martes, 2 de diciembre de 2014

DUELO EN EL ATLÁNTICO (1957), de Dick Powell

Un inmenso tablero de ajedrez con el agua como tabla. Dos jugadores experimentados, muy curtidos en las batallas de la mente y del ataque. El ajedrez no se trata solo de intentar aplastar al rey sino de adivinar el siguiente movimiento del enemigo. El barco americano parte con una leve desventaja porque es visible. El submarino alemán desafía a la muerte haciendo una guerra moral que desconcierta al contrario. Héroes anónimos que tratan de hacer su trabajo de la mejor forma posible pero despreciando cualquier tipo de ideología que se halle instalada en sus respectivos países. Las ventajas se suceden, los accidentes ocurren, el agobio se aposenta tanto en las profundidades como en la superficie. No es una guerra en la que solo cuenten las cargas de profundidad y los torpedos. Es un conflicto de inteligencias.
Robert Mitchum encarna al Capitán Murrell, algo fatigado por el combate pero profesional de la navegación. Sabe que su labor es la de ser un perro de presa en el océano. No es fácil porque tiene que atacar y, al mismo tiempo, protegerse. Sus hombres son la prioridad pero también arrastra la certeza de que está ahí para acabar con el enemigo que se encuentra ahí abajo. No hay mucha más profundidad en su carácter salvo la de la experiencia de haber ganado y, también, de haber perdido. Al fin y al cabo, ese es el casco del que están hechos muchos navíos. Él empieza a pensar como lo haría un barco de guerra. Lo mueve en zig-zag, ofrece un flanco, es un lince en la previsión del siguiente movimiento. Y tiene un acierto incuestionable porque guarda un enorme respeto por el hombre al que se tiene que enfrentar. Esa es la noción básica de todo buen oficial. Y el Capitán Murrell lo es. El mar lo sabe muy bien.
Curd Jürgens es el Capitán Von Stolberg, cansado ya de tanta doctrina y de tantos sueños de grandeza que se le han vendido en forma de victorias que no existen. Sabe que su labor es la de huir y sorprender, hacer que el americano se desespere, que vea que las cargas de profundidad no son un problema, que siempre tiene una salida aún más brillante, aún más ofensiva que la simple resistencia. Sus hombres son la prioridad pero también arrastra la certeza de que está ahí para acabar con el enemigo que se encuentra ahí arriba. No hay mucha más profundidad en su carácter salvo la de la experiencia de haber perdido mucho más que haber ganado. Al fin y al cabo, ese es el caso del que están hechos muchos submarinos. En sus manos, el submarino se mueve, se revuelve, se camufla, se esconde, se prepara y dispara cuando tiene que hacerlo. Y tiene un acierto incuestionable porque guarda un enorme respeto por el hombre al que tiene que vencer. Aunque solo sea una vez más, aunque el sabor de la victoria sea tan fugaz que apenas dé tiempo a retenerlo en los labios. El Capitán Von Stolberg es un buen oficial. Las profundidades saben que lo es.

Dick Powell dirigió con acierto una película que se centra básicamente en el hecho bélico y en la capacidad profesional de unos hombres que estaban en una guerra encarnizada que les obligaba a sacar lo mejor de sí mismos aunque su labor fuera matar. El duelo en el Atlántico se produce porque es fascinante enfrentar dos inteligencias que pugnan por un atributo básico del ser humano como es la simple idea de la supervivencia. Hay ritmo en ese mar. Hay vigor en esas acciones. Hay sentido en sus tácticas. Y, también, una última esperanza en sus actitudes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me la apunto. De Dick Powell conocía más la peli (que aún no he visto) "El conquistador de Mongolia", película maldita, la de las 91 muertes. Supongo que conoces la historia.

Abrazos con el agua

Santi

César Bardés dijo...

Olvídate de "El conquistador de Mongolia". Es una de esas cosas que no se comprenden y que se hicieron para demostrar que John Wayne era un actor versátil. Es una de las peores películas que se han hecho nunca.
Conozco la historia de todo el mundo muriendo por cáncer. Recientemente, esto es de hace cuatro o cinco años, se ha publicado un artículo en el New York Times diciendo que sí, que podía ser, pero que lo cierto es que en ese rodaje se veía el humo a lo lejos porque fumaban todos como auténticos carreteros. No sé si creérmelo o no.
Abrazos con sónar.

CARPET_WALLY dijo...

Yo la recuerdo vagamente, la debí de ver hace mil años, creo que su final me encantó, un ejercicio de respeto y de lo que debe ser un hombre en una guerra, nada cruel, nada brutal, sólo un ser humano luchando y respetando al rival, al enemigo. O quizá la guerra no sea eso, pero puestos a combatir a mi me gustaría que fuera así. El enemigo no debiera ser un animal y tampoco debo tenerlo como tal. Como el ajedrez, efectivamente.

Abrazos en el escaque

Anónimo dijo...

¿Qué opinión tenéis de "The Big Red One", de Samuel Fuller? Se sale de la convencionalidad de las pelis bélicas, pero no sé si decir si me gusta o no.

Abrazos dubitativos

Santi

César Bardés dijo...

Cierto, Carpet. Fue una película importante porque imponía el respeto entre oficiales y caballeros en medio de un entorno que invita a todo menos a eso. Todo cuesta vidas humanas y, desde luego, es reprochable pero, sin duda, el enemigo no debiera ser un animal. También son vidas a las que hay que procurar salvar.
"Uno rojo, división de choque", las memorias de Samuel Fuller en el ejército y personificado por el personaje que interpreta Mark Hamill. Pues tienes mucha razón con tu valoración, Santi, se sale de la convencionalidad de las películas bélicas pero a mí siempre me ha parecido algo falta de fuerza. Fuller tiene películas bélicas mucho mejores, sobre todo "Casco de acero", "Con la bayoneta calada" o incluso "Invasión en Birmania". Con esta...es una gozada ver a Lee Marvin, la verdad, pero nunca me ha parecido la pera limonera.
Abrazos aclaratorios.