viernes, 20 de septiembre de 2013

AVIONES (2013), de Klay Hall

Tal vez deberíamos aprender a competir con humildad, no deseando el hundimiento del compañero y demostrando, al mismo tiempo, que somos capaces de hacer algo más de aquello para lo que estamos hechos. Basta con saber y tener conciencia de que no a todos se nos han dado las cosas hechas. El éxito es siempre la consecuencia del esfuerzo. No el falso éxito, ése que solo da cosas tan falsas como el oropel, una cierta reputación o el reconocimiento de los más superficiales. Me refiero al éxito de verdad, el que da la estima de la gente porque se ha sido objetivo, se ha tenido la mirada siempre bañada en un halo de claridad, valorando positivamente el trabajo de los demás aunque uno lo haga de forma brillante. Los competidores, por lo general, no suelen ser enemigos, suelen ser compañeros. Lástima que no todos piensen lo mismo.
Claro que si todos estos pensamientos tan bonitos los trasladamos a la chatarra de unos cuantos aviones que se dedican a hacer una carrera alrededor del mundo, la cosa pierde sentido. Bah, sólo estamos hablando de unos ingenuos dibujos animados ¿no? En ese mundo de fantasía para niños todo es posible. Lo que se transmite a los niños es lo que el creador de tales delirios ha querido. Y luego los niños lo interpretan como les sale de la bolsa de palomitas con la sal propia que ponen los padres. Compite, hijo, compite. Sin hacer caso de estas bobadas. Prescinde de los sentimientos y sé el primero. Solo así me podré sentir orgulloso.
No cabe duda, esta película está muy lejos de ser una obra maestra. Solo se salva porque se han diseñado unas maravillosas coreografías aéreas que lo único que hacen es revivir las nostálgicas secuencias de tantas y tantas películas de aviones que pudimos ver hace muchos años en películas de guerra o de aventuras. A la memoria me vienen Solo los ángeles tienen alas,  o La escuadrilla del amanecer, ambas de Howard Hawks, o Los ángeles del infierno, de Howard Hughes; o Dos en el cielo, de Victor Fleming…y no pararía en esta lista. El caso es que, siendo un argumento más que visto y que, desde luego, toma su referencia en Cars, de John Lasseter, no deja de ser una aventura, con repeticiones de personajes o de alguna situación que otra, con un leve y agradecido encanto.
Su otra virtud es ése mensaje que se quiere transmitir, intentando que los más niños sean un poco mejores que sus progenitores. Un poco más aviones y un poco menos monstruos. Al fin y al cabo, cuando se llega a la meta lo único que queda es el cariño que te tienen los demás. El resto es efímero y prescindible. Y no importa el lugar en el que se haya quedado. Lo que realmente proporciona satisfacción es que el trabajo se haya hecho con entusiasmo, con la verdad y con un instinto de superación que es lo que nos diferencia. Lo demás…siento decirlo…es el rastro de la inútil vanidad.

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