miércoles, 10 de mayo de 2017

EL PISITO (1959), de Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry

Rodolfo es un hombre pequeño, muy pequeño. Es apenas una mota gris en medio de una gran ciudad que se empeña en engullir todo lo que contiene. Hace nueve años que sale con Petrita. Deberían haberse casado ya porque el arroz se les pasa y la paella se va a arruinar. Su problema es que no encuentran un piso que puedan pagar. A Petrita le aprieta demasiado el reloj biológico y ya dice cosas desesperadas a un Rodolfo desesperado. Cuando baila con él en las Cuevas de Sésamo solo puede enseñar un rostro hundido en la amargura. Tantos años con Rodolfo, un hombre que nunca llegará a nada, para acabar así, de solterona sin remedio, de solterona con novio, de mujer mediocre que no ha encontrado nunca ni un poquito de felicidad porque ya solo tiene palabras de reproche hacia él, como si tantos años no hubieran servido para nada. El piso, el maldito piso, cuatro paredes en las que crear un hogar y unos hijos que ya difícilmente vendrán. Maldita España gris y deprimente.
En ocasiones, cuando hay grandes urgencias, se tira por caminos más cortos aunque sean reprobables. Y Rodolfo, acuciado por Petrita, se arrojará a lo fácil para que ella deje de quejarse y de volcar toda su frustración sobre él. Las mujeres, ya se sabe, cuando se ponen los galones no dejan de dar órdenes y de organizarse la vida incluso en momentos en que estarían mejor calladitas. Pero Rodolfo no sabe imponerse. Es un buen hombre, pero no es más que una marioneta. Tiene corazón, pero a nadie le importa lo que pueda sentir. Es posible que llegue a tener el piso, pero estará solo. Por mucho que llegue a casarse con Petrita. Maldito Madrid más negro que blanco.
La carestía de la vivienda fue abordada por Rafael Azcona en un libro y un guión que hacía reír mientras todos lloraban. El italiano Marco Ferreri y el español Isidoro Martínez Ferry lo pusieron en imágenes acercándose mucho al estilo de Luis García Berlanga y deslizando la cámara por pasillos estrechos, como los que pueblan la moral de esos personajes que, intentando hacerse pasar por buenas personas, se convierten en buitres deseosos de sacar algo de la desgracia ajena. Ni un funeral es como debería ser. Rodolfo lo sabe y luchará siempre con una actitud de pobre hombre, de un derrotado y fracasado que jamás apreciará lo que tiene porque lo ha ganado de mala manera, acudiendo a la piedad de ancianas, sucumbiendo a la presión de Petrita, queriendo no dañar a nadie y saliendo siempre él lastimado. Quizá ése sea el precio de tener un futuro. Y Rodolfo lo ha pagado sin ningún gusto.

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