viernes, 13 de septiembre de 2013
GRU 2: MI VILLANO FAVORITO (2013), de Pierre Coffin y Chris Renaud
Ser malo es como todo. Es un estado de ánimo que puede tener perfectamente dos caras. Por alguna razón, siempre hemos imaginado a los malvados como seres de rictus habitualmente serio, cuando no adusto, ligeramente obsesionados con el mal, incapaces de sentir nada más allá de su propio egoísmo, poseedores de sueños de grandeza que intentan realizar de forma torpe aunque efectiva. Pero todos ellos tienen que tener otra cara. Una faceta de amabilidad que solo muestran en privado, un gesto de ternura que no osan mostrar en público para no aparentar debilidad, algún sentimiento de amor guardado en un rincón que suele ser ciego y al que no llega la luz. Y entonces nos damos cuenta de que ellos también tienen corazón. Incluso hay malvados que hacen notar su corazón con la realización de sus maldades. No es lo corriente pero existen. Debajo de una gran nariz, por lo general. Y toda esa faceta escondida se hace aún más evidente cuando una de las creaciones salidas de su más malvada imaginación es la de unas criaturas con menos cerebro que un mosquito, más gracia que un resbalón y más gamberros que un niño en un cumpleaños ajeno. Con ellos tiene que haber, por fuerza, un millar de carcajadas pugnando por salir a la luz. Desde ingenuidades bárbaras hasta sofisticadas bromas de ingenio comprobado, los Minions que han salido de tal mente obtusa, son los verdaderos protagonistas de una película que sube enteros cuando la trama principal se detiene en ellos y en sus idas y venidas. Así, un villano, por fuerza, tiene que ser un malvado favorito. Es cierto que ambas películas de Gru no son nada del otro jueves. Sus tramas son débiles y levemente infantiles, en algunos momentos, demasiado infantiles para un adulto. Pero tienen gracia, intentan y consiguen hacer reír. Desaparecida la sorpresa de que un tipo con vocación de villano tenga un corazón más grande que la Luna, ahora se trata de hacer que se enfrente, al mejor estilo Bond, a otro villano que no deja de tener gracia, que se esfuerza por parecer simpático a su estilo mientras Gru, preso de las frivolidades propias que corresponden a cualquier padre, intenta mantener un cierto orden en su familia, salvar al mundo, buscar pareja y, de paso, descubrir lo que es el amor. Buena música de fondo, dibujos de cierto carácter para ilustrar las peripecias aunque ligeramente pasados de tono en algunos pasajes, un héroe de personalidad contrastada, un poco de aventura, situaciones ridículas, chistes de paso y unos cuantos homenajes a películas como Alien, de Ridley Scott o La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman. Fórmulas fáciles de seguir, que funcionan, que hacen las delicias de pequeños mientras los mayores intentamos encontrar guiños reservados a los que ya perdimos la ilusión. Desde luego, este Gru consigue que, si no llega a ser mi villano favorito, al menos me caiga muy simpático.
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