jueves, 22 de marzo de 2018

LA TRIBU (2018), de Fernando Colomo

A veces, nos miramos al espejo y no reconocemos lo que vemos. Puede que mientras miramos la vida a través de nuestros ojos (y de nuestros fastidiosos y omnipresentes aparatos tecnológicos) tengamos la sensación de que somos triunfadores, o de que hemos hecho algo estupendo porque lo valemos y, sin embargo, ese reflejo que se nos devuelve nos describe a alguien que no merecería ni mirarse a la cara, despreciable, inútil, sin carne de conciencia, sin más virtudes que los ceros de la cuenta corriente, o, incluso, sin raíces, sin educación por muchos títulos que se tengan. De vez en cuando, es bueno mirarse y ver la película de nuestras realidades.
La memoria juega malas pasadas y también es bueno olvidarse de ella alguna que otra vez. Más que nada porque no hay nada más verdadero que aquella frase que decía que somos nuestros recuerdos y, en muchas ocasiones, no merecen la pena. Si todos nos despojáramos de nuestra memoria quizá nos sorprendería el espectáculo que queda detrás. Puede que dejáramos nuestras mezquindades, nuestras ruines ambiciones, nuestras envidias podridas y fuéramos de nuevo seres inocentes, sin maldad, que necesitan reiniciarse para descubrir el placer de los pequeños detalles y apreciar, en toda su extensión, el mérito de mucha gente que, a pesar de las desgracias, se vuelve a levantar.
De paso, también podríamos tener el privilegio de conocer, con toda intensidad, el inmenso valor que siempre guardan las mujeres. Son más valientes, más decididas, más indómitas, más valiosas, más sinceras. Para ellas, el mundo es un hogar y hay que acomodarlo como sea a todas sus inquietudes. Y lo saben hacer muy bien cuando quieren, cuando les salta ese resorte que las pone en movimiento y hace que, cualquier cosa que hagan, sea de una enorme fuerza, imposible de derribar. Ellas son, realmente, las que ponen el color a toda una vida, por muy insignificante que sea.

Simpática, optimista y algo ingenua es la última película de Fernando Colomo que nos lleva por esa comedia que sabe hacer tan bien desde siempre, con diálogos llenos de gracia aunque, tal vez, las situaciones no lo sean tanto. Algún callejón sin salida en los laterales, pero se pasa un rato entretenido, bailando con estos personajes de tribu urbana y generosidad evidente, que tratan, al fin y al cabo, de hacer que la vida sea soportable. Espléndidos trabajos de Paco León y de Carmen Machi, seguidos de cerca por el debut de Maribel del Pino, encantadora y natural. Los chistes se suceden, los chascarrillos se amontonan y la carcajada, tan difícil de arrancar en muchos de nuestros aburridos días, acaba por aparecer. Y el ritmo acompaña para decir, con gracia y desparpajo, que no se puede pedir más porque el rato se esfuma con la facilidad con la que se aprenden unos pasos de baile. Y al final, acabas compartiendo escenario con todos los protagonistas de esta historia leve, sencilla, con ciertos aromas a aquella A propósito de Henry, de Mike Nichols e, incluso, a Full Monty, de Peter Cattaneo. Así que es el momento de ponerse los calentadores, decirle al cuerpo que se prepare y empezar a menear las carnes al compás. Tal vez, así, las desgracias estén dispuestas a irse al paro. 

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