La verdad es que hay días en los que las ideas deberían irse por el sumidero. Vas a la Casa Blanca de visita, para disfrutar un poco de la historia y para inyectarte en vena unas cuantas dosis de patriotismo y te encuentras con un montón de tíos armados hasta los dientes con entrenamiento militar que quieren lanzar unos cuantos misiles nucleares…por razones personales. Y es que hay algo que no se nos ha ocurrido pensar: igual que hay políticos, militares y artistas con el perfil muy bajo…caramba, los terroristas también pueden serlo. Eso sí, mientras esta panda de resentidos de tres al cuarto se dedica a destruir todo lo que tocan y demás tópicos vistos hasta el pus, resulta que tenemos a un presidente (negro, por supuesto) que tiene mejores intenciones que los cuarenta y cinco presidentes anteriores juntos, que posee siempre la palabra exacta y el gesto justo y van los cuatro aguafiestas de siempre porque han perdido a unos cuantos parientes en cualquiera de las guerras en las que los americanos están invariablemente involucrados.
Lo más curioso de todo es que el director de todo esto sea Roland Emmerich, alemán de nacimiento y muy conocido porque su pasatiempo favorito es destruir la mansión presidencial estadounidense. Aún recuerdo cómo aplaudía la gente en el cine cuando los marcianos lanzaban un rayo letal sobre la misma cúpula de la residencia del primer mandatario y explotaba todo en mil pedazos en Independence day. Sorprendido me quedé cuando comprobé que había dirigido una cosa que se llamaba Anonymous que tenía la ínfima pretensión de ser algo de cine lo que pasa es que la cosa no funcionó porque no pudo incendiar el Palacio de Buckingham ante las palabras del Shakespeare que quería homenajear En Asalto al poder aún quedan los cimientos de la Casa Blanca pero tiene secuencias que son para ponerse de pie y aplaudir con ganas, eso hay que reconocerlo.
Una de ellas es esa en la que los malos y el bueno se ponen a perseguirse con unas limusinas todo-terreno en los jardines inmaculados del mítico palacio. Y lo hacen, así con dos balas, alrededor de una fuente y se monta un tiovivo de acción de tres pares de narices. Si a eso añadimos las consabidas y ridículas frases patrióticas que no hacen sino exaltar el espíritu e invadirse del sentimiento de lo grande que es su país, el resultado es, no nos engañemos, el que espera cualquier hijo de vecino que se acerque al cine para verla. Acción, muchos tiros, unas cuantas explosiones para maltratar un poco la pintura y paz para el mundo.
Lo increíble es que, antes de meterse en faena, Emmerich tarda casi hasta media hora en plantearnos la historia y describir a los personajes y hace actuar a un porrón de gente durante todo ese tiempo. Hasta sorprende encontrar a nombres como James Woods, Richard Jenkins o Maggie Gyllenhaal en el reparto. Incluso en algún momento interpretan algo de lo que les cae en suerte. Poderoso caballero es Don Dinero, sin duda. Hasta Channing Tatum, habitualmente menospreciado por el que suscribe, exhibe algún gesto convincente (aunque es aislado y remoto) y Jamie Foxx parece que se va a arrancar en cualquier momento con alguna canción de soul para decirles a esos machotes que se vayan, que a la democracia no le gana ni unos cuantos cohetes anti-tanque y que todo el que resiste, vence. Yo, viendo esta película, tengo que reconocerlo, me sentí muy derrotado. Y dando vueltas alrededor de la fuente con un todo-terreno. Eso impacta. Y hace daño.
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