miércoles, 23 de septiembre de 2020

DESPUÉS DEL AMOR (1982), de Alan Parker

 

Quince años de vida en común que se disuelven. Ya no hay más juegos, ni más risas, ni más complicidades, ni más preocupaciones compartidas. Sólo hay amargura y una cierta sensación de fracaso. Cuatro hijos en común y la certeza de que hay que abrir nuevos caminos para seguir viviendo, por mucho que una vida sin el otro no tenga demasiado sentido. En el fondo de los ojos, puede que aún haya ascuas de un fuego extinguido, pero ya no hay nada por lo que luchar, se fue agotando poco a poco con reproches, separaciones, incomprensiones y alejamientos. Ambos culpables y ambos inocentes. Quizá haya terceras personas, o, tal vez, una demoledora y viva sensación de pánico que, además, impide que la comunicación fluya. Pánico porque nunca se imaginaron un futuro sin la otra persona y, de repente y sin avisar, el futuro ya está aquí y el otro no estará.

Los sentimientos arrasados en la tierra quemada del corazón será lo único que aún quede entre dos personas que se han querido mucho, pero que también se han detestado. Tal vez, el matrimonio necesite el perfecto equilibrio entre las dos cosas y depende mucho de la capacidad de aguante de cada uno. Llega un momento en que el aguante se despide y todo se rompe. Irremediable y definitivamente. Y, cuando ya todo está quebrado en mil pedazos, aparecen los celos de reojo, el rencor de frente y la culpa de lado. Quizá se haya jugado a perder lo menos posible y la derrota haya sido completa. Y lo que es aún peor, incluso el reconocimiento de esa derrota puede ser aún peor. Cuando sólo queda el sarcasmo, la percepción de la fea realidad y una distancia insalvable aún estando juntos, no queda mucho más que hacer. Por eso se han buscado otros consuelos, sabiendo que se perdía el rumbo todavía más. Tanto que ya no se puede volver a juntar los pedazos que quedan. Cada miembro de la familia reacciona de una forma diferente. Todo conmueve, y todo muere. Y, en esta ocasión, sin posibilidad de arreglo.

Alan Parker dirigió este conmovedor melodrama con dos maravillosos intérpretes como Albert Finney y Diane Keaton. Ambos dan lo mejor de sí mismos, buceando en las motivaciones de dos personas que han disparado a la Luna y no han obtenido otra cosa que la infelicidad, dándose cuenta de que eran muy afortunados solamente cuando ya lo han perdido todo. Ella, deja que las emociones resbalen por su rostro, reflejando ternura e ira, pérdida en todo caso y un buen puñado de preguntas sin respuesta. Él, es pura depresión, incomodidad por haber dado un paso en falso que lo destruye todo, desesperación y extravío, tanto que olvida los sentimientos ajenos en algún lugar de un corazón que hace mucho ya dejó de sentir nada.

Darse cuenta de los errores en los que se ha caído, a menudo, no sirve de nada. Sólo queda seguir hacia adelante y tratar de recuperar ese algo indefinible que hizo que, algún día, la mujer y el hombre de tus sueños no quisiera estar en otro sitio más que entre tus brazos.

2 comentarios:

carpet_wally@gmail.com dijo...

No recuerdo haber visto esta película de Allan Parker, que ya comentaste muy en positivo en el post en memoria del director.

Curioso que repita Finney en una película sobre un matrimonio, el paso del tiempo y los amores y desamores, aunque la supongo lejos de la sutilidad y elegancia, tan de Donen, que había en "Dos en la carretera". Conociendo a Parker este film será mucho más desgarrador, seco e impactante.

No obstante me apetece buscarla a ver si la encuentro en alguna de las múltiples plataformas por las que pago para ver, en realidad, demasiado poco.

Por cierto, tu último párrafo me ha recordado a aquella estrofa de la canción de Sabina: "Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño. Y con todas si duermes a mi lado..."

Es el amor y el desamor, el perro del hortelano, el "no hay nada más amado que lo que perdí"...

Abrazos notables, como tu post.

César Bardés dijo...

No sólo el tono no tiene nada que ver con la de Donen, sino que toda la perspectiva es desde el presente. Lo demás, todo lo que ha pasado antes, o se cuenta (pocas veces) o, simplemente, se intuye. Sí, es más seca, no hay mucho lugar para la comedia (algo fundamental en la de Donen) y es bastante seca, sobre todo, bastante más triste y menos melancólica.
Cierto, no hay nada más amado que lo que perdemos, o aquello que, sencillamente, nunca hemos tenido.
Gracias por el recuerdo a Sabina y por el elogio.
Abrazos festivos.