miércoles, 1 de febrero de 2023

ESFERA (1998), de Barry Levinson

La respuesta a las peores pesadillas puede que se encuentre a mil metros bajo el mar. Allí, en un juego mortal, se hacen realidad los monstruos que han carcomido nuestros sueños, los miedos más mortales que nos han empequeñecido, la ansiedad que nos ha corroído igual que el salitre del océano. Nadie sabe lo que esa misteriosa esfera de superficie perfecta puede hacer y, sin embargo, lo hace. Hay que intentar el viaje interior para saber qué es lo que está pasando en las profundidades y no siempre se va a encontrar algo agradable. Quizá los científicos de primer orden que intentan investigar ese círculo dorado tengan también sus propias frustraciones, muy lejos de esa imagen de perfección que pretenden transmitir. O puede que tengan desequilibrios de carácter realmente peligrosos que saben dominar en tierra firme, pero que se tambalean con la presión. No se sabe. Todo es frágil y susceptible de dominio en esa borrosa visión del agua a tanta distancia del mundo real. E introducirse en la esfera es lo más temerario que se haya podido hacer jamás. Al fin y al cabo, el pánico a los desconocido debería ser una regla inquebrantable.

La esfera no es más que la sintonía de un canal de realidad que convierte en algo tangible el pensamiento inconsciente y los miedos más recónditos. Si todo eso flota más allá de la piel, entonces es evidente que, pronto, el asesinato será el camino más corto para atajar la ansiedad. En el fondo, esa intocada esfera, de apariencia impoluta, es un arma que se introduce en el interior de los seres humanos para revolver toda la inquietud que tratamos de dominar. Y, sin embargo, la verdad aparece tan esquiva como el agua que se escurre entre los dedos. Nadie sabe si esa esfera fue colocada ahí por una entidad extraterrestre para establecer el principio de un final o si es un invento diabólico que despertará la codicia de potencias militares. Cada uno tendrá que sacar sus propias conclusiones. La muerte, sin duda, es uno de los pánicos ancestrales del ser humano. Y la esfera va a conseguir que se presente sin avisar, con apariencia de sueño, con hechuras de realidad.

Esta película de Barry Levinson fue un sonoro fracaso cuando se estrenó. Basándose en una novela de Michael Crichton, quizá no corrió la suerte que se merecía porque está espléndidamente rodada, muy bien interpretada por Dustin Hoffman, Sharon Stone y Samuel L. Jackson, con grandes dosis de tensión y, cierto, alguna que otra de confusión. Sus secuencias bajo el agua son excepcionales y la claridad de su fotografía es irrebatible. Puede que, bajo su fachada de ciencia-ficción, se esperase una película con más acción, menos larga, más activa. Y las bombonas de oxígeno, en esta ocasión, no van por ahí.

Así que si hay que notar las mareas y los vaivenes de nuestras peores incertidumbres, tiene algo de apasionante introducirse en esa esfera que se yergue orgullosa en el fondo del océano, esperando que alguien traspase sus paredes curvadas para que podamos llegar al total convencimiento de que todos somos capaces de matar si el miedo es el principal instigador. A mil metros de la superficie.

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