viernes, 1 de julio de 2016

PRIMERA VICTORIA (1965), de Otto Preminger

No solo se ganan batallas en medio del mar, donde el agua salpica por las bombas y la astucia se dirime en nudos y cuadrantes. También hay que ganar contiendas en el interior de cada uno. Quizá porque alguien huyó de sus responsabilidades en el momento menos oportuno y perdió la oportunidad de criar a un hijo. O, tal vez, porque una mujer fue tan dañina que creó un monstruo en el interior de un hombre. Un monstruo devorador que repite una y otra vez que es alguien que no merece ser amado en medio de un mundo en guerra. O puede que sea porque alguien sufre en casa con tanta intensidad que cree morir cada vez que su marido se echa a la mar para combatir. O quizás porque la prudencia es un arma que solo pertenece a los perdedores. ¿Quién sabe? La primera victoria está ahí mismo y hay que ser perseverante, constante, irreductible, duro. No es solo la primera victoria en un terrible intercambio de proyectiles entre barcos por la supremacía de una zona del Pacífico. También es la primera victoria dentro de unas vidas que han sido voladas en pedazos desde hace mucho, mucho tiempo.

El Almirante Torrey, interpretado por John Wayne, sabe muy bien lo que es la soledad. Sabe también lo que es perder la vida de sus hombres en alta mar y que el fracaso con amenazas de ser aún más estrepitoso llame con fuerza a la puerta. El Capitán Eddington, un fantástico Kirk Douglas, tiene que luchar con tormentas interiores de tal magnitud que solo quedará un último acto heroico para dejar bien claro que no siempre los héroes son buenas personas. La Teniente Haynes, enfermera, maravillosa Patricia Neal, sabe que no quedan demasiadas oportunidades para encontrar algo de sentido a tanto sufrimiento aunque sus ojos ya han visto de todo y están de vuelta del horror. El Teniente MacDonnell, eficiente Tom Tryon, cumple con su deber con iniciativa y tiene que luchar con la enorme pena de dejar a su mujer en retaguardia sabiendo que el amor preside sus vidas al igual que las bombas pasan demasiado cerca. El Almirante Broderick, prudente Dana Andrews, quiere ser un oportunista a la sombra de las victorias y un aprovechado para las derrotas puesto que no hay mejor lugar a la hora de perder que un segundo plano. El Comandante Egan Powell, genial Burgess Meredith, sabe ser amigo de sus amigos, espía entre compañeros y además un valiente que siente un miedo cerval. Tal vez porque ha estado casado con demasiadas estrellas de cine y ya no le queda demasiado por delante salvo, quizá, un par de medallas en un puente de mando. El Comandante Neal Owynn, odioso Patrick O´Neal, no se moja más que en su propio beneficio. Un destino cómodo y una sombra poderosa. Eso es todo lo que necesita. Un tipo que necesita que le crucen la cara con cierta hombría. Al fondo, Franchot Tone y Henry Fonda, diseñando los destinos de toda la Armada contra el gigante nipón. Y dirigiéndolo todo Otto Preminger, dando un par de lecciones sobre las complicaciones de la guerra con el fondo de las personas, haciendo que la primera y única victoria, quizá sea la definitiva sobre el destino de cada uno de los protagonistas. Aunque no todos ganen.

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