jueves, 7 de julio de 2016

ESPERANDO AL REY (2016), de Tom Tykwer

Los callejones sin salida se presentan en demasiadas ocasiones sin avisar. De repente, la vida cambia e inicia un viraje hacia el surrealismo que, sin excesiva demora, se convierte en pesadilla. Tal vez en un lugar desolado, donde parece que Dios se olvidó de depositar su mirada, haya una caricia oportuna en el momento más inesperado, un encogimiento del corazón, un vértigo inexplicable, una ansiedad inaudita, un último desvío hacia la derecha.
Quizá sea el momento de iniciarlo todo de nuevo para conseguir algo tan sencillo como la felicidad de los demás. Basta con llegar tarde, con no ver nunca a la persona indicada, con esperar lo que parece imposible porque el tiempo se encarga de otorgar esa apariencia, con cerrar un negocio que se proyecta como ganga y está condenado al fracaso, con conocer a personajes a los que no se acaba de entender, con mantener la cabeza fría y todo lo que hay por debajo de la cintura entre los límites de la razón. Solo entonces el rostro dejará de estar contraído y la caricia del desierto inundará el ánimo dejando siempre caliente el deseo y las intenciones.
No hay demasiadas esperanzas en la soledad de un moderno hotel, testigo impasible de sueños cambiados y pequeños bultos en la espalda. Hay que salir y dejarse dominar por el hechizo de la luna diáfana en noches de revolución y por el espejismo del día que nunca acaba. La tecnología tiene que llegar a todos los rincones y las competencias crecen como serpientes aguardando su víctima. Es la hora de dejar todo lo que se lleva en la conciencia para hacer que la carga sea una aliada y no una rémora. Es la tarea difícil de un hombre de hoy que ya no tiene mañana.
Tom Twyker dirige esta comedia sobre las tribulaciones de un ejecutivo que tomó una decisión empresarial errónea y tiene que demostrar lo que vale en una misión que se antoja irrealizable. Y lo que encuentra es una razón para que el pasado sea una experiencia y el futuro, una promesa. Y con cierta desgana en el hilo narrativo, la película más o menos funciona mientras se mantiene en los terrenos de la comedia, desinflándose con pena en cuanto se convierte en una historia de amor. Más que nada porque Tom Hanks está al frente y consigue que sea creíble ese personaje perdido en el desierto de Arabia Saudí intentando demostrar algo que está fuera de su alcance y confrontando la mentalidad occidental con la arena implacable de una civilización anclada en la caza del lobo y en la humillación femenina. Puede que el agua sea un remanso de paz y de seguridad, de certeza de que, por fin, las piezas encajan y no hay más sitio para el desequilibrio y la frustración. La existencia es del color con el que se vive el amor.

Así que, si deciden verla, no olviden llamar a un coche con chófer, tomar una cerveza bien fría y darse cuenta de que, en la opulencia, convive también la miseria. Son elementos que ayudan en el camino de la sabiduría y de la tranquilidad porque, al fin y al cabo, ser feliz consiste en estar tranquilo, sin cambios, sin la ruina en la experiencia, sin el derribo en la iniciativa. Ser feliz es conseguir lo que se necesita y amarlo. Y muchos aún no nos hemos dado cuenta de ello.             César Bardés    

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Bien, no sé si alguien leerá esto algún día, pero ayer estuve viendo esta película y algo tengo que decir. En primer lugar, a mí sí que me pareció una película muy interesante y con algunos momentos de verdad muy divertido. Incluso los que no lo parecen. Hay detalles muy buenos y muy sutiles (si no fueran espoilers me pondría aquí a hablar de Kierkegaard o de Lawrence de Arabia). Sí es cierto que al arrancar la historia de amor, como bien dices, la película parece desfondarse, pero finalmente se levanta y se cierra más que dignamente. Me parece francamente meritorio hacer una película o contar una historia sobre la base de una espera. Se intuye además que la novela en la que está basada debe estar más que bien. El que espera, desespera, dicen. No es el caso.

No, no esperen al rey que se anuncia en el título que apenas se deja ver. El verdadero rey está en pantalla durante los 97 minutos que dura la película y responde al nombre de Tom Hanks. Es el principal activo de la película, con un personaje que en su espera tiene cosas del James Donovan de "El puente de los espías". Se come la pantalla, domina la comedia, lo abusrdo, el sentimiento. No es difícil imaginarse a James Stewart o a Jack Lemmon en un papel como ese. Tom se está convirtiendo en un clásico y la madurez le está sentando muy pero que muy bien. Ojo, también al chofer que a mí me pareció un tipo muy divertido.

Abrazos mirando a La Meca

César Bardés dijo...

Por supuesto que se lee. En plena excursión al Timanfaya, no te digo más. Tardo unos pocos días en contestar por aquello de que no tengo el ordenador a mano y contestar con el móvil se me hace muy pesado pero lo leí y con mucho interés, amigo Dex.
Me alegro de que te haya gustado la película. A mí sí me pareció que con la historia de amor la película pierde fuerza porque hasta ese momento uno se lo está pasando realmente bien. Todo lo que dices sobre Tom Hanks es cierto (a ver porque nos va a dar un sorpresón con lo último de Eastwood, estoy seguro) y sobre todo en esa comparación que haces con respecto a Jack Lemmon. Veo al Lemmon de los setenta, con su aspecto cansado en esta película y yendo de aquí para allá por los rincones del desierto. No entiendo tampoco que se haya despertado tanta animadversión contra Hanks (conozco a personas que no van a ver una película por el mero hecho de que él la protagoniza) cuando es un actor de una versatilidad alucinante sin necesidad de esconderse detrás de capas de maquillaje ni de hacer interpretaciones absolutamente pasadas de rosca con tal de no parecer él (Javier Bardem debería aprender un poquito). Es sutil en todas sus reacciones y, lo que es aún mejor, llega con esa sutilidad con mucha fuerza. La película, en mi opinión, está bien y ya está. Cabe preguntarse lo que hubiera sido de ella si no hubiese estado Tom Hanks a la cabeza.
Abrazos con camello.