miércoles, 20 de febrero de 2013

MAGIC (1978), de Richard Attenborough

El éxito difícil. El éxito huidizo. El éxito caprichoso. El éxito humillante. El éxito amante. El éxito traidor. Siempre el éxito. Maldito. No puede conformarse con un simple mago que hace juegos de cartas de una simpleza extraordinaria y que son fruto del trabajo de muchos años. No. Necesita ir acompañado de la diversión. Un mago sin carisma es como un manjar sin sal. Y él no lo tiene. Así que lo mejor es cogerse un compañero. Un muñeco que haga los chistes mientras él hace los juegos de manos. La gente se ríe con las ocurrencias del muñeco sin darse demasiada cuenta de que el mago también es el muñeco. ¿O es el muñeco el que es el mago? No se puede saber. Tantas luces y tanto éxito pueden llegar a confundir.
Más vale huir. Como hace el éxito cuando quiere. Refugiarse en algún sitio familiar, lejano, escondido en algún lugar de la memoria. La casa de la infancia. Pero no, allí ya no queda nada. Ni siquiera el germen de la genialidad que hace del mago una pura ilusión. Pero aquellas casitas junto al lago…sí, son de aquella chica del instituto, sí, aquella que no le hizo caso cuando él talló un pequeño corazón de madera para decirle que la quería. El muñeco sabe lo que se hace…perdón, el mago sabe lo que se hace.
Allí, entre cenas animadas, recuerdos de viejos tiempos y bromas con el mago…digo, con el muñeco, nacen sentimientos olvidados. Algo parecido al amor. Un amor entre turbiedades inconfesables. El muñeco se enamora de la princesa. El mago, quiero decir. Y el muñeco también. Entonces cuando la realidad vuelve a llamar de nuevo a la puerta, el muñeco no quiere volver porque el estado de la locura es demasiado cómodo. Ahí, en ese trozo de carne que es el mago, el muñeco puede verter todas sus ansiedades, todos los pánicos que siente frente al éxito furtivo y que ahora parece que está ahí, al mismo alcance de la mano. El lago se convierte en el testigo de las frustraciones que se agazapan tras el éxito. El muñeco comienza a sentir que el pasado se le viene encima. Y el mago se convierte en el instrumento de sus chistes. El muñeco decide lo que hay que hacer. Eliminar al pasado. No dejar que la locura huya como el éxito lo ha hecho durante tantos años. El muñeco domina al mago. Y ése es el verdadero truco. Es morir cada vez que abre la boca porque, poco a poco, la marioneta va cortando los hilos. Más vale matar lo que un día hizo acabar con la juventud. Por delante, ya solo quedó el éxito. Nada más. Y el éxito también mata a la vez que muere. Hay muchos que lo intentan y todos tienen que pagar un precio. Vivir la vida de otro, por ejemplo y eso es lo que el muñeco ha hecho. Más allá de sus palancas, de sus trucos, de sus trampas y de sus chantajes, solo se abre un abismo de inseguridades, de terror a perder el éxito perseguido, de no tener nada más allá de un mago que, sin carisma, no podía hacer sus maravillosos juegos de manos. La distracción es el asesinato.

No hay comentarios: