El Salteador es un hombre frío, sin escrúpulos. Solo hay que ver cómo mira. En sus ojos parece que hay tanta maldad como odio. Algo esconde. Quizás un diablo dentro de sí. O, tal vez, un corazón helado, cansado de tanto ir para allá con secretos y basuras del espionaje. Es exigente, no intenta ganarse la simpatía. Para él solo existe la misión. Tiene el rostro de Dean Jagger. Y no es muy normal que un hombre como él sea la representación perfecta del desprecio. La maldad supura por sus ojos, por sus labios apretados, por sus manos nerviosas. Es el jefe. Es el peor.
El Virgen es un marino con muchas cualidades. Tiene memoria fotográfica, es inteligente, pilla las cosas al vuelo, yendo un poco más allá. Su frialdad es exquisita pero…es solo aparente. Sufre porque tiene que hacer cosas que no quiere hacer. Tiene reparos en utilizar a las personas sin más motivos que lograr un objetivo. Le gusta una chica y ése es su punto débil. Y no dudarán en explotarlo los mismos que le manipulan. Demasiadas obligaciones. Hay que usar la cabeza y usarla bien. Estos tipos no se andan con tonterías. Incluso la prostitución parece una buena idea según ellos. Galones fuera, Patrick O´Neal porque la herida irá por dentro. La corrupción, también.
El Libertino es un tipo con mil caras pero se exhibe bajo los rasgos de Nigel Green. Es brillante en sus respuestas pero algo obsesionado con el dinero. Los burdeles son su territorio porque ya se sabe que ahí es donde se sueltan las confidencias más indiscretas. Un prostíbulo es el lugar donde la lengua se escapa igual que la lujuria. Y, además, resulta incontenible. Unas buenas dosis de cinismo tal vez ayuden a sobrellevar todas las jugadas sucias. Y siempre habrá algo de placer en la violación de los secretos.
El Brujo es un homosexual que sabe tocar el piano y tiene un profundo conocimiento del mundo prohibido. Sabe qué teclas tocar para hacerse atractivo y, además, disfruta con ello. Tiene manías de mujer. Se viste como una mujer de vez en cuando, es capaz de tricotar unos calcetines como un detalle de delicadeza para quien es su confidente y tiene dos cualidades nada ocultas: tiene un sentido del humor muy peculiar y, además, es valiente porque no tiene nada que perder. Peligroso en su mordedura. Curioso en sus maneras. Es George Sanders y nos quedamos con su cara.
El Radiotécnico es una chica bajo los rasgos de Barbara Parkins, pero eso no importa. Lo que importa es que puede abrir una caja fuerte con los pies en menos de tres minutos y medio. Con los pies. Es dulce y aún no acaba de entender esa impenetrabilidad que tienen todos los demás pero se aplica e intenta hacerlo aún mejor. Es el peón sacrificable. Es la moneda de intercambio.
Ward es el hombre sin rostro. Su pelo no es natural. Su cara parece hecha con retales. Sus modales también. Es Richard Boone que pone en juego toda la maldad necesaria para el trabajo detrás de unas maneras amigables. Es el eterno contendiente, el que nunca se rinde, el que hace todo y lo hace bien. De él depende el éxito. Y el fracaso. Y es el encargado de destruir todos los resquicios morales. No hay prisioneros. Solo morir estando vivo.
Kosnov es el enemigo brutal, aquel que no se va a parar en consideraciones, el más temible. Si hay que sacrificar a alguien, pues se hace sin reparo alguno. Es un perdedor y aún no lo sabe. Más que nada porque, a pesar de su brillante historial repleto de crímenes y barbarie, tiene un jefe que sabe darle donde más le duele. Para algo es Max Von Sydow. Para exhibir la congelación total de lo que piensa salvo en una ocasión.
Bresnavitch es el jefe del contraespionaje. Es sutil y diabólicamente inteligente. No deja que nadie destaque si él no da el visto bueno. Ni siquiera en sociedad. Negocia con pocas palabras y es partidario del método más expeditivo. Pero el buen humor es inherente entre los hombres que manejan el poder. Ya lo sabía Orson Welles y por eso lo interpretó. Solo bastan dos miradas para saber lo que ese hombre de dimensiones inmensas está pensando.
John Huston juntó todas estas piezas para buscar una comprometedora carta en la que se sugería una posible colaboración entre Rusia y Estados Unidos. Y es mejor que esas cosas no se sepan antes de que caigan en manos equivocadas. Lo hizo bien el maldito Huston. Lo suficiente como para dejarnos una sensación de que todo se había conseguido porque nadie supo mirar al verdadero objetivo. Huston equívoco. Huston malhechor. Maldito John…
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