viernes, 16 de diciembre de 2022

EL MENÚ (2022), de Mark Mylod

 

Un cocinero de élite debe soportar una continua presión por parte de todo aquel que desea inundar de sabor sus papilas gustativas. Es posible que siempre se espere alguna genialidad, alguna innovación que haga que el plato, aunque puede que no sea nada del otro tenedor, parezca un invento sabroso e inigualable. Además, está la despiadada crítica que siempre se inventa nuevos e incomprensibles términos para describir su esmerada cocina, o la exigente y nada confiable opinión de personajillos de moda, o la fingida pose de excelencia de unos cuantos ejecutivos que no saben en qué gastar su dinero. Por supuesto, todo ello aderezado con la presión propia del negocio, sometido a los vaivenes del traicionero mundo de las finanzas.

Por si fuera poco, puede que asome la cabeza el típico estúpido que no deja de proferir gemidos de placer y de alabar sin ambages la labor del chef cuando él no sabe ni juntar un cordero con su salsa. O el bobo con diploma que sigue la corriente de quien se supone que sabe cuando nadie sabe realmente cuánto sabe. Si a eso añadimos la ciega obediencia de unos cuantos ayudantes que son capaces de arrastrarse por los suelos y restregar la lengua por el suelo por el buen nombre del restaurante, no faltará mucho para que el cocinero en cuestión llegue a su punto de ebullición. Y eso se manifiesta en un menú de auténtico lujo en una isla apartada al sur en el que, por una vez, los comensales servirán de plato fuerte con su primero, su segundo, su tercero, su cuarto, su vino y su postre. Al café no llegan.

Todo esto está servido con una sensación casi inaprensible de que algo turbio se mueve por debajo de los fogones tras un menú formidablemente fuera del alcance de los bolsillos de cualquier mortal. La rabia que siente el cocinero va a requerir un servicio de carne bien sangrante. No todo va a ser finura, con los clientes pronunciando palabras como “palatizar”, con una inusual disciplina en el personal que recuerda más a un cuartel militar que a un laboratorio gastronómico. Será cuestión de preparar los estómagos y leer con mucha atención una carta en la que figuran todos y cada uno de los pecados de los que van a tener la fortuna de degustar el menú más revolucionario del chef más prestigioso y excéntrico del mundo. Todo un placer para los sentidos.

Con estos mimbres, El menú pasa por ser una mezcla un tanto delirante entre La isla del Doctor Moreau y Diez negritos con un Ralph Fiennes dirigiendo cada una de las copas que se sirven en pequeños sorbitos para dar buena cuenta de la tontería de un mundo que ya empieza a gustar a muy pocos. La dirección es sobria, aunque cuenta con algunos momentos de violencia arrebatada, con algún que otro error que corta esa atmósfera de tensión que requiere una cena en la que puede pasar cualquier cosa. La noche es larga y Nicholas Hoult tiene tiempo más que suficiente como para resultar convincente como el más necio de todos los comensales y Anya Taylor-Joy alimenta su dramatismo como el único ser humano que realmente está pegado a los problemas de la gente común y que, desde su baja condición, desprecia con razón a todo ese ambiente de nuevos ricos, de viejos ricos con ínfulas, de ricos ambiciosos, de ricos platos y de ricos vinos. El resultado es una película con algunos momentos originales que, puntualmente, llegan a la sorpresa, pero que, en aras de la sinceridad, se olvida tan rápidamente como un plato mediocre que sólo ha servido para llenar el estómago durante el rato que media entre la cena y el desayuno. Nada suculento. Todo adrenalina. 

2 comentarios:

josita65@gmail.com dijo...

Muchas gracias 😊😘

César Bardés dijo...

Nada, a tí por el interés.