viernes, 3 de junio de 2016

EL PUENTE (1959), de Bernhard Wicki

Cuando un niño es niño, está deseando perder la inocencia. Y no se da cuenta de que se está perdiendo lo mejor de la vida, de que el mundo de los adultos es una tierra fea y gris donde la esperanza se asesina todos los días. Y si la guerra llama a las puertas, la pérdida de la inocencia se convierte en una masacre de la responsabilidad. El pueblo teme aunque intenta seguir con su vida cotidiana. El colegio funciona aunque, tal vez, mañana las aulas estén vacías porque los chicos habrán sido reclutados. Hay que demostrar la valentía aunque los pantalones estén demasiado grandes y las botas sean demasiado pesadas. Una bomba cae, y los niños van a ver el lugar. Un puente queda en pie y los niños lucharán hasta la muerte solo para tener un poco de orgullo intacto.
Entre ellos, los hay de todo tipo. El débil, que siempre es objeto de las bromas crueles. El responsable, que tiene una mirada de adulto siempre desde la discreción. El que quiere crecer muy deprisa porque es necesario para el país. El que actúa de forma tan recta que no es más que un estúpido con ínfulas. El que llora amargamente porque no encuentra sentido a tanta muerte. El hijo del alcalde que pierde cualquier rumbo que emprende. El que sexualmente está más avanzado. El que comienza a descubrir la ingenuidad del primer amor. Y todos tienen miedo aunque no lo demuestren. Tienen tanto miedo como puedan tener unos niños al lado de unas bombas a punto de estallar. Maldita guerra. Asquerosa. Repugnante. Indecente. Guerra de adultos que condena a los niños a combatir. Guerra de niños que se dan cuenta de que el juego ha quedado atrás y las balas son de verdad y la sangre que brota no tiene cura y no se puede volver a empezar el juego…
No importa que lleguen a batirse como hombres. No importa que su primer acto como adultos sea también el último. Se llora junto a ellos por mucho que algunos lleven la carga de la culpa moral. Se llora junto a ellos porque todos somos consciente de que la piel suave no debe ser inmolada de forma inútil. Por un maldito puente. Un paso que acabará siendo derribado por la compañía de explosivos. Sangre para nada. Inocencia descuartizada. Lágrimas de desolación en un mundo que se ha desmoronado definitivamente. Gritos de angustia que aceleran la edad. Heroísmos que nunca pasarán a los libros de Historia. Los niños mueren. Y nadie está allí para rendirles homenaje.

Impresionante película de Bernhard Wicki sobre la guerra más absurda que se puede entablar, sobre el empecinamiento de pagar con sangre inocente los errores de la defensa y más cuando todo está perdido. No hay nada de heroico en la guerra. Ni siquiera por parte de unos niños que creen que ahí está su futuro, su orgullo, su patria y su motivo. La niñez no está para eso. Y seguimos sin darnos cuenta de ello. Solo muerte. Solo infancia arrancada. Solo arrasamiento. Solo muerte. Solo muerte…

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

¡Qué película!...la pillé por casualidad hace muchos años yy no la he vuelto a ver, pero es de las que no se olvidan...bueno, en realidad no recuerdo sus imágenes, pero como las buenas películas lo que son imborrables son las emociones que trasladan. Y aquí tu post le hace justicia, transmite lo que cuentas, la absurda y desesperada necesidad de crecer deprisa para no llegar a ningún lado, el abuso innecesario de la inocencia, el despiadado ninuneo de la persona converidos en deshumanizados peones de ajedrez que se colocan en escaques que son reales, el paso a la amdurez desde la más absoluta inocencia. Jugar a disparar con balas de verdad y no poderse levantar ya nunca.

Impactante, durísima e inolvidable. Otra para poner en las escuelas y aprender.

Abrazos atrincherados

César Bardés dijo...

Esta es una de esas que me recomendó mi padre insistentemente hasta que la pillé, creo recordar en "La Clave", de Balbín y me quedé francamente impresionado. Luego la he recuperado muchísimas veces e, incluso, hoy en día figura en un sitio de honor aquí en casa. Luego con el tiempo vi que llegó incluso a obtener la nominación al Oscar pero que perdió con "Mi tío" de Tati (que tampoco es moco de pavo y que también tiene una mirada muy importante hacia la infancia).
Sin duda. Ésta sería una de esas películas para poner en "Educación para la Ciudadanía". En Alemania ya lo hacen. Y luego nos preguntamos por qué ellos se creen más.
Abrazos con casco.