, falta de pretensiones, considerablemente mal interpretadas, pero entretenidas si estabas dispuesto a pasartelo y a reirte con ellas, no de ellas.

Y para recordar esa cena en el restaurante, alguien debió decirle a Emilio Linder los efectos postivos del bicarbonato...

Abrazos con babas

César Bardés dijo...

"Le llamaban Trinidad", "Le seguían llamando Trinidad", "Y después le llamaron el magnífico" y tantas y tantas...
Estoy totalmente de acuerdo Carpet en eso que hablas sobre esta película, "Slugs". Había que reírse con ella, no de ella y había que comulgar un poco con esa falta de pretensiones que era su misma marca de fábrica. Luego, eso sí, al salir del cine tenías que aguantar esas frases que decían "estas cosas sólo se hacen en España" cuando en Estados Unidos no sólo se han hecho, sino que se han hecho peor y con ínfulas de más seriedad. Lo cierto es que quien más, quien menos, se mordía un poquito las uñas y luego era cuando decías: "Pero qué tontería..."
¿Abrazos con babas? Gusano, más que gusano. Voy a ver si hay una manzana podrida por ahí.
Abrazos con sonrisas de serie C.