viernes, 27 de octubre de 2017

LA MANO IZQUIERDA DE DIOS (1955), de Edward Dmytrik

La única escapatoria es vestirse de cura y comportarse como tal. Quizá solo así un hombre llega a descubrir que la bondad está en su corazón. Aunque ni siquiera sea católico. Aunque no tenga ninguna intención de abandonar su gusto por las mujeres. A veces hay que rebuscar en los interiores de uno mismo para encontrar aquello que hace que la nobleza habite en sus rincones. Puede que esté dormida. Puede que, incluso, se halle herida porque también hay que echar mano de los peores sentimientos para jugarse el futuro de las personas a los dados. Y como todo el mundo sabe, Dios no juega a los dados. Por eso, cuando ese piloto ya ha tenido que confesar la verdad, se va entre vítores porque, lo que realmente se está despidiendo, es un hombre bueno.
Y no, no es fácil ser un hombre bueno en medio de la turbulenta China asediada por los japoneses y las guerras civiles. Y menos aún cuando se ha estado de prisionero de un señor de la guerra y se le ha servido con cierta lealtad. Esa es una de las cosas que hacen que se llegue a dudar de la auténtica naturaleza de uno mismo. Puede que, en el fondo, la maldad también tenga algo atrayente y aconsejar a quien le gusta derramar sangre ajena no sea la mejor manera de ganarse un sitio en el cielo. Sin embargo, esas ropas, esa mujer que mira con amor todo lo que hace, esa gente que necesita consuelo y que solo se fija en la altura de un alzacuellos, consiguen que todo parezca fácil, que aunque no se esté demasiado familiarizado con los ritos católicos, haya algo de verdad en todo ello, aunque esa verdad parta del mismo hombre. Son los misterios de la fe y de la inteligencia. Son los caminos de la redención, si es que eso realmente existe.
Humphrey Bogart camina con paso seguro por las llanuras de la China roja esperando encontrar una razón que le haga pensar que es alguien que merece seguir viviendo. Eso es algo bastante inusual dentro de un personaje que ha hecho de todo para que la muerte no sea la compañera en la próxima partida. Aunque solo sea por omisión. Ha acompañado a la destrucción allí por donde ha pasado y es hora de encontrar al destino, aún pasando por el hábito entre medias, aún pasando por la imposibilidad de amar y de mostrarse tal cual es. Gene Tierney, al fin y al cabo, bien merece un poco más de riesgo.

No hay comentarios: