martes, 20 de diciembre de 2022

DE LA VIDA DE LAS MARIONETAS (1980), de Ingmar Bergman

 

Apenas se puede mantener la vista ante un crimen horrible. Sin embargo, puede llegar a ser apasionante introducirse en los rincones de la personalidad para averiguar por qué un aparentemente respetable hombre de negocios decide cometer un asesinato. Habrá que unir todas las piezas del rompecabezas compuesto por los sueños del asesino, su situación personal y la investigación policial. Las tres vías para conocer las razones de la barbarie tendrán que confluir en algún momento. Por el camino, diseccionaremos al crimen y al propio asesino. Y habrá que discernir cuándo es antes y cuándo es después. En el fondo, también tendremos que ser marionetas manejadas por un director que quiere que miremos en determinada dirección.

Ingmar Bergman nos coloca en medio de una película que se concentra en el dilema moral y en el permanente juego de lógica e ilógica cuando la sangre se expande. Incómoda, difícil, considerando siempre al espectador inteligente, Bergman nos explica la terrible y densa complejidad psicológica del ser humano el cual, aunque en muchas ocasiones no lo parezca, siempre tiene razones para actuar como lo hace. Lo único que hay que hacer es valorar si esas razones son justas, racionales y verdaderas. Si son o no son disquisiciones de la mente que sólo quiere ver lo que le conviene. El asesinato, la mentira y la locura están continuamente a nuestro alrededor y el director sueco convierte esos elementos en algo abrumadoramente cercano, trampas insalvables y letales para cualquiera que intente mantener la cordura en un mundo frío, cruel, despiadado y subyugador. Ingmar Bergman, una vez más, a través de algo que no se quiere ver, roza lo sublime.

La mezcla de drama, documental, estudio de caracteres, recuerdos y ensoñaciones, lejos de confundir, exige una constante atención paralela al usual control disciplinario de todas las películas del gran director. Puede que haya una mirada fría hacia sus personajes, pero, en esta ocasión, el realismo preside la trama. El corazón se dejó atrás y lo que propone aquí es que las marionetas no tienen voluntad propia y son manejadas por diferentes manos. El engaño, la infidelidad, la homosexualidad, la decepción, Freud, la ausencia de control sobre la existencia de cada uno, la inseguridad, la ruptura. Con una lejana conexión con Secretos de un matrimonio, Bergman va mostrando pequeños bocados de psicología que están extrañamente interconectados siempre bajo la luz de su magistral microscopio y con la fatalidad como final del camino. Quizá esas almas sin Dios que ha manejado durante toda su filmografía encuentren aquí la esencia de su maldita personalidad. La oscuridad se cierne sobre todos ellos y, sencillamente, son incapaces de distinguir la claridad de sus vidas. Como Otelo en plena Venecia, sólo que aquí es Peter en Berlín. La psicopatía va haciéndose sitio y todo razonamiento comienza a ser alarmantemente difuso, impreciso, vago, apenas intuido. La angustia es el móvil. El ser humano se esfuerza por conectar y, algunas veces, no lo consigue. A pesar de moverse en el mismo espacio, en las mismas inquietudes, en las mismas formaciones. Sólo cabe esperar un último acto de rabia descontrolada, de protesta, de vocación hacia la nada.

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