martes, 3 de octubre de 2017

VIVIR PARA GOZAR (1938), de George Cukor

No es fácil convertir a la vida en una fiesta. Más aún cuando se va a emparentar con una familia acomodada, en la que la imagen es lo más importante. Sería inconcebible tener un yerno que se dedicara a la vagancia y a las vacaciones. Hay que tener un nombre, un prestigio, una posición. Lo curioso es que ese yerno tan despreciable es tan brillante que ha ahorrado lo suficiente como para pasar el resto de su vida haciendo volteretas en su habitación, luego tonto no es. Pero no…¿cómo va a estar atendiendo a su esposa, comprándole abrigos caros, vestidos luminosos, joyas espectaculares y coches kilométricos? Porque la chica tiene esos gustos. El joven tiene que trabajar. Y trabajar duro. Que se hable de él. Que todo el mundo diga que vale mucho. Todo, lo que sea, con tal de mantener bien alto el nombre de la familia y los caprichos de su futura esposa. Aquí la voluntad está anulada hasta nuevo aviso.
Cuando ocurre algo así en ambientes tan herméticos siempre aparece un elemento discordante. Y ese elemento va a ser la futura cuñada del incauto. Todo lo que la novia rechaza, ella lo acepta. ¿No quieres trabajar? Pues estupendo. ¿No habrá abrigos caros? No importa, llevaremos chaquetones baratos. ¿Nada de vestidos luminosos? Pues serán conjuntos oscuros. ¿Al infierno las joyas espectaculares? ¿Para qué? No se van a frecuentar ambientes demasiado sofisticados. ¿Los coches kilométricos estarán en los escaparates? Perfecto. Iremos andando. Lo importante, piensa ella, es que estás con el hombre de tu vida y ese es el mejor abrigo, el más impresionante de los vestidos, la más brillante de las joyas y el más espectacular de los coches. ¿Se necesita algo más? ¿Es que acaso, estando juntos, no se es asombrosamente millonario? Y además, hay otra circunstancia a tener muy en cuenta. El tipo es divertido hasta decir basta, le encanta hacer acrobacias circenses, le vuelven loco los títeres y la música y no hay nada que le haga reír tanto como la compañía de amigos de verdad. Es cuestión de planteárselo. Si hasta al único hermano varón le ha hecho ver más allá de un vaso de whisky.

George Cukor volvió a tener en la palma de su mano a Cary Grant y a Katharine Hepburn, maravillosamente secundados por Edward Everett Horton, en una comedia loca que propone algo de cordura en las grises vidas de los que se dedican en cuerpo y alma a amasar dinero. Y así, el corazón se nos alegra, nos despojamos de la opresión de todo y celebramos que la vida se ha hecho para vivirla. Y al infierno las apariencias.

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