El
pico está ahí, esperando. En su cabeza se coronan nubes efímeras, que acarician
su rostro de piedra o se despeñan por sus gargantas y laderas infinitas. Allí,
en todo lo alto, se ha estrellado un avión. No hay supervivientes. Y un joven
impetuoso, lleno de ambición, quiere ir hasta la cima para recuperar las
pertenencias de las víctimas y quedarse con ellas. No puede hacerlo solo. Es
demasiado inexperto para subir. Necesita a su hermano. Quizá no sea del todo su
hermano, puede que la madre fuera distinta. Lo cierto es que es un viejo guía
de las montañas que se sabe hasta la orografía de la faz del granito que
recubre esa maldita cumbre. El hermano mayor no quiere ir. Ya sabe lo que es
sufrir en la cara más amarga del alpinismo y ya ha emprendido el descenso. Ya
está bien de desafíos imposibles. Ya es suficiente.
No
obstante, la montaña desprende algo parecido a un enigma que sólo se resuelve
cuando se hace cima. Es algo parecido a la extraña mezcla de la belleza con la
magia y una inolvidable sensación de libertad. Ese hermano mayor se ha
divertido mucho escalando, es sincero, es divertido, ve la vida de una forma
honesta y sabe que no hay atajos, todo lo contrario que su impulsivo hermano
menor que sólo mira lo que ocurre a su alrededor con los ojos muy abiertos para
construirse su propia realidad. Sólo irán a retar a los precipicios más
repentinos porque el hermano mayor quiere cumplir su obligación de cuidar al
menor. Puede que sea la última vez en la que tenga esa oportunidad. En realidad,
todo esto no es más que un simple acto de latrocinio. Se trata de arrebatar a
los cadáveres sus joyas, su dinero e, incluso, una buena porción de su
dignidad.
Edward
Dmytrik dirigió esta película con su habitual buen oficio aunque, quizá, no sea
muy creíble la relación de hermandad entre Spencer Tracy y Robert Wagner.
También habría que destacar la aparición de Anna Kashfi, la primera esposa de
Marlon Brando, en un breve papel y, sin duda, el director acierta al convertir
el paisaje natural en un protagonista más de este duelo aventurero con la
montaña y de caracteres entre dos hombres que persiguen objetivos muy
distintos. A uno lo guía el amor. Al otro, la ambición.
El resultado es una buena película, muy sólida, con interesantes giros en las personalidades de los protagonistas según se van ascendiendo metros. Quizá, la premisa sea simple, pero a poco que se hurgue en los rincones de la moral y de la responsabilidad, vemos que hay algo más, un apoyo bastante resbaladizo en los dobles y triples modos de conducta en unos personajes que no están hechos de una sola pieza. El suspense servido por el peligro de la altura, desde luego, es uno de los puntos álgidos y está bien rodada, con profesionalidad y con sentido, huyendo de transparencias fáciles y prestando atención a un drama humano en una localización abrupta, inhóspita y salvaje. Es la montaña desnuda la que muestra los verdaderos sentimientos y los valores auténticos. Sólo las situaciones extremas son capaces de proporcionar la auténtica medida de los hombres.
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