martes, 14 de marzo de 2017

EN LEGÍTIMA DEFENSA (Quai des Orfévres) (1947), de Henri-Georges Clouzot

Hace demasiado frío como para no cometer un asesinato. Y demasiadas personas visitan el lugar del crimen. Es Nochebuena y esto no se hace en un día así. El amante celoso, la cabaretera díscola, la vecina que confiesa abiertamente su lesbianismo y su preferencia por la cabaretera, el empresario rijoso y el policía competente, antiguo militar de las colonias que quiere marcharse cuanto antes y meterse en la cama con su hijo mestizo. Todos entran y salen del 36 del Quai des Orfevres, la dirección donde se halla la Prefectura de Policía, intentando encontrar una verdad resbaladiza, que se escapa entre la confusión de las bambalinas de un teatro, de una coartada prefabricada precisamente porque se tenía la intención de cometer el asesinato. Y mientras tanto, unos quieren a otros, unos no quieren delatar a los otros, unos desean conservar a los otros y todos lo consiguen porque, al fin y al cabo, la mentira es una acción que se realiza en legítima defensa.
Y, sin embargo, el culpable sigue en las sombras porque no es ninguno de los que estuvieron en el lugar de los hechos. Demasiadas pistas y muy evidentes conducen al crimen pasional. El erotismo, sorprendente, aparece en algunos pasajes de forma muy sensual lo que hizo que en España nunca se llegase a estrenar. Y es que la piel es el mejor móvil para que la vida se escape, para que los besos dejen de llegar, para que el amor nunca sea correspondido. La piel llama demasiado, es como un imán para el deseo y esa es la más antigua razón para asesinar a alguien. Por mucho que pueda ser en legítima defensa…de tu propio deseo.

Rodada después de la ocupación y superados los problemas que Clouzot tuvo con las autoridades francesas por su presunto colaboracionismo con los nazis, En legítima defensa es un gran precedente del cine negro francés que contiene una gran interpretación por parte de Louis Jouvet como el Inspector Antoine, el hombre cansado que patea las calles en busca de la más mínima prueba que le ayuda a esclarecer un caso que es endiabladamente retorcido porque todos los sospechosos visitaron la inhabitual escena del crimen. Más allá de eso, Clouzot pone en juego un atrevimiento tremendo, combinando a la perfección el melodrama de los primeros compases con el caso policiaco que Antoine resuelve con la presión agobiante que ejerce sobre los detenidos. Así es cómo se sacan las miserias de todos los personajes y todas sus inclinaciones sexuales que están muy cerca de la obsesión y que concluyen con esa cabaretera de rostro simpático y carnes sobradas interpretada por Suzy Delair. Los escenarios no dejan de ser oscuros rincones del París más gélido e interiores de casas ateridas por el frío que aluden al asesino y su impasibilidad como símbolos permanentes de una ciudad que esconde las verdades y enseña sus mentiras. Todo saldrá a relucir en el 36 del Quai des Orfevres, un lugar donde se entra con una idea para engañar y se sale con unos grilletes para olvidar.

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