miércoles, 15 de marzo de 2017

QUE EL CIELO LA JUZGUE (1945), de John M. Stahl

Primero fue la atracción. Es ese fogonazo que hace que no puedas apartar la mirada de una mujer de la que parece que Dios se enamoró. Ese momento que queda suspendido en la memoria porque empiezan las primeras palabras, los primeros puntos en común, las primeras miradas furtivas. Más tarde, comienza la complicidad. No solo hay puntos en común sino que hay pensamientos en común. La misma forma de ver las cosas. La certeza de que ahí, en ese maravilloso rostro, en ese cuerpo modelado por las nubes, está la misma belleza y el paisaje que se quiere ver todas las mañanas. Todo parece fluir con tanta ligereza y tanta felicidad cogida con pinzas que puede ser el presentimiento de una eternidad. El futuro está ahí. Es una mujer. Una mujer que nunca pierde.
De repente, el primer aviso. Sin haberlo hablado, sin haber hecho insinuación ninguna, ella fuerza las cosas para anunciar un compromiso que nunca había salido de los labios. No es que sea un disgusto pero, quizá, sí un poco precipitado. Es como si ella lo deseara en ese momento y no hubiera más que hablar. Tal vez solo sea un acto impulsivo de una mujer enamorada, que no puede remediar actuar como siente, vivir a través del corazón, amar totalmente. No pasa nada. Ella es encantadora. Entiende todo lo que rodea al hombre que quiere. Se muestra dócil, comprensiva, cariñosa, amiga, compañera. Sin embargo, en un despacho, frente a un extraño, comienza a enseñar su lado más oscuro. Es ese lado posesivo, implacable, inconformista, dañino, peligroso. Quiere estar a solas con su hombre y las circunstancias no son las más adecuadas. Todos quieren disfrutarle. Y ella no lo soporta. Él debe ser para ella. Entero. Sin jirones. Sin amarras. Hay que morir de amor a su lado y él debe entenderlo.

La familia viene, crecen los celos. Ella se hunde en la desesperación porque quiere estar permanentemente al lado de él. Ni siquiera soporta que él se dedique a escribir porque ella vale más que un montón de hojas de papel. Todo es agobiante. Todo es insatisfactorio. Los celos crecen. El asesinato aparece. Él se hunde. Ella quiere agradarle en todo pero no sabe cómo. Un niño en camino… Al principio todo parece ir bien, un niño traerá alegría y cariño y… ¿un extraño más en la casa? No, no puede ser. Las escaleras vienen bien. Y ella se arroja sin darse cuenta de que esas escaleras son el principio de un camino del que no podrá regresar. Los celos aumentan aún más. Todo debe ser destruido. Aunque sea a costa de la propia vida. La justicia ya se encargará de lo demás. La felicidad nunca será para él porque debió disfrutar la felicidad que ella proporcionaba. Él será derrotado. La esperanza aparecerá. Las aguas mirarán el principio de una nueva vida que estaba demasiado lejos mientras ella estaba a su lado. Y lo peor de todo es que ella lo hizo por amor. Su pecado fue amar más allá de lo comprensible y de lo aceptable. En esta ocasión, el amor fue el asesino impávido que urdió las tramas más retorcidas para permanecer. Los hombres no sabemos lo suficiente como para poder juzgarla. Solo el cielo. Que el cielo la juzgue.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Joder, que gran post otra vez.

Esta película es la gran prueba de que Gene Tierney era mucho más que una belleza, recuerdo cuando niño que en su inicio me enamoraba, pero luego me aterrorizaba. Hace siglos que no veo esta peli, pero me apetece mucho después de leerte, volver a revisarla. Si recuerdo que al principio me parecía un poco melodramática (muy en la línea Stahl), pero luego la segunda parte es pura tensión.

Lo cierto es que Stahl es un gran olvidado, puede que sea porque Douglas Sirk remakeó casi todas sus grandes películas, y a mi Sirk si que me echa un poco más para atrás porque marcaba en exceso los tintes melodramáticos, aunque he de reconocer que "Imitación a la vida" me parece maravillosa y que no he visto la versión de Stahl (o no lo recuerdo).


En todo caso, gracias por recordarme esta peli y por la gozada de leer lo que cuentas.

Abrazos sin que nos vea ella.

César Bardés dijo...

Bueno, últimamente el ego se me está poniendo por las nubes.
Es que es una película enormemente inquietante. Es más cuando me dicen "melodrama negro", la película que se me viene inmediatamente a la cabeza es ésta. Es cierto lo que dices de que Sirk versionó casi todas las grandes películas de Stahl aunque a mí la que más me gusta de Sirk es, precisamente, una que no es versión de ninguna otra que es "Tiempo de amar, tiempo de morir", que me parece una auténtica obra maestra. "Imitación a la vida" es maravillosa y, sí, cierto, supera la versión de Stahl. Pero es que yo creo que con "Que el cielo la juzgue", Sirk no se atrevió. Demasiado dura, demasiado fuerte...una mujer que, por amor, lo hace todo. Incluso lo que está prohibido. Y cualquier no se enamora de ella.
Me alegro de que te entren ganas de volver a verla a raíz de lo que escribo. Ése siempre es uno de mis objetivos.
Abrazos desde el agua.